Decía Agnes Martin que vemos sin ojos y también sin mente, porque cuando miramos buscamos la belleza y la verdad sobre la vida. Esa exploración despojada de bagaje y que va mucho más allá de la observación de lo físico tiene mucho que ver con la sutilidad presente en la definición de sus pinturas, basadas en colores pálidos, líneas suaves y bandas cromáticas ejecutadas con pincel; creía la americana en el poder emotivo y expresivo del arte y en que la inspiración espiritual, y no el intelecto, eran el germen de cualquier obra de calidad. Llegó a escribir, incluso, que sin la conciencia de la belleza, la inocencia y la felicidad, no podía crearse nada.
Con el fin de subrayar la vigencia de su legado entre las recientes generaciones de artistas cuando se han cumplido más de quince años de su muerte, la Pace Gallery presenta en Nueva York una selección de sus lienzos fechados entre los setenta y los noventa, desde los realizados a base de rayas multicolores a los más profundamente grises pasando por esas composiciones en bandas de tonos atenuados definidas por líneas dibujadas a mano.
La muestra, titulada “The Distillation of Color”, nos propone analizar el uso del cromatismo por Martin a lo largo de la segunda mitad de su carrera, en la que cristalizaron sus intentos de acercarse a una abstracción a la vez radiante y pura, meditativa y desligada de temas o emociones.
El inicio cronológico de esta exhibición nos conduce a 1973, cuando Agnes regresó a la actividad creativa tras un impasse de algo más de cinco años. Su dedicación al rigor abstracto y la búsqueda de la belleza esencial desde postulados casi platónicos se había visto perturbada por las demandas del mercado del arte neoyorquino y decidió autoimponerse un aislamiento: viajó por Canadá y Estados Unidos hasta instalarse en Nuevo México, cuyo paisaje le sugeriría ahora un nuevo cuerpo de trabajo que abrazaba el color al tiempo que se desprendía de su anterior querencia por la cuadrícula.
Aquella reinvención continuaría en los siguientes veinte años: desde las colinas de las afueras de Galisteo, refinó su voluntad de alcanzar la belleza a través de la destilación del color; sus pinturas pasaron del rosa, el amarillo y el azul al gris y el blanco. Además, quiso Martin tomar una conciencia más profunda de sí misma, de su entorno y de la propia pintura; en 1993, rememorando aquel tiempo, declaró que sintió una necesidad íntima de regresar a la vida sencilla: A veces la naturaleza te llama y te dice: ven, vive conmigo. Así que decidí experimentar con una vida simple.
Trabajó con colores primarios en lavados pálidos, primero en bandas verticales y después horizontales que tenían que ver con su devoción por el paisaje abierto y expansivo que la rodeaba. No quiso nunca representar su magnetismo de forma más o menos fiel, sino volcar en las telas la experiencia profunda que le suscitaba la contemplación de montes y llanuras, y la abstracción era el camino idóneo para canalizarla.
A sus obras con bandas horizontales estrechas en tríos de tonos primarios, siempre translúcidos, de los ochenta, las llamaría candy stripe paintings, por la dulzura que exuda la presencia rítmica de esos colores ondulantes. En otras series de entonces encontraremos campos de superficie en tonos pastel alternos, o bien individuales, que sugieren espacios abiertos, aunque definidos entre las líneas horizontales de grafito. Se adentraba Martin en el manejo de nuevas posibilidades de percepción, de la pureza expresiva.
Y en 1983 volvería a sumergirse en el gris y también en el estudio de las capacidades fenomenológicas de la pintura: consideraba originadas en otros mundos las luces que podían emerger en cada composición. Al final de aquella década iniciaría la creación de obras dominadas por tonos profundos de un gris intenso en intensidades variables, a las que bautizaría como sus Pinturas negras: limitadas por tonos en contraste en bandas anchas y delgadas, transmiten una sensación de gravedad sobrenatural, a diferencia de sus lienzos en gris pálido.
Aquel periodo de exploración de los matices sutiles en tonos y texturas, en composiciones blancas y grises, solo se interrumpiría en 1992 de la mano de dos imágenes a rayas que presagiaron el regreso de la exuberancia cromática a su producción en 1994, y hasta su muerte en 2004.
“The Distillation of Color” es la vigésimo octava de Martin en la Pace Gallery; la primera tuvo lugar en 1975. Anticipa la publicación del volumen Agnes Martin: Paintings, Writings, Remembrances, que relanzará Phaidon y que incluye una selección de imágenes de sus obras más representativas y escritos sobre vida y filosofía del arte.
“Agnes Martin: The Distillation of Color”
540 West 25th Street
Nueva York
Del 5 de mayo al 26 de junio de 2021
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