Es posible que se trate de los proyectos más experimentales y menos conocidos de Lucio Fontana: en ellos mantuvo la monocromía de su producción más celebrada pero dejó el cuchillo a un lado. Investigó, como en el conjunto de su obra, sobre el tratamiento del espacio y la luz, pero no sobre la tela, sino en los pasillos y estancias de museos italianos e internacionales.
Desde ayer y hasta el próximo febrero, y bajo el comisariado de Marina Pugliese, Barbara Ferriani y Vicente Todolí, HangarBicocca, el centro milanés que este último dirige, exhibe una recreación de nueve Ambienti spaziali y dos intervenciones ambientales que Fontana llevó a cabo entre 1949 y 1968 en varios centros expositivos.
La mayoría de estos proyectos se destruían al finalizar las muestras de las que formaban parte y esa naturaleza efímera explica en parte que pocos asocien a Fontana a unas intervenciones realmente innovadoras para su tiempo. Entre los que recupera HangarBicocca, algunos se han reconstruido por primera vez desde la muerte del artista en 1968, con la colaboración de su Fundación.
En los años en que trabajó en estas intervenciones –sus últimas dos décadas de vida–, Fontana había llegado a la conclusión, superadas sus transgresiones sobre lienzo, de que era necesario ir más allá de los medios y las posibilidades que ofrecían la pintura y la escultura a la hora de explorar el potencial del espacialismo para romper las convenciones de nuestra percepción.
En 1949, con ya medio siglo de vida, presentó en la galería milanesa Naviglio Ambiente espacial con luz negra, su primer intento por introducir al espectador en dimensiones ajenas a las del cuadro y conquistar una libertad entonces revolucionaria: la defensa de que el arte podía tener lugar en cualquier forma, cualquier medio y prácticamente en cualquier lugar.
Se trataba de una sala pintada totalmente de negro, iluminada, en la que flotaban, en la parte alta, formas orgánicas de colores fluorescentes semejantes a amebas. Esas formas incidían en el vacío de la sala, vacío que posibilitaba que el espectador creara allí un tiempo propio, se situara en coordenadas inventadas y desarrollara, con un libre albedrío inusitado, las capacidades de sus sentidos y su intuición.
Aquel Ambiente espacial con luz negra no logró ni mucho interés ni buenas críticas, pero sí incidiría, como los posteriores ambientes espaciales de Fontana, en el desarrollo posterior del environment a cargo de Oldenburg o Jim Dine. Pese a la falta de respaldo, el artista de origen argentino continuó esa línea de trabajo con provechosos resultados, llevando los ambienti por todo el mundo.
Dos años después, en la Escalera de Honor de la IX Trienal de Milán, presentó otro consistente en un arabesco de luces de neón, y la serie continuó hasta su poderoso broche final: en la Documenta IV de Kassel, en 1968. Se trataba esta vez de un laberinto absolutamente blanco y muy luminoso (también recuperado en Milán) en el que no se resistió a incorporar un tajo sobre un soporte blanco. En cierto modo, estos ambientes son la culminación del viaje hacia otros mundos, un punto místicos o siderales, a los que buscaba conducirnos con sus agujeros: al colocarnos frente a la nada, podemos llenar el vacío con nuestra paz o nuestra angustia.
Ya lo decía en 1947, en su Primer Manifiesto del Espacialismo: El arte podrá vivir un año o milenios, pero siempre llegará la hora de su destrucción material. El gesto es eterno, la materia no.
“Lucio Fontana. Ambienti/Environments”
Via Chiese 2
Milán
Del 21 de septiembre de 2017 al 25 de febrero de 2018
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Una respuesta a “En el entorno de Lucio Fontana”
lorena di meo
Muy interesante estas obras del rosarino Lucio Fontana,no se ven frecuentemente en las exposiciones