Es habitual que Eugenio Ampudia se apropie de los espacios donde expone, de su arquitectura y de su simbolismo; más aún, que los convierta en habitables y cotidianos. Lo hace también en la Sala Alcalá 31 a partir de este jueves: allí presenta “Sostener el infinito en la palma de la mano”, muestra con título tomado de un verso de William Blake –y la eternidad en una hora, continúa diciendo- que ha comisariado Blanca de la Torre y que recoge algunos de sus proyectos fundamentales desde el año 2000 y uno inédito y específico para este centro. Todos se vinculan con el que es el eje de su producción: el estudio de las nociones, contemporáneas y desdibujadas, del tiempo, del sueño y el arte como terrenos abiertos a la subjetividad y la interpretación, propicios para romper con lo normativo.
Y también aptos para la comunión entre diversas disciplinas creativas: doce escritores han colaborado en la gestación del catálogo de la muestra, aportando sus relatos dedicados a cada una de las horas del día (se trata, por si tenéis curiosidad, de Gabriela Ybarra, Andrés Barba, Marcos Giralt Torrente, Sara Mesa, Nuria Barrios, Luisgé Martín, María Fasce, Marta Sanz, Mariano Peyrou, Pilar Adón, Rodrigo Rey Sosa y Arantza Portabales). Además, un grupo de bailarines interactuará con la pieza que da título a la muestra, creando un tiempo propio en torno a ella.
De la Torre, que lleva más de diez años trabajando con Ampudia (desde la Bienal de Singapur de 2006) se ha referido a un triple carácter de la exposición: ensayístico, colaborativo/relacional y plagado de ironía. Ensayístico, porque son abundantes las referencias filosóficas y literarias en la obra de Ampudia, desde T.S. Elliot a Rosalind Krauss; colaborativo, además de por esas aportaciones de escritores y danzantes, porque será el público quien active las obras, dejando de ser espectador para ser participante; e irónico, porque esas problemáticas universales que aborda la producción de este artista son siempre abrazadas desde el humor. Este, y la propia creación artística, son para Ampudia los medios más eficaces para contar cosas a los demás.
Como decíamos, la pieza central de la exhibición (que es inédita y también específica para este proyecto) es Sostener el infinito en la palma de la mano, una sucesión de relojes dispuestos en el centro de la planta baja del edificio de Antonio Palacios. Sus agujas marcan el tiempo, pero también se inmiscuyen en el espacio: son barreras que el visitante ha de sortear en su recorrido, cayendo quizá en la cuenta de que su devenir marca nuestro camino (aquí hecho metáfora) y crea lo que somos, aunque no solamos ser conscientes. Ese significado se acentúa cuando contemplamos la pieza, y el recorrido de los demás visitantes, desde el piso superior.
Ampudia ha subrayado hoy la importancia de que la exposición se inicie precisamente con esta obra, porque nos ayuda a entender el resto, o a contemplarlas desde ese enfoque determinado que ofrece la reflexión sobre el tiempo.
Cerca queda uno de los trabajos más tempranos presentes en Alcalá 31: Fuego frío, en el que una biblioteca, formada por libros del propio Ampudia puestos así en valor, arde sin llegar a quemarse. Desde 2003, el autor ha quemado, virtualmente, una veintena de bibliotecas internacionales y siete coleccionistas poseen alguna de estas piezas en llamas, que siempre son site-specific. El germen de esta obra fue una frase del Manifiesto futurista de Marinetti: Quememos las bibliotecas (…) porque las cenizas serán el abono para las nuevas semillas.
Fuego frío se enlaza aquí con otra biblioteca, esta dinamizada en los lomos de sus volúmenes: hablamos de la pequeña videoinstalación Las palabras son demasiado concretas. Circunstancia esa, la concreción de las palabras, que -ha recalcado Ampudia- multiplica las posibilidades de los artistas de contar mediante imágenes. En este estante pasan cosas: los libros necesitan titularse para comunicar, pero a veces las palabras no cuentan todo lo deseado y son necesarios otros caminos y códigos, como los planteados aquí en forma de imagen en movimiento.
Como en las piezas que forman parte de esta antología, breve pero significativa, las ideas se entrelazan, otro libro es el eje de En juego, el vídeo que nos muestra un partido de fútbol (intervenido) entre las selecciones de Brasil y Alemania. No hay balón: lo pateado es un volumen del libro El impacto de lo nuevo de Robert Hugues, que a Ampudia no le aportó nada. Lo fácil hubiera sido filmar a una única persona destrozándolo, pero, con el humor desde que el despliega cada obra, él optó por que lo hicieran pateadores profesionales. Aquí hay, también, una dimensión política y sociológica: las selecciones participantes aluden al diálogo Norte-Sur y, la presencia del fútbol, a la compleja relación histórica entre la cultura y las masas.
Deporte y arte se conjugan también en otro vídeo: Rendición, en el que saltadores de pértiga se preparan para saltar por encima de La rendición de Breda de Velázquez. Los deportistas son soldados, las pértigas son sus lanzas, y su esfuerzo y la propia pintura apelan a la omnipresente posibilidad del fracaso. Un fracaso que, al menos en el terreno artístico, puede ser enriquecedor como parte de la libertad del creador.
Otra pieza interactiva, tras Sostener el infinito en la palma de la mano, avanza al espectador el territorio más que participativo que encontrará en la segunda planta: se trata de Tetris, videojuego con piezas que representan hitos del coleccionismo entre los veinte y los ochenta, obras que al mismo Ampudia le gustaría poseer y que podremos jugar a encajar, desde la inocencia o el conocimiento, repensando en el camino lo que la actividad de adquirir arte supone.
Un importante elemento de juego encontramos también en Prado GP, un vídeo que recoge una carrera de motos por las salas más emblemáticas del museo, en referencia al ritmo (y al espíritu) con la que tantos turistas recorren – o recorremos, a veces- pinacotecas como esta. Podemos relacionarlo también con Fuego frío: las ruedas casi queman las salas. Ampudia reivindica aquí que los museos no deben ser (y tampoco debemos entenderlos) como contenedores de arte, sino como aspersores de ideas.
Un vídeo más nos espera en la planta baja de Alcalá 31: Museum and space. Su protagonista es el Guggenheim neoyorquino, y hay un porqué: plantea Ampudia la tendencia expansiva (en forma de filiales) de algunos centros de arte, sobre todo de los que se explican a sí mismos como esos contenedores.
Y la planta superior -nos sugiere Ampudia que ascendamos a ella como a un hotel de decoración especial- está dedicada por completo al acto de dormir. Cuando se realiza en espacios públicos, ha pasado en los últimos años de ser una manifestación de marginalidad a un acto de resistencia, y en la obra de este artista se convierte en una vía para hacer más cercanos y habitables los espacios del arte y la cultura. Junto a colchones que los espectadores podrán utilizar, e incluso mover, libremente, veremos proyecciones de algunos de los lugares en los que Ampudia ha elegido dormir.
Su elección no fue aleatoria ni rápida: los escoge en función de sus connotaciones simbólicas o políticas y de lo que pueden aportar a su serie, llamada justamente Dónde dormir. Lo hizo una vez en el Prado, bajo Los fusilamientos de Goya y con la generosidad de Zugaza pero bien vigilado, y por ello no lo ha vuelto a hacer en otro museo de esas características: no desea repetirse. Aquí vemos esa pieza, y también las que lo presentan descansando en el Palau de la Música de Barcelona (sobre un piano de cola), en la biblioteca del palacio lisboeta de Ajuda, en el Templete de San Pietro in Montorio de Roma, la Alhambra de Granada, el Museo Carrillo Gil mexicano y un pabellón de IFEMA.
Llamativamente, cuando rememora cada una de esas experiencias, no se acuerda de fríos ni dolores de cervicales, sino de amaneceres. Llega a cada espacio con la actitud de haber dormido siempre en él, no sintiéndolo ajeno, sin dejarse asombrar ni ensimismar: los escenarios de la historia y del arte son de todos y así debemos, para Ampudia, contemplarlos y vivirlos. También dormían los peregrinos en las catedrales -dice él- y a las instituciones, cada vez más, les interesa acercarse a su público hasta lograr una relación de familiaridad, no forzada sino instintiva. Afirma Ampudia que lo que no cambia no es verdadero, por eso supone y espera que habrá colas para dormir en el número 31 de la calle Alcalá. Buscad tiempo y descansad.
Eugenio Ampudia. “Sostener el infinito con la palma de la mano”
c/ Alcalá, 31
Madrid
Del 13 de septiembre al 4 de noviembre de 2018
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