Hace nueve años, en el otoño de 2013, la artista argentina Alejandra Riera desplegó en varias localizaciones del Museo Reina Sofía el proyecto “Poética(s) de lo inacabado” en el que, en el marco del programa Fisuras y en colaboración abierta con otros creadores y estudiantes, llamó nuestra atención sobre ciertas experiencias que podían acompañar las que el cine nos propone pero superándolas en densidad. Atendió especialmente a gestos que implicaban puestas en cuestión del poder o de los roles del artista y de su obra, sumiendo a aquel en el diálogo con otros y con los objetos.
El propósito último de aquel trabajo era esbozar las tensiones que en todos nosotros genera aquello que nos pesa para sugerir un formateo posible de nuestras mentalidades, liberándolas de lo que las (des)gobierna. El título de la muestra tenía que ver con el carácter, abierto al tiempo y a los rechazos, de muchas de las obras que la componían, sobre todo porque se trataba de piezas y caminos susceptibles de ser retomados, de albergar sitio para otras ideas (a su vez, también de otros).
Las propuestas de Riera, y de quienes se suman a sus iniciativas, vienen subrayando en todo caso las dificultades de traducir o materializar experiencias, incluso de comunicarlas, a quien no ha tomado parte en ellas aportando su propio tiempo.
Continuando esa estela, regresa esta autora al MNCARS para ofrecernos “< Jardín de las mixturas. Tentativas de hacer lugar, 1995 -…->”, una muestra sin recorrido establecido, en la que no hay principio ni final, que se ha concebido al modo de una trama narrativa de circulación y lecturas abiertas en la que se entretejen colaboraciones, se entrecruzan ideas, textos e imágenes y podremos atisbar hilos conductores que tienen que ver con la voluntad de descubrir lo que no se sabe y está conectado, con los afectos que no se pueden definir, con la gestualidad de los elementos mínimos y la artesanía como creación situada y vernácula.
Sus propuestas, junto a las de otros autores como Teresa Lanceta, Remedios Varo o Ceija Stojka y algunas realizadas junto a trabajadores del Museo, se han dispuesto de nuevo en varios espacios, incluyendo las salas de bóvedas del edificio Sabatini, donde Riera ha recuperado específicamente la acción que realizó allí en 2013, en la que se abrió un hueco en uno de los muros que permite desde entonces el paso de aire y luz, desde el exterior hasta el subsuelo, y también el jardín, donde desde 2017 voluntarios del centro y también personas que lo visitan han favorecido el desarrollo de sus plantas y la llegada de pájaros, intercambiando conocimientos e interrogándose sobre la convivencia de lo humano y lo no humano.
Tanto en dicho jardín, con su tratamiento diferenciado en las zonas de sol y de sombra, como en los proyectos expuestos en salas, en la tercera planta del edificio Sabatini, Riera y el resto de los autores presentes, niños y personas en situación vulnerable incluidos, han vertebrado espacios y mesas en los que se desafían las nociones individualistas y segregatorias de la creación para construir una suerte de refugios que recojan pensamientos de muchos y apelen a todos, en cuanto a géneros y razas pero también respecto a oficios. No existen para Riera las jerarquías; le interesa, en sus palabras, cómo hacer sitio a conjuntos que deshacen el imaginario de separación convenida entre lo llamado “humano” y lo considerado “no humano”, entre lo que tiene derecho a la palabra y lo considerado sin voz; cómo se hablan y apoyan, qué aprendemos de la atención al lugar en el que estamos o cómo se transforma y lo transformamos.
Las obras acabadas apenas tienen cabida en esta presentación, en la que Riera retoma, como decíamos, proyectos anteriores y crea con otros, porque dice no saber hacerlo sola: la poesía nace del conjunto, de las evocaciones que suscita lo múltiple, las obras de arte como tales y también lo esbozado, lo cotidiano, el instante detenido del juego de un niño y las palabras. Estas últimas cobran especial relevancia en la serie fotográfica y documental que la argentina desarrolló en la periferia de la localidad de Valence junto a sus vecinos, desafiando nuestra percepción pobre y gris de esos entornos y trabajando, sobre todo, a partir de la escucha (lo colectivo como lo que reúne y no lo que somete) y también de la atención a lo vegetal: las plantas se nos presentan con su propio lenguaje o escritura.
En este Jardín de mixturas importa, como avanzábamos, más el gesto que el discurso: el hacer con poco, a través de fragmentos; la lentitud como interrupción de lo acelerado, la inclusión, el rehacer objetos en grupo para que podamos dialogar con ellos sin que nos dominen, el recuerdo a los efectos devastadores de las guerras, la conversación como método, la relevancia del filmar independientemente del resultado: se reparten en el recorrido de la muestra cámaras-piedra o cámaras-árbol, que nada pueden grabar pero que nos invitan a repensar las formas de hacer cine y retoman ciertos procedimientos de su etapa muda.
Más que detenernos a escudriñar piezas concretas, esta exhibición nos propone reflexionar sobre otras formas de hacer posibles, inseparables de los demás y de lo desconocido.
Alejandra Riera. “< Jardín de las mixturas. Tentativas de hacer lugar,1995 -…- >”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 4 de mayo al 5 de septiembre de 2022
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