Cuenta el artista mexicano Abraham Cruzvillegas que en sus primeros veinte años de vida fue testigo de la construcción (lenta) de la casa donde residía su familia, en una zona de piedra volcánica al sur de Ciudad de México no proyectada, en principio, como área urbanizable, pero convertida en tal tras la llegada masiva de inmigrantes llegados de zonas rurales a la capital mexicana, en la década de los sesenta.
Pese a la obligada lentitud en la construcción, la familia de Cruzvillegas utilizó materiales improvisados encontrados en su entorno más cercano para poner en pie su vivienda, que se fue modificando atendiendo a necesidades puntuales: modificar techos, hacer nuevas habitaciones, cancelar determinados espacios…, casi siempre sin presupuesto y sin intenciones arquitectónicas concretas. El resultado fue un laberinto, una casa caótica, en la que sin embargo toda esquina y todo detalle tenían una razón de ser.
En México a este tipo de edificaciones se les llama autoconstrucciones, y en ellas tiene un papel muy importante la solidaridad vecinal. No había en estos entornos riqueza material, pero sí un sentido de la unión de la comunidad que favorecía el desarrollo individual.
EL COSMOS CRUZVILLEGAS
Desde hace aproximadamente una década, Cruzvillegas, miembro del taller de Gabriel Orozco de 1987 a 1991, ha basado la vertiente conceptual de su producción en la noción de “autoconstrucción”, entendida en este caso como un uso improvisado de materiales y técnicas de construcción de sus obras.
Hasta el 8 de febrero de 2015, la Fundación Jumex y el Museo Amparo de Puebla presentan simultáneamente una muestra que precisamente lleva ese título, “Autoconstrucción” y que incluye esculturas, instalaciones y registros de sus últimos experimentos con imágenes en movimiento.
Las piezas que la integran hacen referencia en infinidad de ocasiones a esa vivienda de infancia y juventud del artista: nos transmiten la visión de esa casa, tan fragmentaria, como un todo en el que cobran importancia los detalles improvisados nacidos de necesidades espontáneas.
Según Cruzvillegas, muchas de las obras evidencian mi voluntad de confrontar dos o más sistemas económicos radicalmente distintos, llevando a cabo matrimonios híbridos y mezclas inesperadas de materiales y técnicas. No existe representación de los detalles técnicos de la construcción sino una reproducción de las diversas dinámicas involucradas, observando sus entornos sociales y económicos como un andamio en el cual me muevo.
No encontramos, ni en la Fundación ni en el Museo Amparo, maquetas de una arquitectura humilde, aunque algunas piezas recuerden piezas de la arquitectura esencial de una casa, sino un compendio de formas nacidas de la necesidad, de la invención y de la actividad humana: dibujos, fotografías, imágenes en movimiento, sonidos, colecciones de carteles de cine, imágenes canceladas tomadas de periódicos y postales, pedazos de videos, canciones y textos que conforman un cosmos, el cosmos Cruzvillegas.
Como su casa (nuestra personalidad es nuestra casa), el mexicano ha intentado fraguar una visión de sí mismo, tanto íntima como artística, heterogénea, compuesta por una acumulación de signos expresivos al modo del Atlas Mnemosyne de Aby Warburg. Podríamos decir que las obras que encontramos en la exposición son las piedras, los muros, que conforman su hogar-universo artístico.
Volviendo a las explicaciones del propio artista, mi obra es la prueba de que estoy vivo. En mi obra, la transformación de información, materiales y objetos compone también la inacabada construcción de mi propia identidad como una aproximación a la realidad a través de hechos.
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