La pintura y la fotografía centran las tres nuevas muestras que acoge el Centro de Arte Caja de Burgos hasta el próximo enero. Dos de ellas las protagonizan jóvenes pintores; la tercera, un fotógrafo más que consagrado.
La propuesta de Alain Urrutia, bilbaíno de 1981, se llama “Regard sur le regard”. La base de su pintura ha sido el entorno cotidiano: este artista cuenta con un archivo fotográfico en construcción que se alimenta de imágenes propias y de otras obtenidas de la prensa, de internet o la televisión, en representación de la memoria colectiva. Las selecciona al sentirse atraído por ellas de manera consciente o inconsciente, y no las traslada mediante procedimientos mecánicos o digitales a sus pinturas, sino que las utiliza como medio de construcción de sus trabajos y como herramienta para poner en orden sus ideas.
Podemos decir que sus composiciones son el fruto de lecturas nuevas de imágenes ya existentes y de un proceso de fragmentación, reconstrucción y eliminación de las historias que aquellas fotos primigenias abordaban. Ese procedimiento lo lleva a cabo mediante juegos de sombras, el uso de capas de blanco y negro que originan múltiples grises, el dominio de las técnicas de la ocultación y el reencuadre para destacar detalles, generar tensión y misterio o conceder a las piezas una atmósfera evanescente, que podríamos relacionar con la literatura de Alessandro Baricco y su recurso a la duda permanente al narrar.
En muchas de sus obras encontrábamos aparentes rostros desdibujados, que no anónimos: no podíamos considerarlos meros retratos, tenían su pasado, y por ello, y por resultarnos irreconocibles, nos permitían una identificación sólo intuitiva. No es el caso de las piezas que Urrutia nos enseña ahora en Burgos: se trata de media docena de dípticos que contienen, parcialmente, rostros de la Historia del Arte, iconos arqueológicos, escultóricos y pictóricos cuyos ojos se dirigen al espectador, entablando un cruce de miradas.
Estas composiciones, prácticamente inéditas dado que sólo han podido verse durante unos días en una nave industrial berlinesa, destacan, además, por su gran formato, que no tiene nada de circunstancial: su escala determina una relación particular del público con ellas, una ligada al sometimiento y la subordinación frente a los emblemas de nuestro patrimonio.


Urrutia comparte generación con la madrileña Virginia Rivas, que ha convertido al color en protagonista de sus pinturas, en conjunción con el gesto y la luz. Su exhibición en el CAB lleva por título “El color del ruido” y parte de la identificación cromática aceptada del espectro sonoro, de las analogías entre las ondas visibles y las audibles. Según las teorías más frecuentes, una potencia de ruido uniforme puede identificarse con el blanco; el resto de tonos se ligan a los sonidos graves y las frecuencias bajas.
La exposición consta de cinco instalaciones autónomas, pero relacionadas entre sí, en los colores blanco, rosa, gris, verde y marrón. Contemplando el espacio del CAB desde cada una de ellas, señalada por una columna translúcida, veremos que nuestra percepción del conjunto se transforma y que las analogías entre esas tonalidades y las texturas sonoras ganan peso. Si lo pensamos, de hecho, en ocasiones utilizamos los mismos términos para referirnos a la paleta y a aquello que escuchamos: coloración, tonalidad, espectro…
En las investigaciones de Rivas, las espectrografías de los ruidos (olas de mar para el rosa; lluvia para el verde, interferencias electrónicas para el gris; señales estáticas para el blanco y agentes naturales para el marrón -más bien rojo-) han suscitado colores específicos, creados por la artista, que ha atendido al empleo de los ruidos en terapias de sonido utilizadas para aliviar problemas de sueño, concentración, ansiedad y tinnitus (la dolencia consistente en escuchar pitidos internos). Recuerda Rivas, en ese sentido, que los ruidos azules y violetas, por ser muy agudos, no se usan para ese fin médico.
Los instrumentos de sus estudios (notas, apuntes, diapositivas, configuraciones electrónicas, pruebas, paletas de color y mezclas de pintura creadas para cada ruido) también pueden verse en el CAB, en una sala específica.


Por último, Cristóbal Hara, Premio Nacional de Fotografía en 2022, trabajó hasta los ochenta en blanco y negro y desde entonces en color, diluyendo las barreras entre la imagen-documento y la ficción e incorporando referencias múltiples a la pintura, la literatura y la cultura popular.
Su muestra en Burgos se llama “Principiante”, ha sido coproducida junto a la Fundación Juan March, y consta de una selección de sus imágenes fechadas entre los sesenta y los ochenta, algunas no presentadas hasta ahora: Hara ha revisado para la ocasión sus negativos y primeras copias, ha positivado y editado nuevas impresiones.
Pertenecen a las series Soldado en España, Niños de Cuenca y Fotografías españolas y anticipan la originalidad de los encuadres de su producción en color, en la que, a menudo, el motivo fundamental parecía emplazarse en los extremos.
En sus instantáneas, lo teóricamente anecdótico se convierte en síntoma; la rareza, en tipismo. Él suele parafrasear a Ortega y Gasset: Sólo lo fantástico puede ser exacto.


Alain Urrutia. “Regard sur le regard”
Virginia Rivas. “El color del ruido”
Cristóbal Hara. “Principiante”
CENTRO DE ARTE CAJA DE BURGOS. CAB
C/ Saldaña, s/n
Burgos
Del 3 de octubre de 2025 al 18 de enero de 2026
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