Sara Mesa, los libros del desasosiego

16/05/2017

Sara Mesa. CicatrizEl mundo es impasible ante cualquier cosa que suceda, por inusual, horrible o cruel que esta sea. Visto así, el mundo no tiene mucho que ver, realmente, con nosotros.

Mala letra, Sara Mesa

New Life fue la residencia de ancianos más grande y lujosa de Vado, pero ahora Vado es una ciudad fantasma y New Life apenas cubre los servicios mínimos de sus bastante trastornados residentes. En la ciudad terminaron proliferando los incendios, pero antes hubo llamas destructoras que no se vieron (Un incendio invisible). Sonia y Knut, que se conocieron en un foro literario de Internet y entablan una relación indefinible, entre el deseo y el rechazo, en la que al menos no se ocultan sus extrañezas ni cicatrices, exploran hasta dónde tenemos permitido y prohibido llegar en las relaciones personales y en el entorno social. No parecen tener clavo al que agarrarse más allá de su propia cordura a prueba y manifiestan una relación compleja también con los objetos, entre el fetichismo y el desapego (Cicatriz). Y Mala letra es un compendio de once relatos que cuentan instantes decisivos en los que personajes también sin asidero hacen frente a noches que se les vienen encima en medio del campo, homicidios involuntarios, suicidios en el vecindario, palabras-piedra (no haría mal la RAE en tenerlas en cuenta) y remordimientos y culpas que desencadenan más negritud por si no fuera bastante.

Hablamos de Sara Mesa hace algo más de un año al incluirla en una injustamente breve lista de novelistas a los que seguir los pasos, y antes de estos tres volúmenes de los que acabamos de hablaros (todos publicados en Anagrama) había escrito Cuatro por cuatro, con el que fue finalista del Premio Herralde. Los hemos leído en orden caprichoso, comenzando por Un incendio invisible, que ganó el Premio Málaga en 2011 y que fue hace pocos meses reeditada tras algunas modificaciones de la autora; siguiendo por Cicatriz, de 2015, y acabando por Mala letra, de 2016 (tenemos pendiente Cuatro por cuatro, menos habitual en librerías). Y os diremos que realmente no podemos elegir una opción mejor que otra para adentrarnos en los mundos de esta autora, bastante coherente temáticamente y en cuanto a estilo en estos años; quizá sí haya evolucionado hacia un mayor peso de los diálogos.

Sara Mesa. Mala letraSus protagonistas suelen encontrarse solos o ser solitarios, al margen de que formen parte de familias convencionales de las que no dan calor. Hay quien tiene a sus padres muertos en la habitación o los sustituye por maniquíes, quien se deja cuidar por tíos hirientes, quien se relaciona más o menos casualmente con quien le traerá amarguras. La mayoría de sus personajes encuentra reemplazos dañinos a necesidades personales no cubiertas. Los escenarios en los que se mueven parecen ficticios o utópicos por desacogedores, pero todo en ellos remite a lo cotidiano, y esa es la gran paradoja: la gran ciudad de Cárdenas y sus centros comerciales visitados por ladrones ocasionales, paisajes campestres en los que la amenaza gana a lo bucólico, y ciudades fantasma, como la distópica Vado, fruto de la especulación. No hay calidez posible, los acercamientos verdaderos son escasos, y por eso algo -nuestro gusto por la seguridad, la tendencia a conformarnos y no cuestionarnos demasiado- nos hace pensar que sus mundos, estas atmosferas sombrías con peligros al acecho, son lejanos. Como suponéis, ilusos somos; nos quedan a un paso.

Animales y objetos simbolizan emociones, la tensión de cada trama la acentúan las elipses y los desenlaces no trillados; en general, en las obras de Sara hay más zonas de sombra que de luz. En la narración, porque desde lo nimio y cotidiano sabe desarrollar intriga y turbación, y en los protagonistas, porque no hay personajes estupendos, menos estupendos y malvados sino un continuo elenco de grises movidos por las dudas. Mirándose las puntas de los pies, metiéndose en el fango y a veces a los demás con ellos.

Hay demasiada luz ahí fuera, en nuestro reino virtual, así que nuestro elogio para quien enseña las pezuñas de la sombra y, además, no reclama su presencia entre sus personajes e historias: aquí cualquier atisbo biográfico no es más que intuición del lector. Hay ironía y crítica distanciada, pero no juicio, ni fácil ni difícil. Podríamos quedar todos imputados.

 

 

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