Puede que Murakami se haya hecho cada vez más presente en el imaginario colectivo en los últimos años porque conecte con un sentimiento común a aquel en el que inició su carrera: sus primeros éxitos le llegaron tras el pinchazo de la burbuja económica japonesa en los ochenta, cuando una generación de artistas del país se decidió a conjugar sin miedo el estilo nihonga, centrado en las técnicas y temas tradicionales japoneses, con la cultura popular nipona de su contexto, sobre todo con el manga y el anime.
Llevando esas líneas a sus últimas consecuencias, al desafío de cualquier barrera entre lo tradicional y lo moderno en el marco de la cultura japonesa, Murakami, que nació en 1962 en Tokio, ha recogido influencias de fuentes clásicas (como la iconografía budista, los rollos de pinturas del siglo XII, la pintura zen y las técnicas compositivas de la etapa Edo, en la que la pintura de su país ya daba señales de su querencia por las imágenes fantásticas, lo anticonvencional y la línea expresionista) para proponer unas nuevas relaciones entre el considerado arte elevado y la cultura popular. No es que defienda su cercanía, su nula distancia, sino que entiende Murakami que el arte es, nos pese más o menos, parte de la economía. Desde ese punto de vista debemos entender el conjunto de una producción cuya vertiente neopop, de otra manera, se nos escurre entre los dedos.
No es que defienda la cercanía entre alta y baja cultura, sino que entiende Murakami que el arte es parte de la economía
Podemos decir que Murakami es tan empresario como artista, seguramente en mayor medida que Warhol, Koons o Damien Hirst. Como tal hombre de negocios, ofrece servicios: uno son sus obras, el resto son conferencias, eventos, columnas de prensa, programas de radio, e incluso las exposiciones de las que es comisario o los creadores emergentes de los que es agente. Algunos de ellos, por cierto, acaban trabajando para él.
El japonés es cabeza de la corporación internacional Kaikai Kiki Co., Ltd -antes Hiropon-, que fabrica en masa productos de merchandising, produce películas de animación y también diseños corporativos, como los que desarrolló en colaboración con Louis Vuitton.
Este verano, el Museum of Contemporary Art de Chicago le dedica la retrospectiva “The octopus eats its own leg”. Se compone solamente de pinturas: medio centenar, representativas de sus tres décadas de trayectoria, desde su primera obra madura hasta sus recientes y monumentales pinturas a escala. Muchos de los trabajos presentes no se habían expuesto nunca al público estadounidense.
Además de subrayar el arraigo de la obra de Murakami en la tradición y el folclore japoneses, esta muestra también incide en el cuidado con que elige y trata sus materiales y también su agudeza a la hora de abordar los ejes de la cultura y la sociedad de nuestro tiempo: la globalización, la influencia de los medios de comunicación en el día y a día y en el arte, el ansia continua de consumo (de ella hablan sus monstruos inabarcables que todo lo comen) o las amenazas nucleares (a través de sus hongos como setas atómicas).
Rastreando, cronológicamente, la evolución de la pintura de Murakami podemos apreciar cómo el tiempo le ha hecho ganar complejidad pero no le ha llevado a abandonar sus escenarios de un naif inquietante, su gusto por unir lo dulce y lo ácido. En cualquiera de sus trabajos, en este u otro formato, existe conflicto, motivo para mirar dos veces, y se niega la candidez: el gancho visual fácil es su excusa para desafiar la percepción simple, para invocar la agudeza y la polémica, la vigencia de emociones oscuras en lo brillante y comercial. Un espectáculo sofisticado.
“Takashi Murakami. Octupus eats its leg”
MUSEUM OF CONTEMPORARY ART. MCA CHICAGO
220 E Chicago Ave
IL 60611 Chicago
Del 6 de junio al 24 de septiembre de 2017
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