Si no tuvisteis oportunidad de ver en Alcalá 31 hasta el pasado marzo “El fuego de la visión”, antología de Marina Núñez comisariada por José Jiménez, ARTIUM, el Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo de Vitoria, nos ofrece una nueva oportunidad de contemplarla hasta noviembre.
Si los ojos están muy presentes en la producción de Marina (ojos que, según Jiménez, nos hacen sentirnos mirados por su intensidad) se debe a la importancia que concede a la mirada a la hora de abordar nuestra época llena de incertidumbres, entendiendo que un cambio de enfoque sobre cualquier hecho puede tener consecuencias, íntimas y prácticas, determinantes.
Esta artista palentina se plantea hasta dónde alcanza nuestra mirada, qué hace que nos fijemos en unas imágenes y no en otras en un momento de sobreabundancia de estímulos visuales (nunca estáticos, en movimiento constante) y cómo intentamos desgranar, en medio de ese exceso, su sentido o sus capas de significado.
Al dinamismo propio de la imagen hoy, en buena parte derivado del uso extendido de la tecnología, Marina Núñez responde con el dinamismo expresivo de sus trabajos. Fue hace casi 25 años, en 1992, cuando comenzó a dar forma al lenguaje con el que hoy la identificamos, caracterizado por su potencia visual, el llamamiento a la duda constante, la ironía y el humor, los desdoblamientos. Los títulos de sus proyectos tienen mucho que ver con esa intensidad de los ojos de sus obras y de su propia mirada: Locura, Muerte, Monstruas, Siniestro, Ciencia-ficción…
Junto a los ojos, y en relación con ellos, otra presencia fundamental en la obra de Marina es la de la mujer, excluida durante décadas, y desde luego hoy en muchos contextos, de la imaginería dominante.
Muy a menudo se desdobla; en el caso de algunas locas, en espejos flotantes, pero no son las únicas: objetos colgantes se proyectan sobre figuras, hay cuerpos dentro de otros, cráneos que se superponen para componer cabezas…Las identidades no son fácilmente discernibles, sino múltiples o híbridas y se hace referencia a la reverberación, transformaciones y multiplicación de la imagen en la actualidad.
Pueblan sus obras seres no identificados, monstruosos, contrarios al canon y a lo que nuestra mirada espera o demanda, en tránsito entre dos etapas, siniestros, desafiantes. Los cuerpos anómalos que las componen nos hablan de una subjetividad abierta que niega la pureza y no rechaza la otredad sino que la entiende como arte y parte de la naturaleza humana, sobre todo en la postmodernidad.
Hay otros individuos posibles, aunque no puedan escapar a la forma humana homogeneizadora, y pese a que los nuevos medios puedan alentarlos o posibilitar formas distintas de representarlos, en el fondo estaban ya arraigados en los infiernos medievales, o en El Bosco.
La antología que ayer abrió sus puertas en ARTIUM se articula en torno a dos ejes fundamentales condensados en su título: el fuego, metáfora de la pasión propia de las relaciones humanas, cambiantes por naturaleza, y la mencionada visión. Se compone de casi cuarenta obras en diversos formatos: pinturas, imágenes digitales y videoinstalaciones, además de una pieza nueva, una gran videoinstalación en nueve pantallas titulada precisamente El fuego de la visión.
Podéis saber más de esta muestra en la entrevista que hace semanas hizo a Marina Susana Blas.
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