Fue arquitecto, artista plástico, escritor, compositor y performer, pero sobre todo un agitador cultural que tuvo un papel muy relevante en la escena creativa madrileña desde los setenta hasta su muerte en 2008: Javier Utray, personaje singular, contribuyó a poner los cimientos de lo que hoy entendemos por arte contemporáneo español y, muy lejos de la especialización, desarrolló una producción, como dijimos polifacética, pero además relacionada en sus distintos géneros, no articulada en conceptos estancos.
Solía presentarse a sí mismo como arquitecto, y aquella fue su primera incursión creativa, pero sus proyectos destacan más por su originalidad como tales, como proyectos, que por los frutos de su materialización, dado que solo trabajó en dos encargos: en Benidorm y en La Manga del Mar Menor. Compañero de generación y andanzas, en los setenta y principios de los ochenta, de autores como Carlos Alcolea, Carlos Franco, Santiago Serrano, Nacho Criado y Chema Cobo, también sintió una conexión profunda, como artista y en lo personal, con Marcel Duchamp: llevó a cabo su propia interpretación de Rrose Sélavy y un Panteón pentamarceliano (1977) que fue censurado en aquel momento y que el propio Utray quiso destruir.
Se involucró, además, en la esfera editorial (en las publicaciones La Luna de Madrid, Sur Express, El Paseante o en la última época de El Europeo) y su producción plástica, ligada a parámetros conceptuales, la complementó con la escritura de textos y ensayos sobre arte y artistas; también con la formulación de poemas.
Tres años después de que recuperara su figura el Centro Dos de Mayo de Móstoles, en una exhibición que repasó todas esas vertientes de sus intereses a cargo de Andrés Mengs y Mariano Navarro, este último, Navarro, comisaría ahora en la Galería F2 de Madrid “Clara – mente morir de arte”, una muestra dedicada a este creador que subraya su consideración de cualquier rutina o hecho banal y cotidiano como acto con potencial artístico y su visión de lo nimio como espacio abierto a todos los significados posibles, sin jerarquías. Su propia vida podría interpretarse como una suerte de plasmación práctica de esa opción de actuar en arte en cada pequeño suceso; ha explicado Navarro, coincidiendo con esta exposición, que conocer a Utray tenía algo de experiencia transformadora, por implicar cambios en el modo de interpretar el mundo.
La expresión que da título a esta propuesta de F2 procede de su poema Mayeúticos enterradores, que acompañaría a su primera muestra en la sala Moriarty en 1990: jugó en él con los nombres de las responsables de este espacio (Lola Moriarty y Clara Díaz-Aguado) para poner en cuestión la idea de que es posible hacer arte dejando a un lado las prácticas y el conocimiento atesorados por quienes nos precedieron.
A diferencia del recorrido del CA2M en 2021, esta exposición se centra en sus pinturas y cuadernos; de las primeras podemos contemplar trabajos fechados en diversas etapas, quedando fuera, por tanto, sus creaciones arquitectónicas y musicales, sus objetos y performances. Convencido de que el concepto -y no la técnica, ni las búsquedas estéticas o de mímesis- es el origen de esa disciplina, la pictórica, solía referirse a ella como pacto con la tela teñida de colores y, avanzando el tiempo, abandonó en sus procesos la elaboración manual.
El trabajo más temprano en F2 es un autorretrato datado hacia 1970 en el que podemos encontrar ya los rasgos que determinan las características propias de la figuración madrileña en este momento: la preferencia por la experimentación conceptual y narrativa frente a la representación per se, una paleta cromática muy viva, la anulación de la perspectiva y un acentuado humor que conectaba con corrientes filosóficas contemporáneas. Dominan esta imagen dos grandes esferas (una cerrada y otra abierta, con dos pupilas) que hablan de uno de los elementos recurrentes en esa producción pictórica de Utray, y también en el conjunto de las reflexiones sobre la historia del arte desde época temprana: el ojo.
En cuanto a sus cuadernos, recogidos en vitrinas y datados en épocas diversas de la trayectoria de este autor, contienen apuntes y notas que ofrecen, en ocasiones, perspectivas alternativas a las pinturas expuestas; en el caso del mencionado retrato, nos invita a abordarlo desde un triple enfoque: como giroscopio óptico descorchando el ojo en una anamorfosis, en referencia a su amado Duchamp; como visualización del recorrer del ojo sobre la pintura; y como ojo acupuntor que, con precisión coreana, perfila estigmatismos sinusoides por todas partes.
Dado que, junto al del ojo, otro asunto muy presente en la obra de Utray es el de la conciencia de la muerte (premonitoriamente o no, dado lo temprano de la suya), este también se trata en esta exhibición. Aparece en la serie Epifanías egipcias, donde se acerca a prácticas ligadas a la pintura pero desde la ausencia de pincelada, gesto y toda elaboración manual -dictando las instrucciones de imprimación por teléfono o a través de un manual-; también en Ojos de camaleón, en la que encontraremos motivos como las calaveras mexicanas o las diosas egipcias, junto a radiografías de las manos (ausentes aquí) del pintor. Destacan estas piezas por sus tonalidades muy vivas.
En esa línea, pero nuevamente en sus cuadernos de trabajo, abocetó la mascarilla mortuoria de la madre de Roussel, una calavera en la mano de su dueño o la danza de las calaveras de Holbein al ritmo del aire que brotaba de ventiladores.
Javier Utray. “Clara – mente morir de arte”
Doctor Fourquet, 28
Madrid
Del 6 de abril al 25 de mayo de 2024
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: