El Ministerio de Cultura polaco acaba de anunciar la compra (en una fórmula-mixta de compra-donación) de la colección privada de arte de la Fundación Czartoryski, que cuenta con cerca de 85.000 objetos artísticos, entre ellos dibujos de Renoir, el Paisaje con buen samaritano de Rembrandt y el célebre retrato de La dama del armiño de Leonardo. La operación ha sido polémica entre los miembros de esa Fundación, por zanjarse la venta en 100 millones de euros cuando el valor de estos fondos se cifra en cerca de 2000 (solo La dama está asegurada en 350 millones).
El retrato se encontraba en manos de la familia Czartoryski desde finales del s XVIII; antes fue propiedad de Cecilia Gallerani, la modelo, y de Rodolfo II. En 1798 fue adquirido en Italia y después trasladado a Polonia.
El nazismo lo expolió en 1939, pero más tarde regresó a suelo polaco. Ha sido una dama viajera: se ha expuesto en numerosos museos dentro y fuera de Europa; también en Madrid, en el Palacio Real en 2011.
EL ENIGMA DE LEONARDO
La dama guarda enigmas porque su autor es un enorme misterio. Leonardo da Vinci fue uno de los artistas convertidos en leyenda ya desde su muerte; en 1519 Vasari se refirió a él como un afortunado al que los cielos habían otorgado todos sus dones: belleza corporal y destreza física, imaginación incansable, amor por la naturaleza, desdén hacia los pedantes, elegancia, bondad y poderes prácticamente mágicos.
En parte gracias a él, y desde luego gracias a su obra, Leonardo siempre ha sido visto como un gigante que inspiraba tanta autoridad y asombro como temor: un hombre-enciclopedia que lo dibujó, numeró y pensó todo. Al margen de las extravagancias y extraordinarias máquinas que dibujó, su producción encarna la esencia misma del poder del espíritu, sin retórica y con audacia y optimismo.
En Las flores del mal, Baudelaire habló de él como un espejo profundo y oscuro, y también podemos pensar en él como uno de los hombres que, según Valéry, sienten con especial delicadeza el placer de la individualidad de los objetos y se entretienen hipnotizados en el ángulo de una mesa o en la sombra de una hoja, rescatando lo que tienen de seres únicos.
Aunque también es muy posible que el pintor disfrutara de la fluidez de los estados transitorios, de los agrupamientos inconstantes, los cambios, los movimientos y las precipitaciones. Como si las variaciones de las cosas le pareciesen demasiado lentas cuando están en calma, Da Vinci adoraba las batallas y tempestades, la lluvia y los hombres volantes (Huracán sobre jinetes y árboles, 1518).
UN CRÁNEO PARA LA BELLEZA
Cuando Leonardo pintó La dama del armiño, en 1483, estaba inmerso en sus conocidos estudios craneales. Este retrato representa, como decíamos, a Cecilia Gallerani, la muy inteligente y culta amante de Ludovico Sforza, y seguramente ella fue para Leonardo la transcripción casi como Venus de esos dibujos fisionómicos.
Las afinidades morfológicas entre ella y el animal evocan las de Leda y el cisne: podemos sospechar una continuidad inesperada
Y aunque su entalladura ósea, la frente alta y la rudeza de sus manos esconda un canon casi masculino, su cabeza llama la atención por su tectónica sólida y regular, revelando hasta qué punto bajo unos y otros, dibujos anatómicos y retratos femeninos, subyace la misma reflexión sobre la forma, entendida no como la piel de un cuerpo sino como el fruto de un interior causal y natural.
El primer instrumento de trabajo para Leonardo era su ojo, que le permitía plasmar en formas imágenes con las que buscaba resumir la profundidad del universo, las conexiones misteriosas entre los objetos, las leyes de continuidad que escapan a la comprensión del hombre común.
En este retrato sobrio el armiño es emblema de la moderación, la modestia y pulcritud de Cecilia Gallerani, y las afinidades morfológicas entre ella y el animal evocan las de Leda y el cisne: podemos sospechar una continuidad inesperada entre los protagonistas de ambas obras hasta estar unidos por un extraño aire de familia que podemos advertir en la suavidad de la blanca piel, el giro elegante de la cabeza, la naturalidad serena de la mirada o la posición de las manos.
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