Dore Ashton
Una de las observaciones más agudas que se han hecho sobre el dibujo se la debemos a Paul Valéry, que señaló que va una enorme distancia de ver una cosa sin un lápiz en la mano a verla mientras se dibuja: “Hasta el objeto más familiar se vuelve totalmente distinto si nos ponemos a dibujarlo”.
Frick Collection, Nueva York, hasta el 18/04/2004
Es en el momento de exaltación en el que el artista llega a lo “totalmente distinto” donde brillan los dibujos de Parmigianino. Esta exposición, que partió de la National Gallery of Canada y celebra el quinto centenario del nacimiento de Parmigianino (1503-1540), reúne cincuenta y uno de sus dibujos.
Abarca prácticamente todo el arco de su breve carrera, y está puntuada por unas cuantas pinturas que demuestran, para mí al menos, que el arte del dibujo le hacía vibrar mucho más que los rigores de la pintura.
Nacido en una familia de artistas y formado en Parma -donde siendo aún muy joven pudo ver trabajar en la misma iglesia que él a su ilustre contemporáneo Correggio- la precocidad de Parmigianino para el dibujo no es sorprendente. Pero sí lo es la latitud de sus experimentos con diferentes materiales y técnicas.
Desde su adolescencia desplegó una búsqueda incansable de medios expresivos, adaptando los instrumentos habituales sanguina, lápiz negro, fondos de color y tintas a motivos convencionales, pero siempre con una mano peculiar que perseguía efectos desacostumbrados. Puede decirse que cuando partió para la Roma del papa Clemente VII había agotado todos los planteamientos del dibujo imaginables en Parma y estaba preparado, a la edad de veintiún años, para asimilar los ejemplos de Rafael, Miguel Ángel y la escultura grecorromana que era tan abundante en la ciudad del Tíber. Sus tres años de estancia no fueron un gran éxito, y tuvo que escapar, como otros artistas, durante el Saco de 1527.
Pasó entonces otros tres años en Bolonia, donde convertido en un joven artista mundano hizo una gran cantidad de dibujos soberbios, algunos obras completas en sí, otros primi pensieri (reveladora expresión que indica que pensar era tan serio como ejecutar para los artistas y coleccionistas avanzados). Entre éstos hay dos que la Frick destaca, y con razón. Uno es un estudio de drapeado, que revela a lápiz negro y tiza blanca lo mucho que Parmigianino había absorbido en Roma y cómo refinó lo que evidentemente era un estudio de escultura clásica con una gradación prodigiosa en las sombras y una fantasía característica en los opulentos paños. No hace falta decir que el drapeado significaba siempre para los artistas una oportunidad de liberarse de las exigencias de la iconografía, y Parmigianino hizo gala de una libertad notable en sus enérgicas traducciones de los huecos, los remolinos y la caída de las telas. El otro dibujo destacado del período boloñés es una sanguina de un hombre dormido.
Aunque los expertos han sugerido muchos prototipos, desde los dioses fluviales de Miguel Ángel hasta la Ariadna del Vaticano, yo considero probable que este estudio cuidadosamente compuesto de un hombre ya mayor, cuya figura llena la hoja en diagonal, esté hecho del natural. Aquí Parmigianino domina perfectamente su instrumento, y sabe sugerir una luz que más que perfilar la figura tendida la baña.
En 1530 regresó a Parma, donde consiguió un encargo eclesiástico cuya terminación fue demorando hasta que verse arrestado, humillado y acusado de incumplimiento. Huyó y vivió en el exilio el último año de su vida.
De la prolífica producción de dibujos y grabados en su última década podemos deducir que le interesaban mucho más sus experimentos privados que las demandas formales de un fresco de iglesia. Es en esta época cuando aparecen las figuras más extravagantes y alargadas que antes se llamaban manieristas, pero ahora se tiene la delicadeza de no etiquetar en sus presentaciones más extrañas y cautivadoras. A esta categoría pertenece la hoja de estudios a tinta parda que muestra a Moisés arrojando las tablas de la ley en distintas actitudes, y otros dibujos un tanto ambiguos de desnudos masculinos a tinta parda y aguada que se interpretan como Ganímedes.
El recurso a la mitología siempre inspiró en Parmigianino las composiciones más imaginativas, al tiempo que le daba la libertad de explorar motivos eróticos a veces incluso pornográficos que los estudios eclesiásticos le negaban. Fue, en definitiva, un artista temperamental, nervioso y de grandes dotes, cuyas rarezas en una corta vida siguen siendo de enorme interés.
Traducción de María Luisa Balseiro