Comparar a Charles Rennie Mackintosh con Antoni Gaudí, si contemplamos la obra de ambos, puede parecer disparatado, pero los dos arquitectos se citan en todo manual como las dos grandes figuras del Modernismo. El primero fue escocés, y el segundo, como sabemos, de Reus, así que ambos desplegaron su creatividad lejos de los grandes centros de ese movimiento: París, Bruselas, Londres o Berlín.
La Glasgow School of Art, el edificio más conocido de Mackintosh, es un manifiesto de la simplicidad que, con su cerrada unidad en forma de bloque, rechaza toda pomposidad y trampantojo. En el primer proyecto de esta Escuela de Bellas Artes su cierre superior mostraba una ola modernista que parecía contradecir esos principios, pero, en el edificio acabado, el británico reducía los elementos modernistas a los adornos de metal de las ventanas del piso superior.
Aunque el conjunto resulte austero para adscribirse al movimiento al que pertenece, la decoración no produce el efecto de ser una mantilla echada por encima y destinada a adornar, sino que armoniza con el edificio, e incluso podríamos decir que le da alma. La fachada norte contiene todo un compendio de elementos sorprendentes que dinamizan el cuerpo de la construcción; se trata, además, de una fachada que da a una calle que no es lo suficientemente ancha como para que podamos examinar de frente la simetría o asimetría de su diseño.
Miramos la fachada a lo largo, y en esa mirada oblicua la profundidad algo mayor de las ventanas superiores, que son el doble de altas que las del piso de abajo, y la gran plasticidad de la entrada, impresionan más que cualquier relación dimensional de la proyección superficial del alzado.
Mackintosh fue un apasionado lector de Voysey y de Lethaby, contrarios a un concepto solemne y vacuo de la arquitectura. De sus lecturas, entre otras influencias, tomó un nuevo concepto de la construcción relacionado con la vida cotidiana: la exigencia de convertir la simple vivienda en una obra de arte. No debería olvidarse que una casa es un “objeto” de uso y que lo que la transforma en una verdadera obra arquitectónica no son las columnas ni los arcos, sino su adecuación a su función. También inspiraron a Mackintosh en este sentido el Manor House inglés y la llamada arquitectura escocesa “anónima”.
Windyhill es un modelo de la unión entre las casas de campo escocesa e inglesa. La fachada tan severa de este edificio, de marcado carácter utilitario, está recubierta de “harling” gris, un enlucido áspero escocés, y rematada por los frontones y las chimeneas típicos de la región. La caja de la escalera está encerrada en un muro exterior redondeado, que luego se convertiría en un elemento estético propio de la arquitectura de los veinte que, por ejemplo, utilizó Le Corbusier en la Villa Saboya, en Poissy.
Windyhill era una síntesis de tradición y modernidad, y, de cara a arquitectos posteriores, un emblema a la hora de solucionar el problema de construir edificios burgueses y, a la vez, artísticos. Sus interiores son muy personales, llenos de poesía.
Mackintosh, Herbert MacNair y las hermanas Margaret y Frances Macdonald, que más tarde se llamarían Los Cuatro, conocieron a Beardsley, Voysey y Toorop a través de la revista The Studio. Su producción recoge elementos simbolistas que proceden del prerrafaelismo, pero están “enriquecidos” por el poeta lírico belga Maeterlinck.
Mackintosh fue un apasionado lector de Voysey y de Lethaby, contrarios a un concepto solemne y vacuo de la arquitectura.
La fisonomía de las arquitecturas de la escuela escocesa contiene formas delgadas, quebradizas y gráciles, en paralelo a unas artes figurativas de su tiempo que apostaban por un refinamiento incorpóreo, un estiramiento y un linealismo de las proporciones. El rotante ritmo celta de las líneas rompía una severidad casi cúbica.
El llamado “estilo Glasgow” existía ya en su concepción básica antes de que Los Cuatro lo hiciesen popular en Europa y agregasen a él influencias externas. Podríamos decir que la mezcla entre una forma utilitaria de una severidad puritana y una volatilización lírica de cada uno de los valores de uso tiene sus raíces en la mitología celta tradicional y en la atmósfera fantasmalmente simbólica de los pantanos escoceses. Entre los primeros trabajos de las hermanas Macdonald hay también acuarelas que tienen como contenido figuras fantasmales y ornamentos místicos procedentes de leyendas celtas. De ahí que Los Cuatro recibieran el mote de la Escuela de los Duendes.
En 1896, el año en que murió William Morris, Los Cuatro participaron por primera vez en una exposición en Londres, invitados por la Arts and Crafts Exhibitions Society. No tuvieron éxito: fueron despachados sin piedad, como estetas estrafalarios; lo más positivo que cosecharon fue asombro.
La música también desempeñó un papel decisivo en la producción de Mackintosh, cuya idea de la obra de arte total era sinestésica. En 1896 realizó, tras muchos bocetos, un cartel para The Scottish Musical Review: una estructura lineal caprichosa y, sin embargo, tectónica, retenida de manera monumental en el plano. Los salones de música se encuentran también entre los más bellos diseños de interiores de Mackintosh: parecen arreglos sinfónicos; la decoración se extiende sobre las paredes en finas líneas de amplia longitud de onda, semejantes a las cuerdas de un arpa.
Frietz Waerndorfer encargó en 1901 a Mackintosh un salón de música que se acabó en 1921. La veneración que el arquitecto sentía por el mencionado Maeterlinck lo indujo a calificar ese salón de “aposento para las almas de las seis princesas” de las que habló el literato.
Aunque la sublimada obra de arte total de los escoceses y sus atmósferas interiores refinadas cosecharon algunas críticas de Multhesius (por no tolerar “ninguna intromisión de lo ordinario, de lo cual está llena nuestra vida”), Mackintosh encontró clientes artísticamente formados que le dejaron plena libertad a la hora de crear.
Los Cuatro hicieron realidad la llamada sophisticated atmosphere de los salones de té escoceses. De acuerdo con el ideal del diseñador-artista, el escocés llevó a cabo esbozos completos de interiores, además de ser un inspirado diseñador de muebles. La idea espacial de sus diseños, como la de sus edificios, está definida por cuadrados y cubos, sin embargo, la ordenación arquitectónicamente tan clara queda recubierta, cada vez más, por gráciles ornamentos florales que parecen mistificar la estructura perpendicular.
En 1902-1903, construyó para el editor Walter Blackie en Helensburgh la Hill House, que es, junto al Palais Stoclet de Bruselas, una obra total del modernismo en su sentido intelectual. Se diluyen las distancias entre interior y exterior: la ordenación de las habitaciones puede leerse en el cuerpo del edificio con precisión y los estilizados muebles, a la vez decorativos y arquitectónicos, no son cuerpos extraños en las habitaciones. La orientación de la luz, muy pensada; los muebles, la factura de las paredes…todos estos elementos actúan juntos y forman una unidad.
En sus últimos años, y ante el declive de sus encargos, Mackintosh se dedicó fundamentalmente a la pintura de paisaje y al diseño textil. Uno de los pocos trabajos que llevó a cabo en Londres en esa etapa final prueba que esa caída de su actividad quizá se debiera a su falta de compromiso, o a la dificultad de sus muebles para ser producidos en serie, pero no a su genialidad: reformó una casa victoriana adosada en Northampton para Bassett-Lowke, y su articulación, a partir de formas geométricas en la fachada y la caja de la escalera, es hoy considerada el primer ejemplo de la arquitectura modernista en Inglaterra.