Toda pintura de Delvaux contiene un enigma, una inquietud o una angustia; lo puede haber percibido cualquiera que se haya asomado a sus pinturas pobladas a menudo por figuras femeninas errantes o sonámbulas rodeadas por oníricos escenarios, entendidos éstos en sentido literal, como lugares donde algo es escenificado.
Guillermo Solana recuerda como Jean Clair afirmaba que el secreto huidizo de las obras del pintor belga tiene que ver con la afinidad entre el espacio del museo y el espacio del prostíbulo, como espacios ambos de observación y de culto fetichista. Recreó Delvaux interiores burgueses y se inmiscuyó en la intimidad de los dormitorios, pero lo recordamos sobre todo por sus espacios agorafóbicos y el contraste entre unos y otros genera inestabilidad, un sentido de lo ambiguo y del misterio muy personal.
La muestra que a partir de mañana podemos ver en el Museo Thyssen ha sido comisariada por Laura Neve y nos presenta al Delvaux esencial, concentrado en un centenar de obras fundamentales que han sido cedidas por Nicole y Pierre Ghêne y por otras colecciones privadas y públicas de Bélgica, aunque dos de ellas pueden verse habitualmente en el Thyssen (Mujer ante el espejo y Viaducto) y otra más procede de la Colección de la Fundación Telefónica (La llamada).
Organizada temáticamente y en colaboración con el Musée d´Ixelles de Bruselas, “Paul Delvaux. Paseo por el amor y la muerte” resume las incursiones del artista en el realismo, el fauvismo y el expresionismo y resalta las implicaciones en su obra de su admiración por Magritte, y sobre todo, por las construcciones espaciales de Giorgio de Chirico.
Aunque no llegó a considerarse un pintor surrealista, es indudable que el misterio, las atmósferas oníricas y la poesía de aquel movimiento resultan fundamentales en el conjunto de su trabajo, aunque el universo de Delvaux, sobre todo desde 1930, es marcadamente personal y original, ajeno a los reglas de la lógica, ni clásico ni poderosamente moderno.
Los cinco temas en los que se articula la exposición son la recurrente Venus yacente, en relación con la fascinación peculiar de Delvaux con las mujeres, misteriosas e inalcanzables; el asunto del doble analizado a partir de parejas de mujeres y de espejos como vía para hablar de incomunicación, seducción y alter egos; las omnipresentes arquitecturas, en las que se aprecia un evidente interés del belga por la Antigüedad clásica como vía de escape de lo cotidiano y de liberación de la imaginación; las estaciones de tren, que él vinculaba a sus viajes de infancia, y por último los esqueletos, “el armazón de la vida” y el símbolo de la muerte.
Se fijó en ellos desde sus clases infantiles de biología y los convirtió en un elemento más, fuertemente expresivo, de su vocabulario plástico, transformándolos en protagonistas de la historia, o incluso de La pasión de Cristo en una obra que Juan XXIII condenó por herejía.
Además de a De Chirico y a expresionistas flamencos como Permeke y De Smet, debemos citar como referente importante para Delvaux a James Ensor y su sentido de lo grotesco (fijaos en La Venus dormida I de 1932). Los planos sucesivos que ordenan muchas de sus composiciones, el hieratismo de las figuras y la importancia concedida a los decorados nos hablan de un carácter teatral, o casi cinematográfico, de sus trabajos.
No olvidéis que Guillermo Solana va a impartir, entre marzo y abril, un ciclo de conferencias gratuitas sobre creadores surrealistas de la colección Thyssen: Max Ernst, Tanguy, Magritte, Dalí, y por último, Delvaux. La muestra podéis visitarla hasta el 7 de junio.
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