Puede ser que Jorge Luis Borges sea el mejor representante de la novela intelectual hispanoamericana, aunque en principio se dio a conocer como ensayista y poeta. Altamente erudito y militante del Ultraísmo, publicó en 1941 su primera colección de cuentos: El jardín de los senderos que se bifurcan. Después llegarían Ficciones, El Aleph, El hacedor, El informe de Brodie, El libro de arena o Borges rosa y azul.
¿Qué encontrar en estas colecciones? Cuentos sobre el hombre, su tiempo, su muerte y su identidad desde la ironía que adopta quien ha visto cómo alcanzar el entendimiento suponía el fracaso. Su búsqueda de la verdad de la existencia la realiza, paradójicamente, en un mundo fantástico, creado por el autor desde la libertad absoluta, y también desde una tensión constante y desde el esfuerzo intelectual. Recurre a referencias culturales muy variadas: literarias, históricas, mitológicas y también alude a veces a acontecimientos banales. Parecen ensayos de metafísica, pero no deberíamos confundirnos: los cuentos de Borges son, ante todo, literatura.
Como suponen un reto a nuestra imaginación y nuestra inteligencia, quizá las vacaciones, una etapa en la que en teoría estamos más frescos, sea un buen momento para leerlos. Os proponemos diez:
El inmortal. Aquí Borges comienza presentando el relato como hubiera ocurrido realmente, pero finalmente alude a los comentarios que este cuento ha despertado en algunos ensayistas, sobre todo en el del doctor Nahum Cordovero, que demuestra que el documento es casi un plagio.
El inmortal plantea el problema de la ilusión de la inmortalidad en el hombre y las horribles consecuencias que de ella se derivarían: haría a los hombres “invulnerables a la piedad”. Subraya como la diferencia más radical entre lo mortal y lo inmortal está en la abolición o la permanencia de la sorpresa: “Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los inmortales, cada acto es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron”. Curiosamente en este juego se encuentra el afán de la eternidad y la pervivencia de la identidad: “Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto”.
El muerto. La historia del muerto, Benjamín Otálora, también es presentada como proveniente de una fuente exterior (Ignoro los detalles de su aventura; cuando sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen podría ser útil).
El tema básico de El muerto es el de la fatalidad, el del destino del hombre; aquí todo sucede como si Benjamín tanteara su suerte en distintas correrías y aventuras hasta cuando “resulve suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira”. Pero todo era un engaño de la libertad de hacer, porque realmente obedecía a la voluntad de un jefe: “Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que lo han condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto”. Puede que leyeran El Muerto quienes idearon El show de Truman.
Historia del guerrero y de la cautiva. Aborda la oposición de contrarios que se da en el corazón de cada hombre, la razón y el instinto, fuerzas que se anulan pero conviven. Acude para mostrarla a dos historias separadas en el tiempo: la del guerrero lombardo Droctulft, que en el asedio de Rávena abandonó a los suyos y murió defendiendo la ciudad que antes había atacado, y la de la cautiva que prefiere su prisión a la libertad de la civilización originaria. La primera historia se inspira en una página del libro La poesía de Croce; la segunda fue vivida por los abuelos de Borges. Según el escritor, “a los dos los arrebató un ímpetu secreto, más hondo que la razón, y los dos acataron ese ímpetu que no hubieran sabido justificar. Acaso las historias que he referido son una sola historia. El anverso y el reverso de esta moneda son, para Dios, iguales”.
Emma Zunz. Ésta es la historia de una venganza contada por quien conoce perfectamente los hechos, incluso los pensamientos de la protagonista. A diferencia de otros cuentos de Borges, se trata de un relato realista, aunque no faltan sus tópicos permanentes ni la presencia de la irrealidad, lo laberíntico, la confusión de la verdad con la falsedad.
La casa de Asterión. Se trata de una fantasía momentánea, como un flash, narrada en primera persona por el propio Asterión a excepción de las últimas cuatro líneas, en las que Borges toma la tercera persona para deshacer la fantasía, resolviéndola con otra tomada del mítico minotauro.
El solitario Asterión habita en una extraña mansión y se desdobla en otra personalidad, haciéndose infinito, casi Dios.
Deutsches Requiem. Este cuento pretende ser una justificación de la Alemania derrotada. Está puesto en boca de un yo protagonista, Otto Dietrich Zur Linde, quien justifica sus pensamientos durante la noche anterior a su fusilamiento. Borges lo trata como símbolo de las generaciones del porvenir y de la Alemania que leyó a Schpenhauer, Nietzche y Spengler y escuchó a Brahms.
Otto dijo haber destruido para ahogar sus sentimientos de piedad y cree en el nacimiento de una nueva armonía basada en una tensión de antagonismos (Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno). Acompañan al cuento varias notas a pie de página para dar la impresión de que el autor presenta los acontecimientos con la veracidad y el conocimiento de los hechos que proporciona un estado de omnisciencia.
La busca de Averroes. Este cuento evoca la figura de Averroes en su búsqueda de la filosofía de Aristóteles. El ambiente que rodea a este sabio está definido por las líneas del Coran, y tal vez por ello Averroes no llega a interpretar el sentodo de las voces tragedia y comedia. La narración, que se desarrolla en tercera persona evocadora, cambia al final a primera persona interpretadora: Sentí que la obra se burlaba de mí…Sentí, en la última página, que mi narración era un símbolo del hombre que yo fui mientras la escribía y que, para redactar esta narración, yo tuve que ser aquel hombre y que, para ser aquel hombre, yo tuve que redactar esta narración, y así hasta el infinito.
Los dos reyes y los dos laberintos. El escritor, en una nota a pie de página, conecta este cuento con el de Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto. Remacha la idea de que el universo es un laberinto; lo es incluso el desierto de Arabia “donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te venden el paso”.
La espera. Es un intermedio casi lírico donde se analiza el problema de la identidad compaginado con la presencia del sueño, tan real y cierto como la propia realidad. Alejandro Villari, que es y no es Alejandro Villari, es asesinado por Alejandro Villari, pero no sabemos si el homicidio es realidad o sueño (…¿Es menos duro sobrellevar un acontecimiento espantoso que imaginarlo y guardarlo sin fin?…). En el fondo da igual, vigilia y sueño se confunden para quien espera con paciencia el destino definitivo.
La intrusa. Borges supone que ha conocido esta historia al menos por dos versiones. Se trata de la tragedia de vivir de los hermanos Nitsen: Eduardo y Cristián. Ésta consiste en la superación de la bíblica relación envidiosa entre un nuevo Caín y Abel deshaciéndose del estorbo que se interpone en sus vidas: Juliana. Finalmente se hace posible la hermandad hasta la muerte: “Ahora les ataba otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada y la obligación de olvidarla”.
Y, como no, El Aleph. Está contado en una tercera persona narrativa, salpicada de diálogo, uno de cuyos interlocutores es el propio Borges. La trata del relato la constituyen las repetidas entrevistas que Borges mantiene con Carlos Argentino Daneri tras la muerte de Beatriz Viterbo.
La presencia del autor, convertido en personaje de ficción, proporciona de por sí la indistinción entre realidad e ilusión. En una de esas entrevistas tiene lugar el descubrimiento del Aleph, ese punto mágico, cargado de símbolo y metafísica, que representa enigmáticamente una aspiración a explicar lo que no tiene explicación: el inconcebible universo del que el hombre forma parte.