Los cuatro han trabajado en rangos temporales y temáticos que van mucho más allá de la Movida madrileña, pero no podemos evitar asociar la obra de Alberto García-Alix, Ouka Leele, Pablo Pérez-Mínguez y Miguel Trillo, una y otra vez, a los ochenta, a la capital y al retrato de las nuevas figuras que avanzarían el desarrollo de disciplinas como la música, la moda, el cine, la pintura o la fotografía en España en las últimas décadas. Por sus objetivos pasaron los asiduos a salas como El Pentagrama o Rock-Ola, probables lectores de publicaciones hoy de culto como La Luna de Madrid o Madrid me mata y espectadores de programas televisivos como La edad de oro o La bola de cristal y de las primeras películas de Almodóvar.
La Movida se convirtió, ya en su momento, en un fenómeno tan discutido como publicitado y mitificado, también internacionalmente, en buena medida por trascender generaciones e ideologías y por su vocación optimista y ecléctica, aunque para algunos se tratara de un movimiento frívolo, narcisista o necesitado de referentes sólidos. Para la mayoría de sus protagonistas, se trató en esencia de un espacio-tiempo y una coincidencia: una época en que mucha gente se encontró buscando superar el pasado estancamiento; en palabras de Pérez-Mínguez, donde haya tres personas con ganas de hacer algo juntos, hay una movida.
Tanto él como Ouka Leele, García-Alix y Trillo coincidieron entonces en las calles de Madrid, pero fotografiaron aquella energía desde enfoques bien distintos y esa diversidad de sus miradas es el centro de la muestra “La Movida, crónica de una agitación 1978-1988”, que la Fundación Foto Colectania acoge hasta el 16 de febrero bajo el comisariado de Antoine de Beaupré, Pepe Font de Mora e Irene de Mendoza y en coproducción con Les Rencontres d’Arles.
A lo largo de esa década en la que se centra la muestra se fechan las imágenes expuestas de García-Alix, pertenecientes a su serie Don´t follow me, I’m lost, frase que coincide, además, con la de su primer tatuaje. Encontramos en estas fotografías imágenes de sus compañeros de juventud y de su propia agitación personal entonces: placer, diversión, drogas y dudas.
Miguel Trillo también retrató una y otra vez a la juventud en la calle, agrupando posteriormente sus fotografías atendiendo a tribus con indumentaria y comportamientos comunes. En aquellos años apostó por formatos innovadores como la proyección, el fanzine o la fotocopia para resaltar esa diversidad, que encontraba más en los anónimos que en quienes poblaban los escenarios de moda: Los grupos siempre hacían lo mismo sobre el escenario, siempre representaban el mismo papel, ya fuera en París, Roma, Londres o Madrid… Pero en el patio de butacas, en la arena de la plaza, el espectáculo era nuevo cada vez.
Sus retratados se convertirían en iconos de época con difícil encaje en las páginas de los diarios, pero también en la esfera artística de nuestro país entonces: Mi trabajo no era aceptado en el mundo del periodismo porque eran fotografías de “posados”, pero tampoco era aceptado en el mundo de la fotografía creativa porque eran demasiado “fáciles”. A mí me interesaba la exploración del icono, su repetición y variación, y supongo que eso tiene que ver con mi formación de filólogo. Una palabra es una imagen camuflada entre letras.
La producción de Ouka Leele, por su parte, está estrechísimamente enlazada a la estética de la Movida, por el riesgo y la frescura de su lenguaje. Su trabajo se exhibe en Barcelona bajo el epígrafe de Mística doméstica porque ella entiende sus imágenes como una sublimación de lo diario y doméstico, al margen de la crítica social. El onirismo de su producción procede, sobre todo, de su imaginación: Primero creo la imagen y luego la fotografía. Utilizo la cámara como registro de algo que yo he creado antes y como base para pintarlo. Mi obra es una mezcla de teatro, imaginación, pintura y fotografía.
Por último, Pablo Pérez-Mínguez fue otro de los grandes retratistas de la Movida, cuyos protagonistas pasaron casi siempre por su estudio, centro neurálgico entonces. Su lema, en los posados, era que todo valía: Mi estudio, recién abierto en 1981, era un cabaré constante, donde se representaba a diario, sin guion, nuestra Vida Misma. Se abría a las seis de la tarde y no paraba de entrar y salir gente hasta las once o doce de la noche. Después nos dispersábamos y reencontrábamos a lo largo y ancho de la noche madrileña. A veces volvíamos de madrugada y seguíamos haciendo fotos, cada vez con más intensidad (…). Éramos hijos del pop y del underground, del cómic, de las fotonovelas y de la publicidad. En nuestro Olimpo particular, todos éramos dioses polivalentes, fascinados por la cultura popular.
“LA MOVIDA. Crónica de una agitación”
c/ Passeig Picasso, 14
Barcelona
Del 17 de octubre de 2019 al 16 de febrero de 2020
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