A Luigi Pirandello lo conocemos sobre todo por su teatro, pero antes que ese género cultivó el de la nóvela y en uno y en otro mantuvo una densidad existencial parecida, preguntándose por la identidad del yo. Entre su producción novelística destacó, sin duda, El difunto Matías Pascal (1904), en la que el autor siciliano abordó uno de sus temas preferidos: el desdoblamiento y la pérdida de la identidad personal que conducen a la completa incertidumbre. Se pregunta: Matías Pascal, ¿cuándo era más él? ¿Cuándo estaba vivo o cuando le creen muerto? Porque el hombre no sabe quién es: Uno, ninguno, cien mil, como se titulaba otra de sus novelas dos décadas posterior.
Repasamos otras novelas-compendio, esas que -prácticamente, para no exagerar– resumen carreras y nos ofrecieron, como El difunto Matías Pascal, lo mejor de sus autores:
EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Marcel Proust tuvo la suerte, por su acomodado origen familiar, de poder dedicarse a la escritura sin preocuparse por la economía. Los ambientes burgueses, aristocráticos y elegantes con los que entró en contacto le sirvieron de material para sus obras, aunque lo relevante en ellas no es tanto el tono social como la forma de exponerlo.
Cuando, entre 1910 y 1922, escribió En busca del tiempo perdido, Proust se había decidido a llevar una vida aislada en una habitación tapizada de corcho con las ventanas cerradas. De allí solo salía por las noches.
El tiempo en que maneja las historias no es el objetivo, sino el del recuerdo y la memoria, las impresiones y las reminiscencias, y ese tiempo líquido queda por encima de los sucesos narrados, los personajes y el ambiente: es su razón de ser. Podemos decir que Proust trata de recuperar el tiempo (perdido) desde el hombre, subjetivamente, discurriendo veloz o deteniéndose morosamente.
A partir de Proust podemos hablar, en el ámbito de la novela, de una estructuración y de un tratamiento de los materiales derivados de una noción de tiempo impresionista.
EL RUIDO Y LA FURIA
William Faulkner fue un maestro aunando sus agitadas experiencias personales y sus observaciones del Sur estadounidense con un vocabulario sugerente e imaginativo, hasta el punto de confundir al lector sobre lo que es realidad y fantasía. Dio personalidad a los objetos y sangre a lo abstracto.
El ruido y la furia fue la primera y probablemente la mejor de una serie de tres novelas en las que relató la historia de una familia sureña a lo largo de varias generaciones. Nos traslada a ese Sur nostálgico de la Guerra de Secesión, poblado de gentes y costumbres conflictivas, quebrando el tiempo en constantes flashbacks y regresos al presente y reviviendo la historia pasada desde la actualidad y el monólogo interior.
En El ruido y la furia (1929) estructura el relato en cuatro núcleos narrativos en contrapunto cronológico. La siguieron, por cierto, Santuario y Mientras agonizo.
Si sois novatos en Faulkner, sabedlo de antemano: hay que tomárselo con tiempo (no tanto como a Proust). Lo advirtió Claude-Edmonde Magny: No es de extrañar que frecuentemente el lector se sienta inclinado a pedir gracia o, por lo menos, a protestar por el esfuerzo que se exige de él, y a acusar al autor de arbitrariedad y hasta de perversidad.
EL EXTRANJERO
Camus se resistió a enrolarse del todo en el existencialismo, era más literato y menos ideólogo que Sartre, pero su gran tema fue, como el de los escritores ligados a esa corriente, el problema del hombre y su libertad abordado desde una perspectiva libre de creencias religiosas. Su primera gran novela fue El extranjero (1942), que narra la historia de Meursault, sumergido en un absurdo vital desolador. Al protagonista no lo conmueven ni la muerte, ni el crimen ni el sufrimiento; parece ajeno a cualquier sentimiento y para él ni vivir ni morir tiene especial sentido. Tras un proceso judicial que Camus critica con sarcasmo, Meursault camina hacia la muerte aceptándola como otra sinrazón más.
Cinco años después llegaría La peste, donde Camus comenzaba a encontrar cierta salida a ese nihilismo corrosivo: la rebelión, no necesariamente acompañada de esperanza ni de resultados, sino como mero ejercicio de solidaridad existencial.
NADA
Nada es probablemente la mejor novela de Carmen Laforet, pese a la juventud de la escritora cuando la publicó (data de 1945, cuando ella tenía 24 años). Recrea el ambiente de la sociedad española de posguerra, centrándose en una familia marcada por la mediocridad y la alienación y en el entorno universitario. Robert C. Spires dijo de esta obra que, como La familia de Pascual Duarte de Cela, en lugar de documentar las circunstancias sociopolíticas del momento, transforma esas circunstancias en la experiencia de una psique que choca con la nueva realidad española. Cruda y desesperanzada, como el buen título indica.
DOCTOR ZHIVAGO
La libertad individual contra todo y todos. La épica novela de Pasternak llevada al cine y protagonizada por un médico que trata de ponerse a salvo, a él y a su conciencia, durante la Revolución Rusa, y la vida de su autor tienen ciertos puntos en común: el escritor, obligado a rechazar el Nobel en 1958, murió en plena campaña en su contra a cargo de las autoridades soviéticas, pagando el precio de la independencia.
Lo sensorial de su escritura quizá tenga que ver con sus dotes artísticas (antes de escritor, Pasternak fue pintor y pianista). Doctor Zhivago es un melodrama de virtudes estilísticas evidentes y de una intensidad que atrapa en lo trágico y en lo feliz.
ENTRE VISILLOS
La obra que le valió a Carmen Martín Gaite el Premio Nadal en 1957 muestra un mundo cerrado y asfixiante en una ciudad pequeña de los cincuenta, los tópicos enervantes y las formas absurdas, y lo hace desde una técnica detallista y objetivista que tendría eco en novelas posteriores de esta autora salmantina, como Ritmo lento o Retahílas.
El carácter de un profesor de alemán recién llegado al instituto choca con la cerrazón de sus alumnas y su conformismo.
TIEMPO DE SILENCIO
Cuando Luis Martín-Santos se dispuso a escribir Tiempo de silencio, solo pocos años antes de su muerte a los cuarenta, la novela predominante en los medios literarios españoles era la del realismo social, pero él quiso superar su objetivismo viajando al polo opuesto: a un subjetivismo en el que la ironía y un lenguaje algo barroco ampliasen las miras de un callejón de lo social que se le quedaba pequeño.
A diferencia de las novelas sociales de los sesenta, aquí no hay protagonista colectivo, sino individual; no hay conductismo sino auto-análisis de un fracaso personal y profesional y tampoco hay personajes planos buenos y humillados o malos y ociosos, sino que los rasgos se interrelacionan y quienes son víctimas lo son, más bien, de las circunstancias. Todos los personajes, en cualquier caso, luchan a brazo partido con su propia existencia pero ejercen también cierta posibilidad de elección; cierta porque las diferencias insalvables entre sus deseos y la realidad hacen que no haya opciones reales de cambio.
Esta novela se ha enmarcado a menudo en la línea barojiana de análisis nacional, aunque aquí Pedro, el héroe abandonado, se muestra con mayor poder destructor que el de los mitos hispánicos. Martín Santos desmitifica los supuestos valores nacionales, apuntando a ellos con cierto encono y recurriendo a la ironía, la ridiculización o la parodia.
VOLVERÁS A REGIÓN
Aunque se dio a conocer con Una meditación (1970), obra en la que se remontó a los momentos inmediatamente anteriores a la Guerra Civil recuperando procedimientos para reconstruir narrativamente el pasado que recuerdan a Faulkner y Proust, puede que la novela más interesante de Juan Benet fuese la anterior Volverás a Región (1967), donde localizó el espacio geográfico imaginario que daba sentido a las vidas y acontecimientos de quienes pueblan sus novelas. Ese mundo extraño, entre lo real y lo fantástico, lo había anticipado antes en la colección de relatos Nunca llegarás a nada (1961), que pasaron al principio desapercibidos.
En Región asistimos a la historia particular de tres personajes en contrapunto con otra historia general, la de la Guerra Civil. Benet aplica tres perspectivas: la del propio narrador, la de un doctor y la de la hija del general Gamallo, y entretanto superpone distintos planos temporales.
Alberto Oliart dijo de Volverás a Región que, por su estructura e intensión, se acerca a la técnica musical. Tiene sentido porque sabemos que Benet era muy aficionado a la música y sobre todo a Wagner.