No estamos muy de acuerdo con que, más allá de la infancia primera, deba haber libros aptos o no aptos para las distintas edades, sino obras más adecuadas para distintas curiosidades. En lo que sí creemos es en que leer algunos libros en sí mismos deliciosos puede hacer magia cuando se es adolescente y “solo” entusiasmar después. Cuestión de distancias mentales.
Como no es lo mismo conocer Roma que volver, recordamos ocho libros que nos atraparon hace unos cuantos años, décadas. Sabemos que no han perdido sus efectos:
EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO. J.D.Salinger
El clásico de Salinger, más que ser adecuado para adolescentes, es la adolescencia. Y seguramente se disfruta más siendo adulto que entonces, pero, aún así, merece la pena acercarse en esos años a la historia de Holden Caulfield, cuando quizá él habla de lo extraño que es el mundo y de la necesidad de encontrar tu sitio con el mismo lenguaje con el que lo haces tú. O empatizas con sus dudas y sus ansias y te imaginas a Holden como un James Dean de 17 del todo perdido. Hoy este libro no debería generar los escándalos que causó cuando se publicó, en 1951, pero quién sabe. Como apuntaba recientemente un profesor hablando de la educación de ayer y de hoy, puede que aún tenga ese poder.
JANE EYRE, Charlotte Brontë
No lo decimos (solo) porque podamos entenderla como una novela tan decimonónica como feminista, sino por el talento de Brontë a la hora de novelar, probablemente, su propia vida tras quedar en la infancia huérfana de madre, y de adoptar, no solo miradas, sino formas de contar de una enorme modernidad hablando de la educación en la infancia y del amor.
Y, además, los jóvenes siempre pueden completar la lectura con el cine porque, esta vez sí, hay versiones de muy buena calidad, como la que en 1944 protagonizaron Orson Welles y Joan Fontaine. Jane Eyre puede ser un buen camino para iniciar a los jóvenes en el buen cine y la buena literatura, dos en uno.
EL CONDE DE MONTECRISTO, Alejandro Dumas (y August Maquet)
Si las bibliotecas de clásicos son algo parecido a altares, Dumas padre merece una peana aparte (del hijo nosotros no podemos decir lo mismo). Esta novela, nacida como folletín por entregas en 1844, es una historia de aventuras pura y dura de la que puede gozar cualquier amante del género, y más los adolescentes, pero además incorpora píldoras de reflexión sobre la justicia, la compasión o el perdón, lo mejor y lo peor de las personas, oportunas y expresadas con didactismo pero sin moralina.
Después de leerlo, querrán saber que la trama está inspirada en una historia real –la de un zapatero francés llamado François Picaud–, que Dumas no es su único autor sino que pagó para que el nombre de Auguste Maquet no apareciera en la tapa y que, por más que proliferen, nadie interpretó mejor al Conde que Gérard Depardieu. Y también querrán continuar con Los tres mosqueteros.
EL VIEJO Y EL MAR, Ernest Hemingway
El remanso necesario para impacientes y ansiosos, sean o no adolescentes, es El viejo y el mar, la última novela de ficción que publicó Hemingway y que ambientó en Cuba, donde la escribió en 1951. Habla de infancia y vejez, de soledad, perseverancia, y de la importancia de ser fiel a uno mismo aunque no logres tus objetivos ni ganes nada material con ello; de cosas de las que no se habla ya demasiado. Hoy muchos considerarían al viejo un perdedor por no abandonar a tiempo lo que no funciona; otros podrán ver en él mucha dignidad. Y puestos a verlo, nos quedamos con la interpretación que hizo de él Spencer Tracy en una película casi artesanal titulada igual que la novela.
LAS AVENTURAS DE TOM SAWYER, Mark Twain
Y las de Huckelberry Finn, claro. Y junto a ellos, Joe Harper, Becky Thatcher, Joe el Indio, Jim o la tía Polly. La amistad no se enseña, pero Mark Twain sí nos enseñó qué eran dos amigos y hasta dónde podían (y no podían llegar), adentrándose en cuevas y en el Misisipi, defendiéndose a sí mismos y cuestionando también el racismo y la esclavitud. Pesimista, pero siempre actual.
LA ISLA DEL TESORO, Robert Louis Stevenson
Como El Conde de Montecristo, fue folletín, sin mucho éxito, antes de convertirse en una gran novela apta para que niños y adultos reflexionaran sobre la riqueza y el afán por obtenerla y sobre la lealtad (y en cómic y también en videojuego).
Stevenson no había cumplido los treinta cuando la escribió y se ganó alabanzas, aunque no muy generosas, de Henry James. Otros lo compararon nada menos que con Walter Scott.
Después de leerla, los jóvenes querrán saber que también hay referencias históricas y geográficas con trasfondo real. Y Stevenson también trajo buen cine: mejor elegir la versión primera de Víctor Fleming, el director de Lo que el viento se llevó.
EL BAILE, Irène Némirovsky
Los que pasáis a menudo por aquí ya sabéis que tenemos debilidad por sus novelas. Esta es una de las más breves, aunque salvo Suite Francesa las suyas nunca sean extensas, y la más vinculada a la adolescencia. La familia Kampf lo tiene todo salvo paz interior y Némirovsky enfrenta, una vez más, a quien ansía reconocimiento, fama, dinero y admiración con quien solo quiere vivir y disfrutar. También se recrea, como casi solo ella sabe, en los recovecos de las familias, complejas como agujeros negros. Su obra no ha sido aún llevada al cine, y se presta, y nos estamos perdiendo mucho.
EL CAMINO, Miguel Delibes
Porque siempre es oportuno recordar que la infancia que hemos tenido no es la que todos tuvieron, también lo es conocer a Daniel, el Mochuelo, el hijo del quesero que viaja a la ciudad, donde se siente extranjero, para estudiar y progresar; a su amigo el Moñigo, que lo defiende de todos pero teme a las estrellas, y a Germán, el tiñoso, que tiene la cabeza llena de pájaros y de calvas.
Y después, aprovechar las vacaciones para acercarse al pueblo donde Delibes se inspiró: Moñedo, en Cantabria, donde él mismo veraneaba de niño.