Como demostró hace casi diez años en la retrospectiva “Da Capo” que le dedicó el MACBA, Francesc Torres ha hecho de la instalación una herramienta actual y llena de posibilidades para reflexionar sobre la memoria y el poder, la cultura y la ruina. Aunque también haya manejado el dibujo o la pintura, es en la suma de objetos donde este artista barcelonés ha encontrado su camino a la hora de repensar el funcionamiento de las instituciones y el mercado, tomando como punto de partida las posiciones de artistas que entre los sesenta y los ochenta forjaron los primeros ejemplos de crítica institucional o realizaron proyectos específicamente para museos, dejando a un lado así los condicionamientos de un mercado que entendían rígido y encorsetado.
A caballo entre ambas posturas, Torres ha presentado en estos centros propuestas que hablan de ideología, poder e insumisión y que, de forma más o menos explícita, en ocasiones recordando a Goya, Daumier o Heartfield, recuerdan que el artista no solo puede representar su visión de lo real, también puede poner su grano de arena para cambiarlo.
En la segunda mitad de los setenta, recién llegada la democracia, fue cuando comenzó a plantear instalaciones concebidas desde una perspectiva personal pero también histórica y planteadas para presentarse en espacios específicos, estrechamente ligadas a ellos en su concepto, no solo en lo formal, y también vinculadas por completo a la conciencia colectiva, al margen del asunto que aborden.
La más reciente la exhibe Torres desde el 20 de octubre en el MNAC barcelonés: se trata de “La caja entrópica. (El museo de objetos perdidos)”. Ha reunido recreaciones de piezas que ha seleccionado entre los fondos del centro fechados en los siglos XIX y XX y las ha convertido en objetos encontrados aptos para reflexionar sobre la misión actual de estos lugares de arte y su evolución, o no, respecto al pasado en lo que a su primera función de conservación se refiere.
El resultado es un paisaje elaborado a modo de collages de fragmentos, a veces literarios y a veces visuales, de obras del MNAC: enlaza unas y otras; a veces las repara figuradamente mientras en otras ocasiones llama la atención sobre sus grietas, sobre el transcurso del tiempo en ellas o sobre el impacto que en la creación artística han tenido, en cuanto a destrucción se refiere, tragedias naturales, sucesos violentos o planificaciones políticas, étnicas y urbanísticas poco delicadas o abiertamente arrasadoras.
Sin embargo, poco importa el mejor o peor estado de conservación de estos trabajos a la hora de cumplir su función en las tesis de Torres, porque nada le falta a la ruina como parte y fruto de la cultura y de la historia. En sus palabras, las obras de arte nacen de la propia dinámica destructiva de la Historia hasta estabilizarse en un estado no cuestionado de integridad estética e histórica, por eso no echamos de menos las extremidades en la Victoria de Samotracia.
Él ha comparado el proceso de trabajo para “La caja entrópica” con una caída del cántaro que aquí no ha tenido consecuencias fatales: Imaginemos que tomamos una caja y colocamos en ella con sumo cuidado, en un proceso lento y elaborado, un conjunto de objetos preciosos antes de cerrarla. Imaginemos que la transportamos de una planta superior a otra inferior de la casa. Imaginemos que bajando la escalera damos un traspiés y, para poder agarrarnos de la barandilla y no caernos, soltamos la caja que rueda escaleras abajo sin abrirse. Esta exposición es el resultado de ese traspiés imaginario y lo que le sucede al contenido de la caja. O dicho en corto, tomé un museo en mis manos y, como en una película de cine mudo bajé rodando por la escalera.
Aunque no se explicite de forma clara, podemos entender “La caja entrópica. (El museo de objetos perdidos)” como una continuación de los planteamientos que Torres ya desarrolló en instalaciones como Accident (1977), creada para la 37ª Bienal de Venecia y dedicada a los nexos entre la ideología y la violencia. Aquel trabajo conectaba además la máquina y la velocidad con el machismo, la perpetua lucha con la perpetua enemistad, y hablaba, con mucha valentía, de los fracasos de la política a lo largo de la historia.
También puede recordarnos instalaciones posteriores en las que Torres habla de las repercusiones de la violencia sobre el conjunto de la sociedad, más allá de marcos geográficos o temporales pero partiendo del referente de nuestra Guerra Civil, como The Assyrian Paradigm (1980), Belchite South Bronx (1987), Plus Ultra (1988), Destiny, Entropy and Junk (1990) y Memory Remains (2011).
No están presentes, ninguna de ellas, en la muestra del MNAC, por decisión personal del artista, que no ha querido “adulterar” esta propuesta concreta, pero sí se estudian en el catálogo y comparten cierta teatralidad, un lado performativo de reescritura de mensajes a la hora de representar la vertiente dramática de las ideologías, en el presente y en el pasado, ambos estrechamente comunicados aquí.
Huelga decir que, en una propuesta de este tipo, el comisario es el propio artista y que podemos entender la exposición como una obra de arte en su conjunto o como un ejercicio de comisariado.
Francesc Torres. “La caja entrópica (El museo de objetos perdidos)”
MUSEO NACIONAL DE ARTE DE CATALUÑA. MNAC
Parc de Montjuïc, s/n
Barcelona
Del 20 de octubre de 2017 al 14 de enero de 2018
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