Mi vida en este punto es como un sedimento muy viejo en una taza de café y preferiría morir joven dejando varias realizaciones, en vez de ir borrando atropelladamente todas estas cosas delicadas… Así se despidió en una carta Francesca Woodman antes de acabar con su vida en enero de 1981, cuando solo tenía 22 años. Dejaba tras de sí una obra fotográfica de una puesta en escena que subyuga y desconcierta y que muchos han interpretado como la anticipación, visual y estética, de su suicidio.
Exploró el género, la representación, la sexualidad y el cuerpo en obras en las que a menudo se autorretrató y que transmiten la noción de una feminidad tan contundente como frágil, a punto de escapar; también los objetos que fotografió son de presencia dudosa, se esconden u ocultan tras otra cosa. Las imágenes de Woodman están pobladas, en definitiva, por lo desnudo y lo fantasmal.
Hoy su producción se engloba en la de aquellas artistas de los setenta que defendieron con su trabajo el despertar de una nueva mujer cuyo mundo ya no era la casa ni se encontraba bajo el poder masculino.
Su corta vida transcurrió entre Estados Unidos e Italia: sus padres son también artistas y de su mano pudo relacionarse con autores florentinos. No logró, sin embargo, el apoyo de creadores influyentes de la escena neoyorquina, y esa falta de respaldo, y también una dolorosa ruptura sentimental, la sumieron en una profunda depresión que explica su final.
Buena parte de las obras que nos dejó son impresiones en gelatina de plata, pero también empleó otras técnicas, como el cianotipo, el vídeo y la fotografía en color.
El éxito llegó, como tantas otras veces, tarde: en los últimos años sus imágenes han sido objeto de estudios exhaustivos, han inspirado a otras artistas y han formado parte de exposiciones importantes; la próxima llevará por título “Francesca Woodman. On Being an Angel” y podrá verse, desde el 5 de septiembre, en el Moderna Museet de Estocolmo.
Se exhibirán un centenar de imágenes, entre ellas numerosos autorretratos y retratos de sus amistades en los que las figuras parecen esconderse, tratando quizá de hallar intimidad o refugio, tras muebles de interior. Muchas veces sus fotografías se presentan borrosas o fragmentadas, de modo que la identidad de los modelos permanece oculta al espectador.
Los pequeños formatos refuerzan esa intimidad de sus atmósferas y nos invitan a fijarnos con mayor detenimiento en lo despojado de sus escenarios: a menudo edificios abandonados con espacios claustrofóbicos en los que espejos y vidrios evocan el tono de las imágenes surrealistas.
Entre las series representadas en esta exhibición de Estocolmo, de la que también formará parte un vídeo, encontraremos Polka Dots (1976), From Angel series (1977), Swan Song (1978), Charlie the Model (1976–77) y obras de la extensa Caryatid (Study for a Temple Project) (1980).
Hay que recordar que en los años en que Woodman trabajó, en los setenta y muy incipientes ochenta, la fotografía se encontraba en una etapa de transición: muchos autores que anteriormente cultivaron el blanco y negro comenzaron a utilizar el color y la tradición documental daba paso hacia proyectos más subjetivos de influencia surrealista.
La exposición, comisariada por Anna Tellgren, podrá visitarse hasta diciembre, ha sido organizada en colaboración con Betty y George Woodman, padres de Francesca (ellos gestionan un legado de unas 800 imágenes de las que solo 120 han sido publicadas o mostradas al público), y se acompañará de una publicación que contextualizará estos trabajos y analizará su influencia en artistas posteriores y de fotografías contemporáneas, a cargo de otros artistas, de la propia colección del Moderna Museet.
Habría itinerancia internacional: tras pasar por la sede de este centro en Malmö, la muestra viajará al FOAM de Ámsterdam (entre diciembre de este año y marzo de 2016) y a la Fondation Henri Cartier-Bresson de París (entre mayo y julio del año que viene).
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: