Entrar en el universo de Man Ray es sumergirse en un imaginario de rarezas y poesía, producto de la experimentación y de una nueva forma de mirar y de querer mostrarse al mundo. No en vano ha pasado a la historia por ser una de las mentes más creativas del siglo XX y está considerado por ello –junto a alguno de sus amigos y coetáneos, como Duchamp o Picasso– uno de los grandes renovadores del arte contemporáneo. El dadaísmo y el surrealismo impregnaron su obra, primero como pintor y desde 1915 –posiblemente a consecuencia de su contacto con Alfred Stieglitz– como fotógrafo, convirtiéndose en el favorito de los surrealistas y elevando la fotografía a la categoría de arte, al liberarla de su función documental. Detrás de la cámara él encontró libertad y un nuevo campo de desarrollo y a nosotros nos dejó algunos documentos imprescindibles sobre el grupo de los surrealistas y sus extraños y geniales encuentros.
“Pinto aquello que no puede ser fotografiado, es decir, lo que proviene de la imaginación o del sueño, o de un impulso inconsciente”
Ahora tenemos la posibilidad de acercarnos a su figura a través de una selección de objetos y fotografías reunidos bajo el título “Man Ray. Objetos de ensueño”, que podrá visitarse hasta el 21 de abril en la sala de exposiciones de la Fundación Canal. La exposición, comisariada por Pilar Parcerisas, nos permite conocer una dimensión diferente del autor a las tratadas habitualmente en otras exposiciones realizadas hasta la fecha, al llevarnos hacia un terreno más próximo a la idea de autobiografía. Con los que él llamaba “los objetos de mi afecto” (precisamente por ese carácter autobiográfico) y con sus fotografías, la muestra nos introduce en su cotidianeidad; en ese terreno intermedio entre la memoria, el sueño y el deseo, como lo definió el escritor y pintor Robert Ribemont-Dessaignes; en su interés por la utilización de las máquinas; en la poética de los objetos; en un nuevo concepto de belleza, alejado del naturalismo; o en el juego del ajedrez, afición que compartió con su gran amigo Duchamp.
La primera sección de la exposición, “Amigos, retratos y autorretratos”, nos presenta al artista a través de su propia imagen. En sus autorretratos no aparece posando sino que se representa a sí mismo trabajado e incluso cuando parece que mira hacia la cámara es más bien un gesto casi preformativo. En algunos casos le vemos rodeado de sus objetos predilectos, como su pipa, su cámara u objetos de arte africano; en otros él mismo se ha convertido en objeto y forma parte de una naturaleza muerta. Pero no está solo aquí, su fama comenzó a ser tan grande en los años 20 y 30 que por delante de su objetivo pasaron los principales artistas y pensadores del momento, así como las clases altas de la sociedad, y a cada uno lo retrató de una forma diferente. Un resultado siempre sobrio, concentrado en la expresión del rostro: Gertrude Stein frente a su retrato de Picasso, Lee Miller, su íntimo amigo Tristán Tzara, el impactante retrato de Marcel Proust muerto, fotos de grupo con sus amigos surrealistas o una tomada en Mougins, en 1937, en la que aparece junto a Picasso, Dora Maar, el matrimonio Cuttoli y su pareja de entonces, Ady Fidelin, a quien volveremos a encontrarnos en el recorrido por la muestra. Man Ray utilizó la fotografía como instrumento para plasmar las inquietudes y esencias más profundas de la psicología humana, captando el aura desde la sensibilidad.
En la misma sala en la que vemos los retratos nos vamos encontrando también esos veinticinco objetos en torno a los que se ha querido articular la muestra, que tiene como centro la pieza Lampshade (1919-51), una espiral de papel que se transforma en lámpara. Es también en esta sección, “Objetos de ensueño”, de la que toma su nombre toda la exposición, en la que encontramos piezas míticas como Cadeau (1921) o Poids Plume I (1960-1968), donde Man Ray plasma esa idea de sacar los objetos de su contexto para que dejen de ser funcionales y otorgarles un sentido simbólico. A diferencia de Duchamp, que elige un objeto fabricado por la industria y lo eleva a la categoría de obra de arte, Man Ray crea algo nuevo a partir de la asociación de dos objetos, como vemos en la mencionada Cadeau, una plancha con púas de hierro, o en L’Enigme d’Isidore Ducasse (1920).
Su vida fue una constante experimentación y prueba de ello es la siguiente sección: una pared dedicada a los rayogramas, o fotografías sin cámara. Cuando descubrió que podía registrar la silueta de los objetos simplemente colocándolos sobre papel fotosensible se abrió ante él un nuevo campo y un gran divertimento, plasmando así muchos de los objetos cotidianos que tenía a mano, como lápices, botones, tijeras, cuerdas…, convirtiéndolos en fantasmas de sí mismos.
La mujer y un nuevo concepto de belleza femenina constituye un capítulo aparte en la producción de Man Ray. Sus desnudos y estudios de anatomía revelan su visión de la mujer como objeto de deseo. Lee Miller o Meret Oppenheim protagonizan algunas de las escenas en las que la conexión con lo erótico es evidente y en las que el contraste entre el escenario y la desnudez da como resultado imágenes inquietantes, que pueden resultar singulares pero también encierran algo de siniestro. También propio del surrealismo es la fragmentación de los cuerpos femeninos y el interés por fotografiar manos que se convierten en objetos en sí mismos, de la que es un bonito ejemplo Mains (1930). Entre las obras que vemos en este apartado llaman la atención por su originalidad Demain (1924), un desnudo realizado a través de una doble exposición sobre un cilindro de cartón y un libro con desnudos de Man Ray y textos de Paul Éluard.
El espacio de la galería abovedada de la sala de la Fundación Canal acoge la última parte de la exposición, en la que se tratan tres temas: la relación entre Man Ray y Marcel Duchamp, los maniquíes, tan del gusto surrealista, y el juego del ajedrez. El primero se centra en las fotografías que Ray hizo de piezas como Le Grand Verre o el retrato de Rrose Sèlavy, y en el interés que ambos compartieron por los instrumentos ópticos, el ilusionismo visual y el cine, que los llevó a crear máquinas cinéticas pioneras como Rotary Glass Plates (1920), la película Anémic Cinéma (1926) o el filme estereoscópico Frames from a Projected Stereoscopic Film (1925-1973). En cuanto a la idea del maniquí, que forma parte de esa visión extraña que buscaban los surrealistas entre el artificio y el fetichismo que suponía la idea de poder contemplar el cuerpo desnudo de las muñecas con una cierta carga erótica, vinculada a la imagen de la adolescente ideal, a la mujer-niña, la exposición ha rescatado algunas de las fotografías que Ray realizó de la “Exposición International del Surrealismo”, con forma de calle y dedicada a los maniquíes, que se celebró en 1938 en París, en la Galerie des Beaux-Arts, y en la que participaron, entre otros, Duchamp, Man Ray, Max Ernst, Miró o Dalí.
Llegamos finalmente al capítulo dedicado al ajedrez, un juego dotado de gran simbolismo en las primeras décadas del siglo XX, como vemos ya en muchas pinturas cubistas, a cuya seducción no escaparon tampoco los surrealistas, siendo, incluso, el tema de una exposición, en 1944, en la galería Julien Levy de Nueva York. Fue Duchamp quien enseñó a jugar a Man Ray, convirtiéndose este no solo en un gran aficionado sino que llegó a diseñar varios juegos de ajedrez que se comercializaban en grandes almacenes y tiendas norteamericanas en los años cuarenta, durante su residencia en Hollywood. En la exposición podemos ver un bonito ejemplar compuesto por un damero en madera, con una inscripción que recorre el borde, y 32 piezas realizadas en bronce oscuro y bronce dorado. Con él se cierra este recorrido por la producción de objetos de Man Ray y aunque quizás lo hace con aquellos que resultan más próximos a la lógica o a lo funcional y menos a la provocación, no debemos perder de vista su carácter simbólico y siempre poético.
“Man Ray. Objetos de ensueño”
C/Mateo Inurria, 2
Madrid
Del 30 de enero al 21 de abril de 2019
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