Si el Museo Reina Sofía y la Fundación Juan March serán los responsables este año de recuperar la figura de Eusebio Sempere, a Joan Miró, que siempre estuvo aquí, lo devuelven a la actualidad el IVAM valenciano (a partir de mañana) y el Centro Botín de Santander (allí veremos sus esculturas a partir de marzo).
La exhibición que hoy ha presentado el IVAM, “Joan Miró, orden y desorden”, propone una relectura de la obra del catalán a partir de su voluntad constante de desafiar normas y convenciones, una voluntad que él ya asumió en sus inicios, cuando la formación académica y sujeta a disciplinas le resultaba un cautiverio dificultoso del que comenzó a escapar al trasladarse a París, en 1920.
Esta muestra, comisariada por Joan M. Minguet (que participa el viernes en una conversación con Marko Daniel en torno a la exhibición), lee la obra de Miró como un territorio siempre propicio al cuestionamiento de lo asentado y al conflicto, un escenario abierto a la tensión en el que el combate contra lo normativo y la dualidad realidad/representación se recrudeció a finales de los sesenta y principios de los setenta. En aquella época también desarrollo el artista buena parte de sus proyectos de arte público y carteles que muchos han considerado próximos al graffiti.
Coincidiendo con el 125º aniversario de su nacimiento, el IVAM ha reunido aproximadamente doscientas piezas cedidas por colecciones nacionales e internacionales para mostrarnos al Miró más heterodoxo y combativo, a un artista al que probablemente no hubiese seducido la idea de formar parte del “mausoleo” de los consagrados, de los nombres instituidos y no cuestionados, sino seguir vivo interpelando al espectador y generando, hoy también, controversia.
Se exponen trabajos en todas las técnicas que Miró cultivó (pinturas, esculturas, dibujos, cerámicas, carteles y proyectos vinculados con la escenografía teatral) articulados de modo que podamos percibir su progresiva evolución, desde el orden y el canon al desorden y la plasmación de su universo personal sin más reglas que las propias. En el camino se subrayan sus contradicciones, que fomentó y no temió, como la que le llevó a afirmar que quería asesinar la pintura sin dejar nunca de pintar.
A Miró probablemente no le hubiese seducido la idea de formar parte del panteón de los consagrados, sino seguir vivo interpelando al espectador y generando, hoy también, controversia.
La exposición se inicia con obras que llevó a cabo en su primera época, en el marco de los géneros clásicos y conforme a la tradición; bodegones, retratos y paisajes en los que manifestó su personalidad metódica y que no anticiparon la fortuna posterior del artista, porque cuando se presentaron en su primera muestra individual ninguno llegó a venderse.
A esos trabajos tempranos les sigue un recorrido por los frutos del afán experimental, siempre vivo, de Miró, el que le llevó a crear el lenguaje personal hoy tan reconocible, un alfabeto visual tan sencillo en sus formas como hondo en su simbolismo.
Entre las piezas expuestas en el IVAM, algunas cedidas por centros como el Reina Sofía, el Museo Thyssen, el MACBA, la Fundació Miró o el Boijmans holandés, destacan Composición (mujer, tallo, corazón) o Pintura (sobre masonite), la primera datada en 1925, la segunda en 1936, y ambas testimonio de su conjunción del realismo y la búsqueda de un universo propio en aquellas décadas.
También recoge el centro valenciano su peculiar colaboración tardía, en 1976, con Joan Baixas y Teresa Calafell en el espectáculo teatral Mori el Merma –en referencia a la reciente muerte de Franco– y la tela rasgada, emblemática de su vocación rupturista, que muchos expertos han bautizado como el Fontana de Miró. Desde planteamientos parecidos, y ahondando en la radicalidad con que defendió una necesaria revolución sobre los lienzos, quemó telas posiblemente bajo la influencia de Yves Klein. Varias de ellas formaron parte, en 1974, de la gran muestra que le dedicó el Grand Palais cuando ya tenía ochenta años.
Es interesante también comprobar en el IVAM como el desorden de Miró no se limitó al medio pictórico ni al escultórico sino que se extendió a los carteles, a la performance (ligada a la pintura) que presentó en el Colegio de Arquitectos de Barcelona, a sus incursiones en el ballet y los títeres y a la cerámica: caminos distintos para un único fin, el de provocar al espectador, zambullirse en el fluir social y suscitar un desplazamiento o un vacío en nuestras creencias.
“Joan Miró, orden y desorden”
IVAM. INSTITUTO VALENCIANO DE ARTE MODERNO
c/ Guillem de Castro, 118
Valencia
Del 15 de febrero al 17 de junio de 2018
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: