Desde la humildad que está presente también en sus imágenes, Gabriel Cualladó se consideró un fotógrafo amateur, sin embargo, fue el primero en obtener un Premio Nacional en esta disciplina, en 1994, tras defender con ahínco que la fotografía era un arte, sin más adjetivos, cuando aún tantos lo ponían en duda.
Diez años después de su última muestra individual y quince después de su muerte, la Comunidad de Madrid presenta, hasta abril en la Sala Canal de Isabel II, una antología del valenciano organizada en colaboración con la Fundació Catalunya La Pedrera: se trata de un repaso temático a su producción a partir de casi 150 obras cedidas por varios museos españoles y también por la familia de Cualladó, porque, como ha explicado hoy su hijo, es muy difícil (seguramente un imposible y un sinsentido) separar su trabajo de índole artística de los retratos familiares: construyó la mayor parte de sus fotografías a partir de la observación de su entorno cercano, familia y amigos incluidos, de ahí la ternura evidente en la mirada del autor y la naturalidad de sus modelos, a los que le gustaba retratar, bien subrayando sus peculiaridades y su personalidad, bien sumidos en sus mundos propios, serenos, ensimismados y ajenos a la cámara. Es tanta la cercanía entre ellos y el fotógrafo que, incluso cuando posan, no parecen hacerlo.
Esa es la razón, junto con la ausencia de pretensiones y de juegos de artificio en lo técnico, y la simplicidad en la mayoría de los encuadres, de que sus conocedores insistan en el silencio y la poesía de sus series, la mayoría en blanco y negro con un jugoso tratamiento de las sombras.
Podemos considerar a Cualladó uno de los mayores exponentes, en la fotografía española, de que una imagen sencilla y directa puede perfectamente cobijar un discurso estético hondo; también de que en series realizadas en pocos días (es el caso de la dedicada a los visitantes del Museo Thyssen) es posible la densidad de significado y de que, en las llevadas a cabo durante años o décadas (como la que brindó al Rastro madrileño), es factible la coherencia.
Las personas y las huellas físicas de su humanidad son el eje de sus fotografías -la infancia era para él una mina de oro de autenticidad-, y en las pocas en las que no aparecen se hace evidente su ausencia. La mayoría de los trabajos expuestos en la Sala Canal de Isabel II se fechan entre los cincuenta y los setenta y tuvieron como escenario las calles de Madrid, los paisajes rurales de Asturias y las calles de París (a esta ciudad acudió Cualladó en 1962, invitado junto a otros nueve fotógrafos, para realizar un reportaje callejero en el que, eso sí, se les vetó el acceso a La Sorbona y a los sintecho. Él se dejó seducir por el ambiente y los trabajadores de Les Halles, desplegando aquí encuadres más atrevidos).
Solía buscar entre la gente sonrisas rápidas, gestos de melancolía o inocencia; el comisario del proyecto, Antonio Tabernero, habla en el catálogo de instinto: Cualladó nos muestra que, al fotografiar, es conveniente dejarse ir para que surjan ciertas cosas del inconsciente (…) Hay un componente de instinto que puede llevarte a romper paradigmas.
En sus últimos años, él, que siempre había encontrado vida en el negro, por lo que tenía de íntimo y magnético, se decidió a explorar el color, tímidamente y sin dejar de lado la búsqueda de poesía: seguramente por eso eligió la Polaroid, por la sutileza de los resultados. Algunas de las imágenes que realizó con ella pueden verse en Santa Engracia, parte de ellas dedicadas a su amigo, el también fotógrafo Paco Gómez. De la exhibición forman también parte retratos de Xavier Miserachs, Bernard Plossu o Masats.
El hijo de Cualladó, que ha contado hoy que trabaja en la catalogación de la obra de su padre, ha subrayado la importancia de que regrese a la actualidad su legado una década después de su última muestra individual, y ha citado como “momentos estelares” de la trayectoria del artista su participación, desde 1957, en el Grupo AFAL (al que el Museo Reina Sofía dedicará una exhibición este año), y después en La Palangana; sus primeras pequeñas exposiciones tras años de trabajo callado, el reconocimiento sobrevenido con el Premio Nacional y la oportunidad de fotografiar, calladamente y por encargo del Thyssen, al público de este museo. Al voluntario y al involuntario, porque también aquí hay niños que parecen perdidos entre obras esperando ser ellos los misterios hallados.
Ese fue uno de sus últimos proyectos y quizá también uno de los más lúdicos: se establece, una vez más desde la naturalidad, un rico juego de miradas entre quienes miran las pinturas o se fotografían frente a ellas, el artista que los retrata pasando inadvertido y los espectadores que ahora observamos esos instantes concentrados en el tiempo que se detuvo frente a la cámara.
“Cualladó esencial. Gabriel Cualladó fotógrafo (1925-2003)”
SALA DE EXPOSICIONES CANAL DE ISABEL II
c/ Santa Engracia, 125
Madrid
Del 17 de febrero al 25 de abril de 2018
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