Tras las recientes inauguraciones de Dora García y Marc Pataut en el Reina Sofía, el museo madrileño recupera esta semana la figura de Eusebio Sempere, creador fundamental de la abstracción geométrica española y máximo representante del arte cinético en nuestro país, y presenta una muestra de carácter retrospectivo, que recorre la producción del autor entre los años 1949 y 1981.
Su minucioso trabajo, al que ahora tenemos la posibilidad de acercarnos en detalle, a través de las 164 obras seleccionadas por las comisarias Carmen Fernández Aparicio y Belén Díaz de Rábago, revela su continua y rigurosa investigación sobre la geometría y el movimiento. Durante la presentación de la muestra, Manuel Borja-Villel ha comentado la singularidad de Sempere (Onil, Alicante, 1923-1985) como figura solitaria, como uno de los aspectos que se quieren reivindicar en esta revisión de su trabajo, incidiendo en la idea de que pese a estar en la vanguardia él siempre acabaría remitiendo en sus piezas al cuadro, a la luz y a otros elementos clásicos de la pintura.
La exposición comienza con un conjunto de acuarelas abstractas, realizadas entre 1949 y 1951, en las que encontramos referencias a algunos de los artistas que más interesaban en ese momento a Sempere, como Braque, Klee o Kandinsky. Se había traslado a París, donde entró en contacto con el mundo de las primeras vanguardias y conoció a muchos de sus protagonistas. De todos ellos sería Mondrian quien más le impresionó y, cautivado por el rigor de su arte y la duda sobre qué más se podía hacer después de aquello, Sempere llegó a pasar algunos años sin poder pintar, hasta que finalmente encontró su camino, una senda que no abandonaría hasta el final de sus días. Fue hacia 1953 cuando el artista tomó conciencia de que la realidad debía ser abordada como poliedro, y no como superficie plana, dando así paso desde la abstracción a la tridimensionalidad y los juegos ópticos. De esta época se exhiben un amplio conjunto de dibujos a gouache sobre papel y una selección de relieves luminosos móviles.
En los primeros desarrolló un concepto compositivo que deja fuera la perspectiva, todo es primer plano y los círculos, cuadrados y otras figuras geométricas se multiplican por el papel. Las finas rayas se alternan con planos de color, en ocasiones creando fuertes sensaciones dinámicas que, como él mismo decía, parecían bailar en el espacio de la pintura. Los relieves luminosos, por su parte, están realizados con planchas de madera pintada, láminas de plástico, bombillas y pequeños motores eléctricos que hacen que se enciendan y apaguen intermitentemente. La influencia de Kandinsky aparece en aquellas piezas en las que emplea diseños ovales en primer plano, con los que alude al dinamismo de las formas curvas activadas por la luz; otros se basan en una estructura más estática y hay un tercer grupo, en los que el primer plano aparece perforado por un entramado de líneas que intensifican las posibilidades de la luz y la sombra y que siguen también, como los otros ejemplos, esquemas formales similares a los de algunos de sus gouaches.
Aunque fue así como empezó a introducir elementos propios del cinetismo, en todas sus obras hay una lírica añadida que le hacía escapar de lo que fueron los principios programáticos de aquel movimiento. Su obra es mucho más poética y, como ya hemos indicado, Sempere contó siempre con esa visión un tanto clásica de la pintura y sobre todo del tratamiento de la luz. De la misma manera, cuando los cinéticos ya habían roto con la idea del cuadro, Sempere continua remitiéndonos a él. A pesar de eso, obtuvo un gran reconocimiento dentro de ese estilo, llegando incluso a formar parte de “The Responsive Eye”, la gran exposición de arte cinético realizada en el MoMA en 1965.
Cuando Sempere regresa a España, a principios de los años sesenta, el ambiente artístico estaba dominado por el informalismo y la gestualidad y, siguiendo fiel a su estilo, él inició una nueva etapa en la que trató de centrarse más en la pintura. Comenzó a trabajar en formatos más grandes, las llamadas “tablas” e introdujo referencias al paisaje y la atmósfera en sus obras, sin abandonar la geometría ni el dinamismo. Perfeccionó su técnica de líneas finas con una mayor variedad de colores, manteniendo su interés por los efectos lumínicos y espaciales.
1964 es un año crucial en su producción. Un viaje a Estados Unidos le proporcionó nuevas ideas en las que centrarse (su encuentro con Josef Albers pudo tener algo que ver en eso) y dio inicio a la que sería su etapa de madurez, en la que se mantienen los mismos esquemas lineales pero incorpora nuevos materiales a sus obras, como el cartón y el hierro. De esta época se han reunido varios collage, en algunos de los cuales podemos apreciar hasta tres planos de profundidad con los que, una vez más, Sempere busca trabajar con la vibración de la luz y el dinamismo. Los títulos Cuadrado tomado de Albers, Superposición del óvalo, Descomposición del óvalo o Absurda descomposición del círculo no 1 (todos de 1964), son reveladores del propósito del artista. Junto a ellos vemos también dos de sus primeros móviles metálicos, antes de dar paso a las salas que contienen los grandes móviles, algunos inéditos, además de varias pinturas sobre tabla de carácter más íntimo.
Fue a partir de 1965 cuando comenzaría a colgar de alambres las grandes pantallas móviles, en las que el espectador podía intervenir, dando verdaderamente sentido a las piezas al alterar su configuración gráfica y el efecto de la luz sobre ellas. Destaca en la exposición la bella estructura realizada en 1968 con varilla de hierro con pan de oro que permitía el desplazamiento horizontal de los paneles. También requerían la participación de los espectadores las estructuras/esculturas de bulto redondo hechas con tubos de metal, bien suspendidas o colocadas sobre una base giratoria, como Móvil (1972-1973) y las Columnas (1974), y, por otro, Órgano (1968), Círculo y cuadrado y Torre de Babel (ambas de 1969), y Móvil de la S (1972-1973). Una lástima que hoy en día no se permita esa interacción.
A pesar del peso de estas obras en su producción, ni mucho menos hicieron que descuidara la pintura en estos años ni en los siguientes, en los que realizó algunas de sus piezas de madurez más emblemáticas, como Campo de mimbre o Paisaje de junio, ambas de 1965, cuya meticulosa y depurada técnica de líneas finísimas y rico cromatismo tiene su culmen en 1978 con Horizontes, El día, la noche, la tierra y el célebre conjunto Las cuatro estaciones.
La exposición incluye también documentación que hace referencia a algunas de las exposiciones en las que participó, como “Antes del Arte. Experiencias ópticas perceptivas estructurales”, que organizó el crítico de arte Vicente Aguilera Cerni en Valencia y Madrid en 1968, y a proyectos interdisciplinares que buscaban la interacción de plástica, música, arquitectura, nuevas tecnologías y cibernética. Entre estos merece mención especial su participación en el proyecto para IBM (1969), junto al músico Cristóbal Halffter y el poeta Julio Campal; en el Proyecto de música electrónica (1967), que realizara con el grupo ALEA de Luis de Pablo; o en los “Seminarios de Ánalisis y Generación Automática de Formas Plásticas” del Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid, en los años 1969-1972.
Los últimos años de la década de los setenta fueron de efervescencia artística y cultural en nuestro país, un nuevo despertar al que no fue ajena la televisión, como vemos en la última parte de la exposición, que nos despide con la proyección de dos vídeos en los que encontramos a Sempere trabajando. Uno de ellos nos traslada hasta la primera emisión en color del programa Trazos, dirigido por Paloma Chamorro, que invitó a varios artistas a pintar en directo los decorados del plató. Allí está Sempere pintando –y fumando, al igual que Chamorro–; era el 10 de noviembre de 1977. El otro es el documental Formas y colores (1984), que repasa toda la trayectoria del autor.
Esta exposición, y el merecido reconocimiento a Sempere que supone, tendrá continuidad en otoño, cuando viaje hasta Alcoy para inaugurar la sede que el IVAM tendrá en esa localidad alicantina.
“Eusebio Sempere”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 8 de mayo al 17 de septiembre de 2018
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