Tras presentar en el Palacio de Cristal, de la mano del Reina Sofía, las tres figuras silentes, en malla de acero, que componen “Invisibles“, Jaume Plensa ha regresado a Barcelona veinte años después de que la capital catalana acogiera su última exposición, entonces en la Fundació Miró. El MACBA exhibe un recorrido por sus proyectos desde los ochenta hasta la actualidad, en una muestra que ha salido de las salas para prolongarse en el exterior, en el patio de esculturas del museo (donde se exhiben The Heart of Trees y The Heart of Rivers) y que, en el verano del año que viene, viajará al Moscow Museum of Modern Art, del 11 de junio al 22 de septiembre.
La obra que inicia esta antología es la emblemática Firenze II (1992), un gran signo de interrogación apoyado entre suelo y pared que pude aludir a la vocación esencial de la disciplina escultórica, y a la nuestra propia, según Plensa: la de plantear preguntas, mantener y celebrar las incertidumbres e imprecisiones (según afirma Barenblit en el catálogo, insuflar sospechas, multiplicar la incredulidad, abonar el escepticismo).
El artista catalán se considera ante todo escultor, aunque haya abordado también otras disciplinas, y sus obras, desde constantes referencias filosóficas, literarias o musicales, vienen apelando a las esencias del ser humano y a sus necesidades primarias: a aquello inexplicable que nos explica como personas. Esas reflexiones construyen sus trabajos, que más que como objetos deben entenderse como ideas materializadas y susceptibles de relacionarse entre sí.
Precisamente la exhibición hace hincapié en el diálogo en la obra de Plensa entre las representaciones de la figura humana y la abstracción -hilo conductor de buena parte de su obra que genera una tensión solo relativa, porque su producción figurativa nunca apela a literalidades- y también en la dualidad de conceptos a menudo en juego: lo luminoso y lo oscuro, lo compacto y lo ligero, la materia y el alma o el sonido y el silencio.
Para este autor, mirar la imagen del mundo es una vía para acercarse a su interior, a lo que explica su funcionamiento; aborda el concepto de belleza, aunque no siempre lo busque, y recurre al volumen, a la palabra o a su ausencia sin temer dejar su estilo en el camino o incurrir en paradojas.
Entre las veinte obras fundamentales expuestas en el MACBA, seleccionadas por el artista y Barenblit, destaca la instalación Mémoires Jumelles (1992), un conjunto de once puntales de hierro extendidos entre dos muros enfrentados que sostienen, cada uno, un objeto fundido seguramente cotidiano para el autor en su trabajo. El público debe pasar bajo ellos, haciéndose partícipe de la tensión que los sustenta. Se trata de una de las piezas de Plensa que, más que ocupar espacios, los generan a través de las distancias y los nexos entre sus componentes.
Sonido y silencio también son, como avanzábamos, parte esencial de la muestra por oposición o por ausencia. En Matter-Spirit (2005), el espectador ha de golpear la escultura con un mazo, de modo que la activa a la vez que la hace presente al resto de espectadores en las salas a través del ruido; Rumor (1998) hace realidad la voluntad de un poema de William Blake en el que se inspira: una gota de agua llena literalmente el espacio al caer en un platillo metálico y, en Glückauf? (2004), las letras metálicas que tintinean y reproducen fragmentos de los Derechos Humanos -hoy se celebra su Día- dan lugar a un continuo murmullo similar al generado por el arrullo de Dante’s Dream (2003).
Desde la ausencia de sonido, comunican por su parte Silence (2016), Self-Portrait with Music (2017), una gran esfera con notas musicales ensambladas que parece a punto de echarse a rodar, o las botellas de las esencias, con nombres de artistas, que forman Islands III (1996).
No solo a la filosofía, la música o la literatura contiene alusiones abundantes la producción de Plensa, también a la propia historia del arte y a las indagaciones de las vanguardias nacidas desde finales del siglo XIX. Dallas?… Caracas? (1997) nos habla de las muy diversas formas de modernidad posibles a partir de centenares de cocinas domésticas de dos ciudades que hoy encarnan, aún más que en los noventa, símbolos enfrentados y expectativas fracasadas, y las dos piezas del patio nos enseñan al propio Plensa escondido, abrazando árboles de dimensiones muy aptas para su cuerpo porque el barcelonés no deja de esculpir lo humano aunque nos lo presente agazapado. Ocurre lo mismo en la acumulación orgánica, esférica, maloliente y pesada que es Tervuren (1989), que Barenblit asocia a una máxima de Antonin Artaud: Allí donde huele a mierda, huele a ser.
Sus materiales y técnicas son enormemente actuales, pero el alimento último de sus trabajos procede de tradiciones antiguas, artísticas y no. Plensa aviva sus fuegos.
“Jaume Plensa”
Plaça dels Àngels, 1
Barcelona
Del 1 de diciembre de 2018 al 22 de abril de 2019
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: