La cultura maya es una de las influencias más evidentes en la obra de Leandro Katz (para Proyecto Catherwood reconstruyó fotográficamente, durante una década, expediciones decimonónicas a sus yacimientos), pero en sus filmes e instalaciones este artista argentino ha cultivado acercamientos a la antropología, la historia y la literatura – no hay que olvidar que es también escritor-.
Coincidiendo con la participación de Argentina como país invitado en ARCO este año, Promoción del Arte presenta en la Tabacalera madrileña desde el pasado 16 de febrero la que es la primera individual de Katz en España: “El rastro de la gaviota”.
Se trata de un repaso a sus cuatro décadas de trayectoria a través de ocho series de imágenes y trece piezas audiovisuales, entre ellas filmes experimentales de los setenta y ochenta, películas documentales y textos.
El montaje escogido para acercarnos a las muchas caras de la producción de Katz no atiende a criterios cronológicos sino conceptuales: unas y otras obras se agrupan en función de sus relaciones de fondo con el contexto social e histórico latinoamericano o con el panorama cultural neoyorquino, dos de los asuntos en torno a los que más ha trabajado este artista bonaerense (son también sus escenarios vitales y creativos fundamentales).
Pese a esas referencias tan ancladas a tierra, otra presencia fundamental en el trabajo de Katz es la luna: la obra que da título a esta antología es el último segmento del que fue su primer largo, El espejo sobre la luna, con tintes metafísicos y ligado a la fantasía y a la memoria.
Sin ella no hay historia, y el argentino no encuentra barreras infranqueables entre lo presente y lo pasado, por eso su regreso a los mayas. En Tabacalera podremos contemplar veinticinco de las fotografías que compusieron el citado Proyecto Catherwood, la recreación de las investigaciones que llevaron a cabo John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood en México y Centroamérica. También una docena de las imágenes que formaron parte de la serie Arco de Labná, dedicada al centro ceremonial de la civilización maya en Yucatán.
Al abordar el pasado latinoamericano y sus conexiones con la actualidad, inevitablemente Katz se ha adentrado en los efectos del colonialismo, y lo ha hecho desde la ironía y aplicando cierta austeridad: aludiendo al naufragio de Daniel Defoe en el que Viernes, el sirviente de Robinson Crusoe, deja su huella en la arena (la huella de Viernes), signo de notoriedad que el argentino relaciona con la imagen fija del pie de una escultura maya.
Rastrear la historia y los yacimientos mayas no ha tenido para este autor un propósito de recreación en lo arqueológico, sino de elaborar a partir de su cultura su discurso personal en torno a lo que la dominación de sociedades significa y también de los múltiples aspectos en que podemos encontrar hoy rastros mayas a nivel local y global.
Del mismo modo que Katz no observa facturas entre lo presente y lo pasado, tampoco las encuentra, ni le interesa marcarlas, entre sus obras terminadas y el proceso, frecuentemente experimental, que las ha originado. Curiosamente uno de sus filmes más atrevidos fue precisamente el primero, llevado a cabo en 1972: Estación Los Ángeles. Combinando imagen fija e imagen en movimiento, retrató con absoluta simplicidad y belleza a la población residente junto a las vías del tren en Quiriguá (Guatemala). El resulto era tan vanguardista como sencillo: se rodó en una única toma combinando el mismo número de planos fijos y en movimiento.
Inmediatamente después trabajaría Katz en las tres películas que dedicó a la luna: Tomas lunares, Notas lunares y La ventana de Judas. El proceso de trabajo en los tres casos fue similar: filmó su salida y su puesta. Varían los escenarios de rodaje: las azoteas de Nueva York, las playas de Rhode Island y los sitios de Yucatán, respectivamente.
Como podréis adivinar, su pasión por los mayas y por la luna tiene algo que ver: cuando el artista formaba parte del programa de Semiótica de la Brown University, pudo usar un telescopio giratorio y capturar imágenes detalladas de la superficie lunar. Entonces, y dejándose influenciar también por sus estudios de la cultura maya, empezó a concebir la luna como pantalla de proyección por su capacidad de atracción y su carácter reflectante. Hubo un tiempo en que la visión de la luna fue un espectáculo social como en sus inicios lo fue el cinematógrafo.
Tras aquellos filmes llegó, ya a fines de los setenta, Alfabetos lunares, sus imágenes sobre el ciclo lunar en las que asociaba cada fase a un signo del alfabeto, y las posteriores películas Multitud 7×7, La caída (otoño) y Mucho ha cambiado París, que también podemos ver en Tabacalera y que destacan, a la vez, por su nula narratividad y sus conexiones literarias: no hay argumento, ni drama ni clímax; sí vanguardia poética.
Y entre las sorpresas de “El rastro de la gaviota” hay que subrayar Rollo Seis. El Gran Tarot de Charles Ludlam, un filme del Teatro del Ridículo apenas expuesto. Este colectivo, con el que Katz colaboró, lo fundó precisamente Ludlam, que en los sesenta alquiló un cine porno para sus ensayos experimentales.
Leandro Katz. El rastro de la gaviota
TABACALERA. PROMOCIÓN DEL ARTE
c/ Embajadores, 51
Madrid
Del 17 de febrero al 16 de abril de 2017
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