Aborrezco por lo general las palabras abstracto o figurativo, especialmente aplicadas a mi trabajo, y aborrezco también el empeño de los que quieren explicar la historia de la pintura como un desarrollo encadenado de conquistas que culminan en los vertiginosos ismos del siglo XX.
Son palabras de Juan Giralt, artista gozne entre el arte informalista español de los cincuenta y la internacionalización de los ochenta cuya obra, inclasificable por propia voluntad, puede relacionarse tanto con la obra de los autores asociados a la pintura esquizoide (que trataban de congelar el automatismo del arte informal en pos de una idea de la pintura como construcción personal) como con la de quienes defendieron una pintura nacida del proceso, de lo performativo –entre ellos Alberto Greco– y con la de creadores que, como el Grupo Cobra o Constant, cultivaron un cierto feísmo.
En palabras de Manuel Borja-Villel, Giralt encontró su personalidad en ese regreso al procedimiento, a la técnica, al dejar que sea el propio ejercicio de la pintura el que le sorprenda: sus trabajos no solo muestran de manera evidente los procesos que los materializaron, sino que son, en esencia, esos mismos procesos. Optó por no decantarse ni por lo normativo ni por lo gestual.
Desde hoy y hasta el 29 de febrero de 2016, podemos visitar en la cuarta planta del Edificio Sabatini del Museo Reina Sofía (donde, por cierto, también se expone obra de Alberto Greco), la primera retrospectiva en un museo nacional de este artista madrileño, una muestra que, según Marcos Giralt, hijo del artista, es sintética pero representa muy bien la producción de su padre y sus distintos mundos.
Consta de aproximadamente noventa obras y explora fundamentalmente dos etapas de Giralt: los años setenta, representados por pinturas y obras en papel en las que comenzaba a abandonar el Informalismo para indagar en los puntos de confrontación entre abstracción y figuración, y el periodo transcurrido entre los inicios de los noventa y su muerte en 2007, en el que abandonó lo figurativo, aunque no del todo: mantuvo el empleo de palabras pintadas y de collages.
Las obras de Giralt, dominadas todas por una expresividad de carácter gestual, son una amalgama rica de elementos diferentes y a veces contradictorios que él combinó sin miedo para ampliar el espacio de sus piezas: palabras rotas o inventadas, cuadros dentro del cuadro, mapas, cromos de animales, caligrafías, estampas publicitarias, fotos, retratos, cuadernos de caligrafía…Lo homogéneo y plano convive con lo matérico y gestual en lo que al uso del color se refiere y acrílico y collage sobre lienzo fueron las técnicas que más a menudo empleó, pese a su preferencia por el óleo.
Nacido en 1940, el artista se marchó a vivir a Londres a los dieciocho y allí asistió a clases de pintura en la Central School of Art and Design y conoció de primera mano la obra de Bacon y el Expresionismo abstracto americano. Residiendo allí presentó, en 1959, su primera exposición española; fue en la Sala Fernando Fe de Madrid.
En 1960 regresó pero solo dos años después, y tras haber expuesto también en la Galería Fernando Abril, se marchó a París. Su pintura de aquel momento recibió la influencia de Dubuffet y de su amigo Alberto Greco, del mismo modo que se empaparía del Grupo Cobra cuando se trasladase más tarde a Ámsterdam. En ese momento comenzó a definir un lenguaje propio, que cultivaría durante los setenta y los ochenta y que le convirtió en un artista esencial de la Nueva Figuración.
De vuelta a España en 1966, Giralt comenzó a elaborar obras seriadas con perfiles humanos estereotipados que rompían con el Informalismo, labor en la que también se empleaban entonces Gordillo o Darío Villalba, con quienes coincidió en la Galería Vandrés, sala abanderada de la vanguardia madrileña y barcelonesa que resultaría esencial en la trayectoria del pintor.
Ya a principios de los ochenta viajó a Nueva York, donde trabó amistad con Juan Muñoz y Paco Grande, y a su vuelta a Madrid su salida de Vandrés, su ruptura con la Nueva Figuración y circunstancias diversas, entre ellas su característica timidez cuando empezaba el mercado de la vanagloria, alejaron de la esfera artística a Giralt.
Los noventa, y sobre todo sus exposiciones en la Galería Barcelona & Cía, la Biblioteca Pública de Nueva York y el Palacio de Revillagigedo gijonés, supusieron su regreso a escena y la difusión del fruto de sus últimos, e intensos, años de trabajo.
La muestra, comisariada por Borja-Villel y Carmen Jiménez, prueba, de nuevo, la querencia del Reina Sofía por figuras fuera del canon, como las también en exposición Nasreen Mohamedi y Andrzej Wróblewski. El año que viene exposiciones de estos artistas hasta cierto punto en sombra se alternarán con las de creadores más conocidos, como Wifredo Lam.
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