Quizá algunos no sepáis por qué detrás de Yinka Shonibare solemos ver escritas las siglas MBE: aluden a su título honorífico de Most Excellent Order of the British Empire, que recibió en 2005. Algunos artistas británicos negros han rechazado esta distinción, pero Shonibare quiso que formase parte de su nombre profesional para poner de relieve uno de los asuntos que más a fondo ha explorado en su obra: los sentimientos de pertenencia y de marginalidad, de arraigo y de distancia respecto a una comunidad.
Nacido en Londres en una familia de origen nigeriano, a los tres años se mudó a Lagos para regresar después al Reino Unido, ya siendo adolescente, con el fin de estudiar arte. Su vuelta a Inglaterra, y ese crecer con un pie en Europa y otro en África, le hizo plantearse los problemas que podía originar una identidad doble, qué consecuencias pueden tener en la formación de una personalidad las influencias de dos entornos completamente distintos.
Nominado al Turner Prize en 2004, Shonibare ha presentado su obra en los principales museos internacionales y ha participado en la 52ª edición de la Bienal de Venecia y en Documenta 10. Su producción se basa en la reinterpretación de obras clásicas de artistas como Fragonard, William Hogarth, Thomas Gainsborough o Goya sustituyendo a sus principales personajes por otros de raza negra o de género ambiguo: en algunos casos no sabemos si se trata de hombres o de mujeres.
El británico parte de la tradición para, introduciendo meros cambios de rostros, un gesto que en sí no debería desbaratar nada, hacerla saltar por los aires, cuestionando en el camino el canon occidental imperante a la hora de estudiar la creación artística hasta fechas recientes. Su voluntad de subversión se hace patente también en las telas: los nuevos personajes que Shonibare presenta en escenografías más o menos clásicas visten trajes de época, sí, pero elaborados con telas de colores vivos. Al ojo del espectador medio, estas vestimentas remiten a África, aunque en realidad están elaboradas por holandeses y en Indonesia, en el s XIX. Posteriormente se vendían a mercaderes británicos que, a su vez, comerciaban con ellas con mercaderes africanos: ¿quién coloniza a quién?.
En definitiva, podemos decir que la obra de Shonibare plantea reflexiones sobre los vínculos entre personas de distinto origen e identidad y entre clases sociales, poniendo sobre el tablero lo complejo que sigue resultando hoy día hablar de orígenes étnicos, raíces, migración, globalización, poder o desigualdad.
El tratamiento formal de sus trabajos es lujoso, pero también evoca decadencia, del mismo modo que el tono en que el artista deja ver sus intenciones se mueve entre el afecto y el respeto por la cultura y las instituciones asociadas a Gran Bretaña y la puesta en cuestión de los privilegios de clase y los efectos de la colonización a largo plazo. Doble identidad, ambivalencia a todos los niveles.
La DHC/ART de Montreal acoge hasta el 20 de septiembre “Piéces de rèsistance”, una antología que da cuenta de las incursiones de Shonibare en la escultura, la fotografía, la pintura y el cine a lo largo de su consolidada trayectoria. Es su primera retrospectiva en Canadá.
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