Pulcro e impecable es Stefan Zweig. Adiós a Europa, el segundo largo como directora de la actriz María Schrader, pero conviene acudir al cine con una premisa clara: no se trata de un biopic, porque la película se centra en instantes contados, fragmentos escogidos, de sus años de exilio en América y Estados Unidos, y tampoco tiene como propósito mostrar de manera completa la personalidad sensible, el bagaje cultural o los intereses de este escritor austriaco. Aunque parte de ellos sí queden reflejados, hubiese sido una tarea que, por muy ambiciosa, podría haber tenido mal resultado.
El propósito de Schrader era más humilde, que no necesariamente fácil: apuntar las dificultades y los cambios de ánimo a las que se han enfrentado quienes han tenido que exiliarse y abandonar una cultura que representase para ellos más una madre que un contexto. No podemos decir que para la directora haya sido Zweig una excusa o un ejemplo para abordar este asunto, porque con mucha inteligencia y gracias a un guion somero y un lenguaje gestual muy bien calibrado, la película enseña mucho de la forma de ser del autor. Mucho con poco. Pero sí que el centro de esta obra es el desarraigo, la imposibilidad de los nuevos comienzos, y no la literatura.
Se estructura en capítulos marcados, convenientemente señalados en sus fechas y escenarios, siendo el último el centrado en las reacciones a su suicidio, y el de su segunda esposa, por parte de sus cercanos en Brasil. Schrader ha acertado separando unos retazos de otros, no tratando de vertebrarlos de manera más o menos artificiosa, y conduciendo nuestra mirada hacia momentos muy concretos en los que quedaba patente la buena voluntad y la mirada empática de Zweig hacia su nuevo entorno y a la vez su desconexión de él, su añoranza. Con mucha finura los actores que interpretan al escritor y su mujer (Josef Hader y Aenne Schwarz) logran trasladar ambas sensaciones a la vez, la ambivalencia de los sentimientos.
La directora pone el foco también en el rechazo del matrimonio al trato arrogante, en la educación exquisita de los dos y en la resistencia de Zweig a adoptar posturas fáciles respecto al nazismo y las derivas de Alemania desde el otro lado del océano. Deja, además, su sello delicado en una estética que brilla en momentos contados, por lo austero del conjunto: el exquisito centro floral del primer banquete, la belleza de una carrera de caballos. Una película elegante y (necesariamente) amarga.