No es difícil saber que Taxi Driver va a tener algo de amenazador desde sus primeros compases: los sonidos metálicos de la secuencia inicial – la banda sonora es obra de Bernard Herrmann- sugieren peligro.
En la calle, territorio fundamental del filme de Scorsese que cumple ahora medio siglo, el vapor brota del suelo y sume al espectador en una pantalla en blanco. Surgido aparentemente de la nada, un taxi amarillo atraviesa esa cortina de humo lentamente mientras la cámara en off se pierde en la lejanía y entre armonías graves.
La nube se cierra tras él hasta que dos ojos negros se distinguen en primer plano, ahora completados por un tema de jazz. Miran en una y otra dirección bajo la luz de las farolas, observando los alrededores: pertenecen a Travis Bickle (Robert de Niro), que empieza el film como exmarine y común taxista neoyorquino y lo termina como un ángel vengador.
Hoy no es apenas discutida la solidez de la trama de esta película, que sí dividió a los críticos cuando se estrenó: para algunos, Bickle sufre de una evidente desorientación moral; para otros, estamos ante un loco homicida, un individuo alienado por la gran ciudad de los que se dan en todas las urbes. Uno de los textos de los carteles que aquí aparecen reza: En cada calle, en cada ciudad, hay un don nadie que sueña con ser alguien.
A Travis le ayuda en su oficio el hecho de que no puede dormir por las noches, pero se hizo con el taxi, en su expresión, para ganar unas monedas. En su entrevista de trabajo sabemos que llevará a la gente allí donde quiera, también a los barrios que sus colegas eviten: donde las bandas callejeras o las jóvenes prostitutas han encontrado su territorio; zonas oscuras o, por el contrario, sometidas a publicidades luminosas y estridentes.
Cuando obtiene el empleo, y él y su taxi empiezan a fundirse en un todo, atisbaremos también que una catástrofe ha iniciado su curso. Contemplaremos la noche desde su coche en marcha, en secuencias impresionantes y en un estilo que alternará entre la subjetividad y el enfoque documental (o semidocumental). Además, la música no se limitará a acompañar el relato, sino que lo articulará acústicamente, generando una unión muy peculiar de sonido e imagen. Scorsese convierte, prácticamente, los trayectos en este taxi en una metáfora del cine.
Cuando el protagonista conoce de forma casual a Betsy (Cybill Shepherd), ayudante en una campaña electoral e, incapaz de expresar sus emociones y de entenderlas, fracasa al intentar mantener una relación amorosa con ella, experimenta una frustración que lo conduce a las armas.
Camina por la ciudad, sin rumbo y solo. Como su coche al principio, surge de la nada y en la nada se disuelve. Ejercerá la violencia física, pero también contempla y es objeto de otra forma de violencia tácita: se ha perdido en la metrópoli y parece encarnarla con sus aristas, por más que su rostro y su figura sean inconfundibles.
Hay que recordar que Scorsese realiza sus películas en papel: las dibuja previamente como boceto en un guion gráfico; por eso sus imágenes encarnan un verdadero lenguaje. Y el guion textual corresponde a Paul Schrader, en la que fue su primera colaboración; a él se le deben las escenas más recordadas de este film, en las que Bickle, ante el espejo, se bate consigo mismo, como primera víctima de su propia personalidad: ¿Hablas conmigo? ¿Me estás largando un rollo?
Merece la pena referirnos algo más a Bernard Herrmann, cuyo rostro es posible que muchos reconozcan: realizó un cameo en El hombre que sabía demasiado en 1956, interpretándose a sí mismo dirigiendo la sinfónica de Londres (de su música era igualmente autor).
Nacido en 1911 en Nueva York, comenzó trabajando para la radio antes de colaborar en el cine, y no con figuras menores: además de Hitchcock, Orson Welles, Truffaut o Brian de Palma. Le debemos parte del aura de De entre los muertos, Psicosis, Con la muerte en los talones, Ciudadano Kane o Farenheit 451 y supo utilizar la orquesta con eclecticismo: podía componer obras conservadoras, fragmentos oscuros y hacer uso de cuerdas que imitaban sonidos metálicos.
Le gustaba la literatura romántica de las Brönte o Moby Dick de Melville: a veces el mar era la base de sus partituras. En lo personal, como tantos talentos, no era de trato fácil, sino susceptible y obsesivo, y no terminó bien con Hitchcock en Cortina rasgada. Taxi Driver fue su último proyecto, poco antes de morir.


