No hace falta que os recordemos que, a grandes rasgos y sin que debamos establecer rupturas rígidas en la evolución de la Historia del Arte, el Renacimiento se caracteriza por la recuperación del pasado clásico romano y el antropocentrismo frente al teocentrismo medieval. No se contrapone lo humano a lo divino, pero se considera a la persona el fruto más valioso y central de la creación divina, el ser que domina el mundo y la naturaleza.
Se valora, por ello, su pasado, su historia y el mundo clásico, una de sus épocas más gloriosas. Y las colecciones de quienes atesoraban arte cobraron, en esa línea, un valor formativo, humanista y científico; surge el deseo por recuperar textos y documentos antiguos y releer a los clásicos, considerados un modelo en valores cívicos y humanos, materia de estudio y referente.
En los talleres de los artistas renacentistas solían estar presentes piezas de arte antiguo; sabemos que fue así, por ejemplo, en los de Mantegna o Ghiberti, y este último, Brunelleschi o Donatello viajaban frecuentemente a Roma para estudiar las ruinas que les sirvieron como referente para escribir sus tratados.
Nace un nuevo mecenazgo artístico a cargo de los príncipes, nuevos promotores de obras de arte, y triunfa el coleccionismo entre ellos y la alta burguesía. Generalizando un poco, podemos decir que en el Quattrocento los grandes coleccionistas son las cortes principescas laicas y, en el Cinquecento, los Papas.
Burgueses cultos y comerciantes decoraban sus casas con obras de arte, aspecto realmente novedoso, y la aristocracia cortesana empezó a coleccionar emulando esas novedades: los Médici, los Gonzaga, los Montefeltro, Este, Visconti…compraron obras de arte con mentalidad humanista y cierto sentido hedonista y promocionaron así a numerosos artistas. Intercambiaban con otras cortes esas obras y a los propios artistas, que quedaban convertidos en materia de acuerdos diplomáticos y aportaban sus conocimientos estéticos a gentes poderosas. En alguna ocasión imponían sus criterios a la hora de trabajar (no en el caso de los Médici).
Esta familia florentina se había enriquecido a través de la banca y el comercio y su poder queda avalado por sus labores culturales y humanistas de mecenazgo; son ejemplo claro de familia principesca que buscó la grandeza en todos los sentidos.
Inició ese interés artístico Cosme el Viejo a partir del patrocinio en la construcción de edificios, pues la arquitectura era aún el único arte considerado como tal. Se trataba generalmente de edificios religiosos, como la Iglesia de san Lorenzo, aunque también patrocinó obras de arte contemporáneo de artistas que él protegió, fundamentalmente para que decorasen sus palacios, que contenían también relieves, estatuas antiguas y camafeos, el germen de las colecciones mediceas.
Donatello fue asesor de Cosme, además de conservador y restaurador de sus obras, porque el Medici era hombre instruido, pero necesitaba el apoyo de artistas para estas labores: apoyó a Fra Angelico, Lippi y Gozzoli, quien lo retrató a él y a su familia en El cortejo de los Reyes.
Cosme atesoró también documentos escritos, que hasta ahora habían estado guardados en las bibliotecas de los conventos, para que fueran estudiados por eruditos. Acompañamiento obligado de los mismos era su rica colección de camafeos, utilizados como objetos contextualizadores, como en la Antigüedad. Sabemos que Petrarca, en su studiolo repleto de libros, guardaba también una colección de medallas y monedas.
A Cosme el Viejo le debemos asimismo la fundación de la Academia Platónica, que puso en marcha tras conocer al emperador bizantino Juan Paleólogo en el Concilio de Florencia, organizado para acercar las Iglesias de Oriente y Occidente. A aquel Concilio asistió un gran cortejo de sabios y allí también conoció Cosme a Gemistos Pletón, director de una Academia platónica en Bizancio. Así que el Médici decidió emularlo en Florencia, y su Academia estuvo dedicada al estudio de la filosofía platónica y tuvo como director a Ficino, que era hijo de su médico; Cosme lo tomó bajo su protección y le ofreció una esmerada educación en medicina y filosofía, fue ordenado canónigo de la Catedral de Florencia y aprendió griego para poder traducir a los clásicos de su biblioteca, estudiarlos y recuperar su sabiduría (se dice que Ficino tenía mucha facilidad con los idiomas).
Por si fuera poco, Cosme le encargó también la educación de sus nietos, entre ellos Lorenzo de Médicis. En 1462 puso a su disposición la Villa Careggi para que se entregase allí por completo a la organización de la escuela filosófica platónica, a la que pronto acudieron eruditos de todo el mundo.
Tras cinco años de trabajo, Ficino logró traducir los Diálogos de Platón, pero también a Plotino, que recuperó su obra y fundó en Roma en el siglo III la Escuela Neoplatónica para dar carácter místico a las reflexiones de aquel, como haría Ficino, que recomendó que se leyeran fragmentos de Platón y Sócrates en las iglesias y afirmó creer que la resurrección del platonismo había sido una intervención de la divinidad. En sus teorías, el alma humana es reflejo de Dios y, solo superando el mundo material, el hombre podrá volver a Dios, es decir, a su origen. El amor se considera deseo de acercarse a la belleza divina.
Según Ficino, la función del arte es recordar al alma su origen divino, por eso en esta época se busca que las obras sean siempre bellas, idealizadas, etéreas y espirituales; el artista crea a través del arte la apariencia del mundo divino. Gracias, en parte, a él, el arte tuvo gran valor en la corte florentina.
En esta época, la palabra museum seguía teniendo el mismo significado que en el mundo romano: una villa donde los eruditos tenían charlas filosóficas, y el arte era su acompañamiento.
Pedro el Gotoso (1416-1469) fue hijo de Cosme, y quedó al mando de la familia Médicis y de la misma Florencia con solo cinco años. Buen sucesor, humanista e intelectual cultivado, fue además amante del arte, la antigüedad, la belleza y los textos antiguos. ¿Recordáis los retratos de perfil de Lucrezia Tornabuoni? Él fue su marido, y dieron una exquisita educación a sus hijos, aunque Pedro quedara eclipsado en la historia por su padre y por su hijo, el futuro Lorenzo el Magnífico. Hubiera podido mantener el esplendor florentino heredado, pero su enfermedad lo frenó.
El Gotoso buscó piezas artísticas a través de emisarios y se dedicó a la redacción de inventarios y a montar en marcos ricos y lujosos los camafeos de la colección medicea. Precisamente a él se deben los inventarios más antiguos de la familia Médicis, datados entre 1456 y 1463. Dan pistas sobre el contenido de sus colecciones entonces: predomina lo lujoso, remitiendo a los tesoros medievales, y se da prioridad al valor material de las medallas de oro y plata, los ricos camafeos, los iconos bizantinos, los cueros de Córdoba…
No realizó, que se sepa, una labor de mecenazgo comparable a la de su padre y su hijo, pero a los artistas que protegía les encargó la decoración de estancias de su palacio: Uccello llevó a cabo pinturas para la habitación del joven príncipe Lorenzo, en 1456, representando la Batalla de San Romano, un combate de dragones y leones…
La pintura aún no tenía el protagonismo que tendrá con Lorenzo más adelante, era un elemento ornamental. El studiolo de Pedro el Gotoso se decoró con terracotas de Della Robbia con el tema de los meses del año; aPollaiuolo le encargó la Sala de Audiencias, con los trabajos de Hércules.
Llegamos a Lorenzo, Lorenzo el Magnífico (1448-1492). Cuando murió su padre tenía 19 años y desarrolló una imparable carrera política, artística e intelectual, pues fue educado por Ficino en el círculo del neoplatonismo, del que sería adalid. Con él Florencia se convirtió en una ciudad culta, bella y alegre, una de las más importantes de Europa.
Ciñéndonos a lo artístico, Lorenzo heredó las colecciones de su padre y su abuelo, pero aportó modernidad al ampliarlas. Pudo valorar la obra de arte en sí misma, más allá de su valor material, teniendo en cuenta su belleza estética, su complejidad técnica, su valor documental…
No le interesó hacer fundaciones ni recopilar libros, pero vio cada vez más obras de arte. En el inventario de su palacio de la Vía Larga (Vía Cavour, 3), redactado en 1492, vemos cómo se empezaban a valorar las obras de arte por sí mismas y se menciona el nombre del autor de bastantes pinturas y esculturas. Toman mucha importancia las creaciones del momento, por supuesto junto a los vestigios de la Antigüedad.
En el inventario encontramos arte flamenco (Van Eyck, Van der Weyden…) y pintura italiana del Quattrocento presente en los fondos mediceos desde Cosme el Viejo: obras de Fra Angelico, Uccello, Lippi o Botticelli, el gran protegido de Lorenzo.
También le interesó la escultura, y fue mecenas de Verrochio, que significó para Lorenzo el Magnífico lo que Donatello para Cosme. En cuanto al arte clásico, en 1471 Lorenzo logró comprar en Roma la mayor pieza antigua, de una piedra semipreciosa: la Tazza Farnese, que perteneció a los ptolomeos en época helenística. Se trata de una copa tallada imitando en su interior un camafeo con una alegoría del Nilo y dioses egipcios: Isis, Horus… Apareció entre las ruinas de la Villa Adriana de Tívoli.
Hay que subrayar que Lorenzo el Magnífico inició una labor de sistematización de sus colecciones y también eligió a artistas como conservadores de sus obras: de la de esculturas y camafeos se ocupó Bertoldo di Giovanni, discípulo de Donatello, y Verrochio también trabajó para él en conservación y restauración.
Potenció la Academia Platónica y su relación con el arte y la llevó a su máximo esplendor, convirtiéndola en punto de encuentro para eruditos, filósofos, traductores, médicos, arquitectos y arqueólogos, según el ideal humanista de la Concordatio (convivencia en armonía de las distintas disciplinas). Sus reuniones estaban presididas por un busto de Platón y en ellas se discutía todo tipo de temas.
Pico de la Mirándola, formado por Ficino, fue uno de sus miembros más ilustres y trató de demostrar, en su corta vida, que el cristianismo era punto de convergencia de las más diversas tradiciones, religiones, pensamientos, culturas… Quiso entablar una paz filosofal y fundir razón y fe y se ordenó sacerdote a los 28 años. Se considera que dio sentido místico al neoplatonismo y logró reunir una vasta biblioteca humanista, que a su muerte donó a un amigo a condición de que no la cediese a ningún convento.
Por cierto, en un texto asociado a Lorenzo el Magnífico (uno de cuyos poemas inspiró La primavera de Botticelli) aparece de nuevo el término museum, pero ya no como villa de reuniones filosóficas sino refiriéndose a la colección artística de la Villa Careggi, anunciando el concepto del siglo XVI y el actual.
Lorenzo el Magnífico quiso, además, dar una finalidad didáctica a sus colecciones, y muchas las mostró a su entorno. Parte de ellas adornaron distintos jardines florentinos, como el del claustro del convento dominico de San Marcos, donde los monjes paseaban y rezaban sin turbación entre estatuas clásicas alternadas con imágenes religiosas. También hubo algunas en el jardín contiguo al Palacio Médicis, donde se creó una escuela de escultura que dirigió Bertoldo. Allí se formaría Miguel Ángel.
Lorenzo también mandó esculpir unos clípeos en la parte alta del cortile del patio del Palacio Médicis, reproduciendo los camafeos más importantes de su colección para que pudieran ser copiados y para su disfrute hedonista. Desgraciadamente, dos años después de la muerte del Magnífico, la invasión francesa de Florencia provocó que todas las colecciones mediceas, salvo la de camafeos, fueran incautadas o vendidas a coleccionistas, por lo que se dispersaron.
Una respuesta a “Los Médici, coleccionistas y mecenas en la Florencia del Quattrocento”
Guillermo
Muy interesante artículo, me gustaría en la medida de sus posibilidades, una entrevista al príncipe Lorenzo de’Medici, escritor contemporáneo actual y decimosexto descendiente de Lorenzo El Magnífico, que vive en Barcelona, su página web es http://www.lorenzodemedici.net