Coincidiendo con los cinco siglos transcurridos desde la muerte de Leonardo da Vinci, en 1519 en la localidad francesa de Cloux, el Museo del Louvre acoge desde el pasado 24 de octubre una extensa retrospectiva del genio en la que explora cómo sus hallazgos pictóricos y científicos corrieron parejos y en algún punto convergieron como vías paralelas en su investigación del mundo.
El museo parisino cuenta en su propia colección con cinco pinturas de Leonardo y 22 dibujos (son los fondos más extensos del artista a nivel internacional) y todos ellos forman parte de esta antología, salvo la Mona Lisa, que continúa en las salas de la colección permanente. El resto de las piezas que conforman la muestra, hasta un total de 120 entre pinturas, dibujos, manuscritos, esculturas y objetos, han llegado de instituciones europeas y americanas como la Colección Real inglesa, el British Museum y la National Gallery de Londres, la Pinacoteca Vaticana, la Biblioteca Ambrosiana de Milán, la Galleria Nazionale de Parma, la Galleria dell’ Accademia de Venecia o el Metropolitan de Nueva York.
El motor de la trayectoria de Leonardo fue su curiosidad infinita y la multiplicidad y variedad de sus estudios le llevaron a ser considerado, ya en vida, la encarnación de la sabiduría, concediéndole un aura que no ha declinado aún hoy y que ha contribuido a generar en torno al de Vinci abundantísima literatura sobre su vida y obra, ríos de tinta que quizá hayan proporcionado a la mayoría una visión fragmentada de su talento y de su producción.
El propósito de esta muestra, que es fruto de una década de trabajo de los comisarios Vincent Delieuvin y Louis Frank, es combatir ese sesgo con ciencia: se incluyen nuevos exámenes de sus pinturas en el Louvre y de la conservación de tres de ellas (las de Santa Ana, La Belle Ferronnière y San Juan Bautista) y se arrojará nueva luz sobre su biografía a partir de documentación histórica reexaminada, rompiendo con el enfoque canónico de la vida del maestro a partir de seis etapas coincidentes con sus traslados geográficos.
Lionardo di Ser Piero da Vinci había nacido en esa localidad próxima a Florencia en abril de 1452 y, durante su juventud, fue aprendiz del escultor Andrea del Verrocchio hasta que, hacia 1482, se trasladó a Milán, donde sabemos que pintó La Virgen de las Rocas. Mientras estuvo al servicio del duque Ludovico Sforza, ejecutó además La Última Cena, obra que le otorgó entonces un gran reconocimiento, previo a su regreso a Florencia, en 1500, donde produciría una nueva serie de obras maestras, como Santa Ana, la propia Mona Lisa, La batalla de Anghiari y San Juan Bautista.
Volvió a Milán en 1506 y allí permaneció hasta la elección de Leon X como papa, en 1513, que le llevó a trasladarse en Roma, donde no permanecería más de tres años: por invitación del monarca Francisco I acudió a Francia en 1516 y sus últimos años los pasaría en Amboise, a orillas del Loira.
Su obra fue revolucionaria por una razón esencial: para reproducir la realidad de la vida en un espacio finito y a partir de luces y sombras, desarrolló un estilo de dibujo y pintura único y libre que le permitió dotar a sus figuras de movimiento. Su objetivo era convertir la pintura en una ciencia que abarcara todo el mundo físico, capaz de expresar la verdad de las apariencias.
Su objetivo era convertir la pintura en una ciencia que abarcara todo el mundo físico, capaz de expresar la verdad de las apariencias.
Fue en sus inicios, en el taller de Verrocchio, cuando comenzó a estudiar la naturaleza escultórica de la forma, la relación de dependencia entre movimiento y narrativa y las posibilidades del claroscuro a la hora de generar drama. Su principal fuente de inspiración fue la monumental escultura en bronce de Cristo y Santo Tomás que su maestro había llevado a cabo para la iglesia florentina de Orsanmichele. En esta obra Verrocchio, que también era pintor, demostró su concepción profundamente pictórica de la escultura, de la que Da Vinci aprendió que es posible hacer emerger el espacio y la forma a través de la luz. En este sentido, los estudios leonardescos de cortinas monocromáticas tienen mucho que ver con los de Cristo y Santo Tomás de su maestro en cuanto a percepción del entorno.
La Anunciación, la Virgen del Clavel y el Retrato de Ginevra de ’Benci reflejan la transición de Leonardo de la escultura a la pintura, un cambio impulsado por su interés en el hacer de los Pollaiuolo, que entonces trabajaban en un taller rival, y en las innovaciones traídas a Florencia por los pintores flamencos: el retrato de tres cuartos y el uso del óleo.
Hacia 1478 comenzaría a explorar caminos propios. Para conocer la verdad de las formas y lo que estas tienen de ilusorias, necesitó adquirir libertad intelectual y técnica: en sus dibujos, esta se expresó en un deliberado ataque a la pulcritud de las líneas para transmitir dinamismo; el artista llamó intuitivas a estas composiciones. Sus Madonnas con gato y con un frutero son sus primeros trabajos significativos en este estilo.
El reflectograma de La adoración de los magos muestra un tumultuoso dibujo de carbón y pincel con líneas dinámicas, lavados caóticos, una reelaboración constante y la superposición de ideas: pentimenti que sumergen a las figuras en una turbia oscuridad. Aquella libertad creativa desembocó en una tendencia hacia lo inacabado que terminaría convirtiéndose en otro sello de este autor, ejemplificado en su conmovedor San Jerónimo.
Para una persona de visión analítica extraordinaria, como Leonardo, dibujar no es solo reproducir formas sino expresar relaciones entre ellas; dicho de otro modo, se trata de un acto de pensamiento. En su caso, además, iba acompañado de un constante cuestionamiento del mundo: una necesidad insaciable de entender su alrededor que terminaría convirtiéndose en investigación sistemática del universo físico. Es ingente el volumen de notas, estudios, experimentos, reflexiones y teorías de Leonardo en los que la escritura y el dibujo estaban indisolublemente unidos: un cuerpo de trabajo que representa uno de los capítulos más fascinantes de la historia de la filosofía natural.
No le interesaba (solo) estudiar las apariencias, sino transmitir su verdad de ellas tras estudiar los fenómenos físicos desde dentro, su naturaleza matemática. Fueron justamente sus conocimientos científicos los que le permitieron dominar luces, sombras y la representación del movimiento y el espacio.
El recorrido de la antología del Louvre concluye con la propuesta de una experiencia de realidad virtual que permitirá al público acercarse, como seguramente nunca hayan podido, a la Gioconda.
“Léonard de Vinci”
Rue de Rivoli
París
Del 24 de octubre de 2019 al 24 de febrero de 2020
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