Quizá no sea mala idea olvidarnos de cierta película reciente por ella dirigida y pensar en Sam Taylor-Wood (ahora Sam Taylor-Johnson) como la autora de fotografías y videoinstalaciones que en ocasiones cuentan con inspiración literaria y que habitualmente profundizan en los recovecos de nuestras emociones, mostradas en su crudeza al exhibirse aisladas o fragmentadas.
De algún modo, ese es también el planteamiento de Suspiro, una instalación audiovisual formada por ocho proyecciones en las que asistimos a una suerte de concierto deconstruido: varias secciones de la Orquesta de la BBC interpretan una pieza musical creada específicamente para este proyecto por la prestigiosa compositora Anne Dudley, pero aunque el sonido que producirían es perfectamente audible y armonioso, la narrativa del instante escapa a lo habitual: los intérpretes carecen de instrumentos pero realizan los movimientos y gestos que llevarían a cabo si los tuvieran entre manos.
Si, habitualmente, contemplar a los músicos en un concierto haciendo buen uso de sus instrumentos nos hace pensar en ellos como virtuosos, en esta pieza ese rasgo de cierto poder queda a un lado para que nos resulten, ante todo, seres vulnerables al servicio de una idea superior, de un arte que los sobrepasa como individuos. Suspiro, que se fecha en 2008, pone además de relieve la importancia de la acción corporal a la hora de tocar un instrumento y de dejar translucir gestualmente la emoción y el esfuerzo que implica ese acto.
En este proyecto, música y arte audiovisual se nutren en una doble dirección: si la composición de Dudley es el hilo de Suspiro y marca su duración (que es de ocho minutos), a su vez la compositora se inspiró a la hora de crear esta banda sonora en una anterior serie fotográfica de Taylor-Wood: la célebre The Ghosts, que a su vez bebía de una fuente literaria, la proporcionada por Emily Brontë en su Cumbres borrascosas, en un interesante juego de mutuas influencias entre diversas disciplinas artísticas.
El resultado: si aquella obra de Brontë remite inequívocamente a los páramos de Yorkshire donde esta escritora se crió, la banda sonora de Suspiro puede evocarnos también sus páramos vacíos, como las manos de estos intérpretes. La ausencia de instrumentos musicales en la obra motiva que las expresiones de sus rostros parezcan dramatizadas cuando, únicamente por mostrarnos el objeto, nos resultarían naturales.
La obra de Taylor-Johnson nos espera en el Guggenheim bilbaíno desde mañana hasta el 11 de diciembre.
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