NOMBRE: Juan
APELLIDOS: Baraja Rodríguez
LUGAR DE NACIMIENTO: Toledo
FECHA DE NACIMIENTO: 1984
PROFESIÓN: Artista
No ha sido difícil que en los últimos meses hayáis conocido la obra fotográfica de nuestro último fichado: a finales del año pasado, Juan Baraja presentó en la Galería Javier Silva de Valladolid “Norlandia”, el retrato casi íntimo de una empresa familiar de secado de pescado que llevó a cabo durante una residencia artística en Islandia en 2014; también fue uno de los participantes en la última Mostra de Arte Naturgy que acogió el MAC coruñés, tristemente cerrado y expuso igualmente el año pasado, en la Academia de España en Roma, su proyecto El orden de las cosas, que realizó en la capital italiana tras ser becado por esa institución.
Baraja, licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona, ha presentado también muestras individuales en las galerías Espacio Líquido y Utopía Parkway y en el marco del proyecto Arte Lateral, se ha sumado a colectivas en espacios como Casal Solleric, la Galería Sandra Recio de Winterthur y la de Ginebra (Suiza), el Casal Son Tugores de Alaró, el DA2 de Salamanca, CentroCentro, el Museo de Pollença, el del Traje de Madrid, Tabacalera (quizá algunos recordéis la muestra “Contexto crítico”) y el Círculo de Bellas Artes.
Puede que hayáis encontrado, asimismo, sus imágenes en ferias: ha participado en ESTAMPA, LINEART (Gante), ARCOmadrid (en dos ocasiones, en 2014 y 2015) y también en VOLTA 10 BASEL.
Completamos las presentaciones hablando de premios: en 2018, año para él fructífero, obtuvo el Ciudad de Castellón de Artes Plásticas; en 2017, la mencionada Beca de la Real Academia de España en Roma; un año antes, el Premio ARTE LATERAL- OPEN STUDIO y también cuenta con el Premio Adquisición del Certamen de Artes Plásticas de la UNED (2015), el primer galardón en el Premio de Arte Joven de la UCM y en el 4º Certamen Internacional de Artes Plásticas de Pollença (2014) o el primer premio en el Certamen de Jóvenes Creadores de Madrid (2013). En 2011 obtuvo una beca/residencia en BilbaoArte, que desarrolló en 2012 dedicándose a un proyecto de fotografía sobre paisaje urbano y después participó, durante varias semanas, en otra en el norte de Islandia, de la que hablábamos al principio, y en otra en Addaya Centre d´ Art, en 2015.
Su producción forma parte de las colecciones de DKV, la Fundació Pilar i Joan Miró, la Fundación Masaveu, el Centre Addaya, la Fundación General de la Universidad Complutense, la UNED, la Institución Cultural El Brocense de Cáceres, el Ayuntamiento de Castellón, la Artphilen Foundation, el Museu de Pollença, la citada Academia de España en Roma o la Colección de fotolibros españoles del Museo Reina Sofía.
Hemos preguntado a Juan por sus inicios y nos ha contado que comenzó a interesarse por la fotografía mientras estudiaba Bellas Artes. Sus primeros pasos laborales estarían vinculados al mundo de la edición y al de la docencia: Inicio mis estudios universitarios en la Facultad de Bellas Artes de Cuenca, donde comienzo a interesarme por la fotografía. Al año siguiente participo en el programa de becas Erasmus con una estancia de tres meses en el Falmouth College of Arts (Inglaterra), una escuela especializada en diseño y fotografía y desde ese momento la cámara de medio formato se convierte en mi herramienta de trabajo.
Tras finalizar el primer ciclo de esta licenciatura, traslado mi expediente académico a la Universidad de Barcelona, donde fui contratado durante varios meses, ocupando la plaza de técnico de laboratorio. Después me trasladé a Madrid con una beca Séneca, para acabar el ultimo año de carrera.
Una vez finalizados mis estudios, obtuve una plaza como colaborador honorífico del Departamento de Dibujo de la Facultad y compaginé esta actividad con el trabajo en la editorial SM, como fotógrafo y editor gráfico, y también con la docencia en la Escuela de Imagen y Sonido CES, siendo responsable de la asignatura de fotografía dentro del grado superior de Imagen.
En paralelo llevaría a cabo sus propios proyectos artísticos, nos cuenta, relacionados desde el primer momento con la arquitectura y la representación del espacio. Se fije en construcciones o paisajes, trabaja en ellos desde la meticulosidad y la paciencia, comunicándose a través de su estatismo, una inmovilidad que, además de quietud, nos evoca los orígenes de su medio, cuando las cámaras ni eran ligeras ni captaban el movimiento, salvo puntualmente y de forma muy evanescente. Antonio Muñoz Molina habla de sus imágenes desde las esperas: Juan Baraja es un fotógrafo meticuloso y sedentario que viaja sin prisa a lugares del mundo en los que descubre espacios y edificios que parecen llevar mucho tiempo esperando a que él los retrate, esperando con la paciencia de las cosas inmóviles.
Le interesa a Baraja captar lo que siempre estuvo allí y por eso puede pasarnos desapercibido, arquitecturas fragmentadas y naturalezas a partir de las que puede ser posible meditar, los espacios más austeros y menos visitados, que por eso parecen haber quedado fuera del tiempo.
Contemplando sus fotos, es inevitable hablar de orden y de armonía, una claridad compositiva que, sin embargo, no niega tensión y oscuridades: su simetría o su trabajo muy equilibrado del color parecen el fruto del control de una amenaza; vemos lugares y tiempos que permanecen fijos o puros, indultados del caos. Estad atentos a sus métodos de trabajo: elige motivos que se detiene a captar durante el tiempo que sea necesario, encontrando en ellos un todo en el que profundizar.
Su primera obra fue urbana: Mi primer proyecto fue Bilbao, un trabajo sobre el puerto de esta ciudad, que fotografié de noche a lo largo de todo un año. Mas tarde se expondría en Photogallery20, galería que me representaría durante los siguientes cuatro años.
Durante este tiempo seguí trabajando en otros proyectos, aumentando cada vez más mi interés por la arquitectura y también por el estudio de la luz. Fuera de Escena fue mi siguiente serie, un trabajo sobre teatros vacíos que fotografié durante dos años aproximadamente.
Hiroshi Sugimoto también fotografió salas teatrales vacías, pero son muy distintos sus modos de mirarlas: además de que Baraja no recurre al blanco y negro para acentuar el poder sugestivo de la luz, tampoco atiende a lo macro, a las panorámicas, sino que se fijó en la magia de la trastienda, de la caída de las cortinas rojas o de las sillas vacías.
Estos trabajos propios, como decíamos, los ha conjugado el artista con su labor en la enseñanza y el campo de la edición y también con diversos encargos: No abandono en ningún momento la docencia y tampoco el trabajo editorial, y a esta lista se añaden lo primeros encargos de arquitectura y los concursos. Soy seleccionado para fotografiar la feria ARCOmadrid 2010 y recibo el encargo de fotografiar también la fase final de construcción del pabellón de España en la Exposición Universal de Shanghai.
Su primera aproximación al paisaje llegaría ese año 2010, con A RAPA: un libro de artista compuesto por ocho fotografías tomadas en Galicia, a raíz de un encargo editorial sobre esta fiesta (la rapa das bestas, recordamos, que se celebra en varias localidades gallegas, siendo la cita más conocida la de Sabucedo). Como ocurría en Fuera de Escena, A Rapa muestra la parte escondida de una tradición que atrae a miles de personas cada año; una parte de atrás, un paseo escondido.
El libro se culminó el 1 de noviembre (en palabras de su autor, festividad de todos los santos, momento propicio para celebrar el término de los seres y de otros objetos con alma) y de él se publicaron veinte ejemplares, pudo verse en ESTAMPA y -nos ha contado Juan- recientemente ha pasado a formar parte de la Colección de fotolibros españoles del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Los textos son obra de Gonzalo Romero.
Dos años después, en 2012, pudimos disfrutar de su nuevo trabajo, arquitectónico, en Utopía Parkway. Catedrales (hay mensaje en el título) es una serie de fotografías sobre cementeras; la fábrica elevada al estatus de Catedral, un estudio cuidadoso sobre la luz y la arquitectura. En la muestra se expusieron un total de diez fotografías de gran tamaño, impresas en papel de algodón y enmarcadas en vitrina.
Trabajó en ellas durante tres años, probando, quizá, que la belleza puede ser más un estado de ánimo desde el que contemplar el entorno que una cualidad de este. No había rastro de elevaciones espirituales en los propósitos constructivos de estas cementeras, pero lo formal de su arquitectura sí hizo posible a Baraja encontrar afinidades entre estos edificios y los templos: su amplitud espacial, su verticalidad… También encontraba cierto enigma en sus zonas altas: Las partes más altas de la fábrica, espacios casi olvidados, llenos de maquinaria pesada y cubiertos por una gruesa capa de polvo gris o blanco, responden a esa búsqueda impaciente de los fieles por encontrar lo etéreo y lo sobrehumano ahí arriba.
A medida que sus imágenes se ampliaron, Baraja se hizo aún más meticuloso en los procesos: El salto a la fotografía de gran formato lo doy poco después y esto supone un cambio importante en mi manera de mirar y componer, el ritmo de trabajo se ralentiza y me vuelvo mucho más preciso.
Y entonces llegó su proyecto lisboeta, varias veces expuesto, que también se materializará en un libro muy pronto. En esta ciudad no se dejó atrapar, de nuevo, ni por las bellezas evidentes ni por los enclaves bulliciosos: Comienzo un nuevo proyecto, Águas Livres, en Lisboa, un trabajo que gira en torno a un edificio concreto, El Bloco das Águas Livres, construido en los años cincuenta.
Durante algo más de un año y en varias ocasiones, viajo a Lisboa para avanzar en este proyecto. Un trabajo de composición y de abstracción en el que los planos de color, las texturas y las líneas hacen que perdamos de vista el referente fotografiado.
Águas Livres se presentó en ARCO en 2014, con la galería Espacio Líquido, y pocos meses después en VOLTA BASEL. A finales de año, el proyecto se expone de manera individual en la galería asturiana y a partir de aquí estará presente en numerosas colectivas, destacando la exposición “DRINK ME”, en el Museo de Arte Contemporáneo DA2, en Salamanca. En este momento me encuentro trabajando en la maqueta del libro, que entrará en imprenta en los próximos meses.
Nos referíamos al principio a su estancia en Islandia ese 2014: allí, en su Residencia Listhus, además de en Norlandia, trabajó en su Experimento Banana: se trata de una serie de fotografías sobre un experimento agrícola de los años cuarenta; fotografíé el último cultivo de plátanos de Islandia, un invernadero ubicado en la Universidad de Horticultura del país, con una plantación de aproximadamente cien ejemplares que fueron donados por los agricultures después de comprobar la baja rentabilidad y la dificultad para cultivar plátanos en Islandia, en un intento de autosuficiencia. Como en sus proyectos anteriores, llevó a cabo una disección purista de la luz, subrayando cómo determina nuestra percepción de los volúmenes.
Tras fotografiar en Islandia, lo hizo en Mallorca y después en León, para la Fundación Cerezales Antonino y Cinia de Cerezales del Condado: En 2015 participo en el programa de residencias de Addaya Centre d´Art y de esta experiencia nace el proyecto SERT-MIRÓ, que se expuso en 2018 en el Casal Solleric, producida esta exposición por la Fundació Pilar i Joan Miró de Mallorca, pasando a formar parte de su colección toda la serie de fotografías.
En 2016 comienzo un proyecto con la Fundación Cerezales Antonino y Cinia. Me propusieron trabajar sobre el nuevo equipamiento que se estaba construyendo para la Fundación. La construcción, obra del arquitecto Alejandro Zaera, ubicada en una pequeña población a pocos kilómetros de León, se integra dentro de un paisaje semimontañoso, rodeado de árboles, terraplenes y ríos. Es importante conocer este detalle de situación y la filosofía de la Fundación para entender cómo está planteado el edificio y este proyecto.
Recubierto por una fina piel de madera de alerce tratada, la estructura de cinco naves se aparece como un gran camaleón que muta dependiendo de la intensidad, la dirección de la luz y de las condiciones meteorológicas, adaptándose a un entorno también cambiante.
Como no me interesaba el proceso constructivo, decidí fotografiar sólo algunos fragmentos del edificio. Trabajé con una cámara de gran formato que me permitía variar el punto de vista y así salvar cualquier indicio de obra que ocupaba normalmente el plano del suelo, lo que hizo posible fotografiar las zonas más altas que ya estaban prácticamente acabadas.
El resultado es una serie de diecinueve fotografías de gran formato que nos aproximan a un ejercicio de composición, de meditación y de observación sobre este edificio en particular. Es un acercamiento a los detalles constructivos y a los materiales, también a las formas y a los volúmenes más básicos de esta arquitectura; pero sobre todo es una aproximación a las relaciones que se establecen entre la arquitectura, la naturaleza y el ser humano.
Ya contamos que en 2017 obtuvo una beca de la Academia de España en Roma que le llevó a trabajar a esta ciudad el año pasado. De entre sus proyectos allí, destaca Corviale, una serie de imágenes dedicadas a un edificio de viviendas sociales de intenciones frustradas. Lo veremos pronto en Madrid, pero nos lo explica ya en detalle: En 2017 obtuve la beca de la Real Academia de España en Roma, y en enero del año siguiente me trasladé durante seis meses a San Pietro in Montorio. En este tiempo llevé a cobo varios proyectos, pero me gustaría resaltar CORVIALE como el proyecto principal que da pie a una nueva línea de trabajo.
Il Corviale, un edificio de viviendas sociales de casi un kilómetro de longitud, con mil doscientos apartamentos y capacidad para unas seis mil personas, proyectado en los años setenta por el arquitecto Mario Fiorentino, llegó hasta mí por casualidad. Pero como la mayoría de las veces, las casualidades desembocan en algo nuevo, y este se convirtió en mi siguiente proyecto en Roma.
Si bien mi primer acercamiento tiene que ver con la parte formal del edificio, la propia arquitectura y su diseño, los materiales constructivos, los elementos estructurales, los huecos, las piezas prefabricadas, la señalética de los espacios comunes o incluso los colores elegidos, después de unos días comienzo a interesarme por la parte menos material: la vida cotidiana y la idea de comunidad que se perseguía en el proyecto original.
Il Corviale, también conocido como Serpentone (debido a su longitud), se planteó como un gran edificio que albergaría a personas con pocos recursos, sería un espacio autosuficiente, con zonas comunes para la vida diaria y para el intercambio de experiencias, con locales comerciales, conexiones con Roma y provisto del resto de servicios que acompañan a cualquier barrio de una gran ciudad. Esta utopía, quizás demasiado codiciosa, pero no una mala idea, no prosperó del todo. Los comercios y otras zonas comunitarias ubicadas en la cuarta planta fueron ocupadas antes de tiempo convirtiéndose en improvisadas viviendas. Algunos apartamentos, por la misma razón, no se terminaron, y las comunicaciones con la ciudad no fueron posibles hasta mucho tiempo después. Il Corviale no fue el proyecto habitacional esperado y durante años se convirtió en una zona peligrosa, marginal y descuidada. A pesar de ser uno de los proyectos de viviendas sociales más ambiciosos del momento, este lugar permaneció bastante tiempo aislado en la periferia romana.
Sin embargo, las personas que lo habitan han conseguido construir su propia comunidad al margen de los aspectos negativos que envuelven al gran Serpentone. Han adaptado el espacio construido a sus necesidades, transformándolo y ocupándolo desde el primer momento. Se pueden ver cerramientos donde no existían, los bajos del edificio se convierten a veces en talleres de coches, los pasillos y otras zonas comunes rebosan de plantas, y hay paredes con pintadas en rojo donde se lee TI AMO.
A parte de estas intervenciones en el propio edificio, que son muchas y de distinta naturaleza, las personas que viven allí ocupan también los terrenos lindantes. Enfrentadas a esta gran nave que ha salido a duras penas de un naufragio, pequeñas construcciones efímeras, de materiales recuperados, precarias y todas diferentes, se dispersan a lo largo de ese kilómetro, en paralelo y bajo una arboleda espesa, como pequeñas embarcaciones salvavidas. Es la zona de huertos, necesaria e imprescindible para la vida diaria, conectada por pequeños senderos y varias escalinatas con el edificio y dirigida por un camino principal por el que sólo cabe un vehículo.
No se ve esta zona desde la fachada principal, hay que entrar al edificio y atravesarlo, es necesaria esta experiencia. Uno tiene que coger el ascensor o subir a pie varias plantas para recorrer los pasillos y asomarse a los grandes ventanales que dan a la parte trasera del gran monstruo de hormigón. Una vez se ha hecho esto, se empieza a entender la estructura del lugar y el edificio se convierte, de pronto, en algo amable, perdiendo esa envoltura de fracaso que lo acompañaba. A medida que se desciende de nuevo a la planta baja se descubre la arboleda, las escaleras que van a parar al camino y las personas que se pierden en un nivel diferente al nuestro.
Mi trabajo trata justo de este esquema que se repite en otros proyectos arquitectónicos y de urbanismo y que quizás tenga que ver con la propia condición humana. Puede ser que no estemos preparados para vivir dentro de este tipo de estructuras, con espacios perfectamente diseñados y vidas dirigidas, y por eso necesitamos relacionarnos al margen de esos límites preestablecidos. Los nexos entre las personas se establecen de manera espontánea y aleatoria dependiendo del lugar y del momento y no siempre son previsibles en un proyecto.
Esta nueva vía que se abre en mi trabajo y que toma un camino propio llega en el momento en que me alejo físicamente y veo con perspectiva dos construcciones tan distintas. Mientras un kilómetro de hormigón armado se pierde, perfectamente ordenado y recto, en la lejanía, en un plano más cercano las cabañas de los huertos, de materiales diversos y colores llamativos, se desordenan sobre la hierba. El poblado crece cuando aparece la necesidad, y lo que a primera vista parecerían escombreras se convierten, al momento, en una fuente inagotable de materiales para seguir construyendo y avanzando en esa conquista del territorio.
Parte de este proyecto se expuso en una muestra colectiva de todos los becarios de mi promoción y en unos meses se podrá ver en Madrid.
Su última individual, ya sabéis, fue “Norlandia”, en Javier Silva, dedicada a la arquitectura racionalista y funcional de esa empresa de secado de pescado, al paisaje en el que se encuentra y a quienes en torno a ella viven. En aquella muestra encontrábamos naturalezas, vivas y muertas, y retratos, porque la arquitectura era en este trabajo, además de luz y volumen, vida e historia.
Hemos preguntado a Baraja por lo próximo: En este momento me encuentro trabajando en un nuevo proyecto en Italia que expondrá en Matera a final de año.
Conocedlo mejor aquí: juanbaraja.com