Alex Colville. A Canadian Icon
NATIONAL GALLERY OF CANADA
380 Sussex Dr.
Ottawa
Del 23 de abril al 7 de septiembre de 2015
Mirad bien To Prince Edward Island, arriba. ¿No veis a Suzy de Moonrise Kingdom usando los binoculares que le daban poderes mágicos? Y si leéis a la reciente Nobel Alice Munro, ¿no podríais relacionar el desasosiego afectivo que se esconde tras sus personajes serenos con la atmósfera poblada de inquietudes de las pinturas de Alex Colville?
Canadá homenajea, dos años después de su muerte, a uno de sus grandes pintores contemporáneos con una muestra itinerante cuyo título ya nos habla de la admiración que el país le rinde, “Alex Colville. A Canadian Icon”. Desde el pasado 23 de abril y hasta el 7 de septiembre puede visitarse en la National Gallery de Ottawa y quiere ofrecer una perspectiva novedosa en torno a la obra, entre hiperrealista y onírica, de este autor: un estudio sobre la pervivencia de la atmósfera inquietante de sus trabajos, a medio camino entre la quietud y el peligro latente, en obras literarias y fílmicas posteriores.
Como Edward Hopper, a quien admiraba y por quien se dejó influir, Colville buscó captar en sus pinturas lo que lo cotidiano tiene de memorable y casi de místico. Las obras de ambos ilustran microhistorias, soledades y, dentro de su estatismo evidente, de su captación del tiempo detenido, albergan una tensión soterrada, nubes negras al acecho aunque se retrate una escena playera, la amenaza de que la placidez puede tornarse tragedia en cuestión de minutos. Galerna, ansiedad bajo el control, o nacida de él. En sus palabras, “la vida es inherentemente peligrosa”.
SLOW COLVILLE
Compuesta por un centenar de obras, entre ellas las muy conocidas Caballo y tren del año 54, la citada To Prince Edward Island del 65 o Pistola de tiro y hombre, y también por dibujos y grabados tempranos, la exhibición, organizada por la Art Gallery of Ontario, se nutre de analogías de sus pinturas con otras de Mary Pratt o el inuit Itee Pootoogook, con fotogramas de filmes de directores como Stanley Kubrick, Wes Anderson o los hermanos Coen y con novelas de autores como Munro, canadiense igual que él.
La influencia ejercida por la pintura de Colville contrasta con su vida tranquila y su escaso interés por recorrer mundo: defendía que residir en un único lugar, quizá pequeño, eliminaba distracciones y permitía trabajar a fondo. Prácticamente la única excepción a su vida reposada la encontró, a su pesar, como soldado de infantería y como artista “bélico” en la II Guerra Mundial: por encargo, documentó en dibujos las dantescas escenas que tuvo que ver mientras permaneció recluido en el campo de concentración alemán de Bergen-Belsen, experiencia que determinaría sin duda su visión cercana, cotidiana, del peligro.
La muestra también presta atención a sus procesos de trabajo, deliberadamente laboriosos y largos, como podemos intuir por la precisión de sus composiciones. Poco antes de fallecer, en mayo de 2013, el artista donó los archivos y la biblioteca de la National Gallery of Canadá 3000 dibujos preparatorios que se exhiben al público por primera vez junto a anotaciones que detallan dimensiones, cálculos matemáticos y colores, estudios anatómicos y de perspectivas.
Nacido en Toronto en 1920, su familia se trasladó pronto a Amherst, en Nueva Escocia. Tras licenciarse en Bellas Artes en la Mount Allison University, se alistó en el ejército canadiense y fue profesor de dibujo y pintura en aquella Universidad entre 1946 y 1963. Desde aquel año, comenzó a dedicarse a la pintura a tiempo completo.
Aunque la mayoría de los artistas de su generación viraron hacia la abstracción, Colville se mantuvo siempre fiel a su estilo realista, a riesgo de polémicas. En vida fue amado y odiado a partes iguales: algunos críticos lo consideraron “el pintor realista más importante del mundo occidental” y “el mejor artista canadiense de su tiempo”, otros tachaban su obra de provinciana y mediocre.
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