Tres de las películas difíciles de esquivar en el año que acaba, todas ellas aún en cartelera, tienen como eje argumental las relaciones familiares y las consecuencias a largo plazo de que no sean ni cómodas ni plácidas (y estos días lo ponen fácil para hablarlo). A Los domingos, de cuya trama forma parte importante -un tanto pasada por alto- la frialdad paterna, y a ese puzle de soledades que es Valor sentimental, se ha sumado en este fin de 2025 Jim Jarmusch con Father Mother Sister Brother.
Repitiendo la estructura en relatos independientes pero hondamente conectados que ya ofreció en Noche en la Tierra (1991) o en Coffee and Cigarettes (2003), el americano, quizá pronto francés, ha recurrido a algunos de sus y nuestros viejos conocidos (Adam Driver, Mayim Bialik, unos imperiales Tom Waits y Charlotte Rampling, Vicky Krieps o Cate Blanchett) y a actores noveles (Luka Sabbat, Indya Moore) para componer tres reuniones familiares. Son autónomas entre sí, pero quedan ligadas a través de aparentes detalles (muchachos en monopatín que aluden al fluir de la vida, puede que como el agua y como los Rolex; y sobre todo un constante color rojo) que recuerdan que unas y otras constituyen distintas caras de un mismo misterio: el de la familia en sí, inevitable sea rechazada o añorada, o ambas cosas a la vez.
Driver y Bialik, hermanos sin una relación demasiado estrecha y teóricos adultos responsables, acuden juntos a visitar a su padre, al que creen huraño, desordenado y desvalido. Su conversación no va más allá de cuestiones prácticas y está marcada por el silencio y la incomodidad, aunque no tanto como la que Krieps y Blanchett mantienen con Rampling, su desapegada madre en el film. Nada tienen en común una y otras -quizá por eso han decidido reunirse sólo una vez al año para tomar el te, con el tiempo medido- y en su charla no surge ni accidentalmente la confianza: sólo algunas mentiras, deseos de llamar la atención y mutismos hechos para no prolongar el martirio.
La última de estas tres historias es la única en la que asoma calidez. La protagonizan Sabbat y Moore, como hermanos mellizos de padres recientemente fallecidos cuya conexión íntima se preserva, y mucho, pese a la distancia: el suyo es, decimos, el único de los tramos de Father Mother Sister Brother en el que las palabras no salen con fórceps ni los silencios son incómodos.
Ambos mantenían un cariño genuino hacia sus padres, que sabremos fallecidos en un accidente de aviación en las Azores sin que ninguno de sus hijos tuviera noticia de qué hacían allí. Pese a que en este caso sí se guardó el amor familiar, Jarmusch tiene el acierto de recordar que hay una parte, no pequeña, de enigma entre los parientes que también se quieren: estos hermanos desconocían el origen de sus padres, el suyo propio, y si aquellos habían contraído o no matrimonio. En el fondo, detalles burocráticos frente a un afecto del que sí dan fe.
Manejar otro orden en los relatos que no dejara para el final la historia de estos huérfanos reunidos en París hubiera potenciado la frialdad de un film que, de por sí y como siempre en Jarmusch, juega con nuestra noción de extrañeza, con el grado de parentesco o lejanía que somos capaces de establecer con lo que vemos. La intimidad congelada con quienes nos trajeron aquí.


