Se cierra el círculo. El San Pedro Penitente de los Venerables que tenéis a vuestra izquierda, obra de Murillo, fue propiedad de Justino de Neve, canónigo de la Catedral de Sevilla que lo legó al Hospital de los Venerables. Tras la invasión napoleónica, fue confiscado por el Mariscal Soult y pasó a manos privadas (británicas). En el Reino Unido ha permanecido siglo y medio, fuera de circulación expositiva y sin que tuviéramos mayor noticia de él que una fotografía en blanco y negro y la referencia de Diego Ángulo, maestro de Alfonso Pérez Sánchez, que en 1974 subrayó la importancia de la obra y la situó en una colección particular de aquel país.
Hace unos años, y gracias a la colaboración del hoy director de la National Gallery, Gabriele Finaldi, Abengoa pudo adquirir, por seis millones de euros, aquel San Pedro. No llegó a tiempo para ser restaurado con motivo de la exposición “Murillo y Justino de Neve: el arte de la amistad”, pero, ahora sí, ha sido intervenido en los talleres de restauración del Prado y el resultado podemos verlo en la sala 17 del edificio Villanueva hasta el 17 de enero, fecha en la que regresará a su hogar original: el Hospital de los Venerables, hoy sede de la Fundación Focus Abengoa. La pinacoteca se anticipa así a la próxima celebración del cuarto centenario del nacimiento del pintor andaluz.
El asunto del San Pedro penitente fue muy querido por Murillo y frecuente en la etapa barroca. El primer dato referente a esta obra data de 1685 y nos lo ofrece el testamento de Justino de Neve, que lo cedía en este documento al Hospital de los Venerables, que él mismo había fundado. La obra admite comparaciones con cualquiera de las pinturas que el artista realizó para el canónigo y en principio se dispuso en la enfermería del centro para después trasladarse al interior de su iglesia, junto a una Inmaculada y un san Jerónimo. Se labró especialmente un altar, que incorpora símbolos de san Pedro, para alojar este cuadro.
Murillo tomó en él rasgos de José de Ribera, concretamente de su estampa de San jerónimo escuchando una trompeta en el Juicio Final, pero superó a aquel en ternura y suavidad del color. Se sirvió de recursos técnicos naturalistas tratando de crear un clima emotivo particular.
En el Prado podemos contextualizar este San Pedro en el contexto de la evolución de Murillo: se encuentra frente a su Adoración de los pastores, obra de sus inicios, también inspirada en modelos riberianos, pero más centrada en el virtuosismo del dibujo que en los valores del color a los que el sevillano rinde tributo en la nueva obra de Abengoa.
María Álvarez, que ha participado en su restauración, ha explicado que la intervención se hace sobre todo presente en la resolución de los valores espaciales de la pieza y que este trabajo, como cualquier otro proceso de restauración, no ha consistido solo en la restitución de sus materiales sino también en la recuperación, a través de ellos, del mensaje de la obra, del alma del cuadro en definitiva. La composición es, sobre todo, la forma de poner en escena ese mensaje, que vienen a acentuar el encuadre y la luz. Esta última puede ser tenue o contrastada: en este caso, pese a los claroscuros, es ambiental, sugiere la presencia divina y no resulta tan dramática como en Ribera.
La composición del San Pedro es piramidal, pero encontramos en la obra un eje que parte del libro y que marca la dirección de la mirada del espectador y también nuestra percepción del espacio. La protagonista, no obstante, de esta pintura, es la mirada acuosa del santo, entristecido pero redimido.
Podría dividirse la obra en cuatro planos y sus pinceladas son densas para las carnaciones, más diluidas en los ropajes y casi aguadas en los fondos.
También se ha restaurado el marco de la pintura, que no es el original sino el que se le adjudicaría al ser expoliada a Francia.
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