Fernando Delapuente, el viajero otra vez en el camino

Una muestra en el Colegio de Médicos de Madrid examina su obra en el 50 aniversario de su muerte

Madrid,

Hombre inquieto, pero siempre moderado, de típicos orígenes fauves e incursiones en lo abstracto, al que su búsqueda ha conducido hasta un paisajismo urbano, lineal, detallado, con contigüidades ingenuas, pero imposibles de ser conceptuadas como totalmente naïves en un pintor tan experimentado como ha demostrado ser.

Gaya Nuño se refería así, en 1970 y en su tomo clásico dedicado a la pintura española del siglo XX, a Fernando Delapuente, artista santanderino (1909-1975) de cuyo fallecimiento temprano se cumple ahora medio siglo; esas dificultades de categorización hace tiempo que dejaron de entenderse como problemáticas entre los creadores que ni trabajaron desde el afán de vanguardia ni reducían sus fuentes de influencia a movimientos concretos, sino abriendo sus referentes a aquellos autores y escenarios, contemporáneos o no, que respondieran a sus búsquedas. En el caso de Delapuente, éstas tenían que ver con la sencillez y la libertad expresiva y con el deseo de alcanzar la esencia de sus motivos, fundamentalmente paisajes urbanos y naturales, pero también bodegones y retratos.

El Ilustre Colegio Oficial de Médicos de Madrid, muy próximo al Museo Reina Sofía y al Paseo del Arte, acoge hasta el próximo enero una antología de este autor organizada por la Fundación Methos y comisariada por Andrés Barbé Riesco. Consta de setenta trabajos, estructurados en media docena de secciones entre temáticas y cronológicas, que permiten repasar su evolución en el manejo, libre pero cuidadoso, del dibujo y en el uso del color y de la luz, desde sus primeros retratos académicos y sus vistas del Ebro recién nacido en Nestares hasta sus últimas pinturas, dedicadas a un mar Cantábrico calmo o enfurecido, incluso en sus tonos.

Fernando Delapuente. Autorretrato, 1952. Colección particular
Fernando Delapuente. Autorretrato, 1952. Colección particular

Comienza el recorrido con dos autorretratos de impronta fauvista y parecido fondo, separados por algo menos de veinte años; avanzan las que, como señaló Puerta López-Cózar en la presentación de la exposición, serán notas fundamentales en su producción, más allá de sus géneros: el vigor colorista, que se instaló en su obra tras un decisivo viaje a Italia entre 1949 y 1953 y después de contemplar en diversas muestras, tanto italianas como francesas, trabajos de Van Gogh y de Matisse, Derain y De Vlaminck (en estas semanas, además, vecinos en CaixaForum); la libertad expresiva, sello de los citados pintores que advirtió sobre todo en este último; y esa búsqueda de la esencialidad que, más que como ingenuismo, debemos entender como anhelo de sencillez.

Las primeras vistas que saldrán a nuestro encuentro serán, justamente, las de diversas ciudades italianas, escenarios construidos a partir de planos cromáticos en tonos libres: no pretendió la mímesis, sino la captación de paisajes emocionales y propios.

Fernando de la Puente. Porta del Popolo en Roma, 1957. Colección particular
Fernando de la Puente. Porta del Popolo en Roma, 1957. Colección particular

En aquella manera de trabajar tuvo peso su conocimiento de los mosaicos bizantinos de los templos de Rávena, donde advirtió las posibilidades de la vibración del color plano, de ensanchar o desubicar áreas cromáticas; también su faceta como ingeniero: más que retratadas, estas ciudades parecen edificadas en los cuadros. Esta profesión tendrá que ver asimismo en que, con humor (y disciplina), numerara todas sus composiciones: más de un millar, aunque su vida no fue larga.

Contemplaremos a continuación sus vistas parisinas -luminosas pese al gris a veces dominante en cielos y arquitecturas-, a los jóvenes y los trajeados que confluían bajo el toldo de Les Deux Magots; y un primer conjunto de paisajes matéricos, elaborados en estudio, que remiten a una visión telúrica del campo (Desnudo de tierra se titula uno de ellos) y que expresan de forma clara su voluntad de depuración, ahora en forma de texturas terrenas, obras naturales que parecen contener aquello de lo que está hecho el entorno primario.

Fernando Delapuente. París les Ponts, 1959. Colección particular
Fernando Delapuente. París les Ponts, 1959. Colección particular

Uno de sus paisajes castellanos más contundentes y poéticos en la exposición toma su título de un fragmento del Viaje a la Alcarria de Cela (en Brihuega: El viajero, otra vez en el camino, piensa en lo que ya pasó, cierra los ojos un momento para sentir la marcha del corazón); en él, surcos que parecen extenderse al infinito comparten tonos amarillos y anaranjados con el cielo, una reminiscencia de Van Gogh. Entre las dos grandes extensiones, una pequeña iglesia completa la escena: un compendio de lo sustancial en trazos básicos que nos resulta más próximo a los campos que trazó en torno a Pavarolo Casorati, el pintor del silencio, que a los mucho más ocres de la pintura española de entonces.

Otro capítulo importante de la muestra lo constituyen sus paisajes madrileños, de día y de noche: a la capital Delapuente le brindó cerca de ciento veinte obras. Representó tanto plazas y calles castizas -con tonos muy vivos- como sus zonas monumentales -con mayor sobriedad-, en composiciones fundamentalmente alegres que se encontraron, junto a las de los realistas madrileños, entre las primeras pinturas centradas en la vida urbana de la ciudad y no en los parajes de su entorno, éstos sí de larga tradición. Contemplar unidas las imágenes de uno y otros permitiría examinar la diversidad de enfoques desde los que Madrid villa llegó a los lienzos en la década de los sesenta.

Culmina la exposición con aquellas vistas últimas del Cantábrico bajo las gaviotas. Este mar se convirtió en el centro de su trabajo desde 1967 y le permitió aproximarse a la abstracción, a veces por el camino de Turner, mientras condensaba en planos sencillos de color su concepción de la pintura como horizonte o puzzle en el que caben la emotividad, la fe y el rigor.

Fernando Delapuente. Colón con luna, 1970. Colección particular
Fernando Delapuente. Colón con luna, 1970. Colección particular
Vista de sala de la exposición “Fernando Delapuente” en el colegio de médicos de Madrid. Fotografía: Paloma Hiranda
Vista de sala de la exposición “Fernando Delapuente” en el Colegio de Médicos de Madrid. Fotografía: Paloma Hiranda

 

Fernando Delapuente. Alborada, 1975. Colección particular
Fernando Delapuente. Alborada, 1975. Colección particular

 

 

 

Fernando Delapuente

ILUSTRE COLEGIO OFICIAL DE MÉDICOS DE MADRID

C/ Santa Isabel, 51

Madrid

Del 19 de noviembre de 2025 al 17 de enero de 2026

 

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