Héctor Francesch confiesa ser fruto, como artista, “de la cultura de televisión, de los tebeos y los dibujos animados, del skate y los juguetes que más me gustaban”, y en los últimos tiempos, también de sus experimentos con las redes sociales, “del exceso de información, las crisis y los avances de la tecnología”. Reconoce también la influencia de las composiciones de Ibáñez, la pintura de Luis Seoane y los dibujos planos de los Simpson.
La sociedad contemporánea y sus males son su material de trabajo, pero siempre los contempla desde la ironía, haciendo hincapié en el humor que puede extraerse de ellos y no en su cara negativa, porque –dice Francesch- “mi obra la planteo como una herramienta para reír, incluso cuando cuento cosas serias”.
Este artista coruñés y autodidacta, en cuya obra encontramos desde personajes que evocan el pasado y la infancia en la memoria colectiva, como los Playmovil de sus inicios, hasta asuntos atemporales, presenta ahora en la Sala Municipal de Exposiciones Palexco de La Coruña, bajo el comisariado de Susana Blas, “Oculus”, un proyecto que transmite tanta diversión como nostalgia y que recoge sus trabajos recientes: instalaciones, esculturas, pinturas, dibujos y vídeos que apelan tanto a la emoción como a la reflexión al presentarnos fragmentos de la realidad desde la mirada interior de Francesch.
En lo formal, el artista se sirve de los códigos del diseño gráfico, pero introduce también una reflexión en torno a ellos subvirtiéndolos, modificando a su modo las relaciones habituales entre fondo y forma, mensaje y apariencia.
Por su ejecución y por la pulsión de lo cotidiano presente en sus obras, éstas remiten al Pop Art, aunque contienen una atmósfera algo inquietante, una belleza distinta, que supera la mera celebración de la vida diaria.
En palabras de Susana Blas, si bien dirán que hay una apuesta irónica y hasta humorística en algunos de estos procesos, y no lo negaré; en esta artistización de lo común y de lo desechable, la ironía se termina doblegando ante una inesperada belleza. Las instalaciones con pajitas, en su embrollo de garabatos y ocupación aérea tienen una lectura lúdica que dibujan en mi rostro una sonrisa, pero en una segunda mirada lo que me atrapa es el rotundo dibujo con volumen que fabrican en el aire, la calidad de una pieza que se acerca al minimalismo zen y se aleja de la ocurrencia y de lo grotesco.
La muestra puede visitarse hasta el 26 de julio.
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