Fragonard (1732-1806) se considera el último exponente del arte frívolo de fiestas galantes que inició Watteau y que pervivió, en baja forma en su etapa final, hasta la Revolución Francesa. Artista polifacético (al modo en que antes se entendía, de amplia temática), nació en Grasse, la ciudad de los perfumes, y como creador mediterráneo, cultivó una pintura cálida, dinámica y optimista. Siendo muy niño, se trasladó con su familia a París y comenzó trabajando junto a un abogado que percibió sus dotes para el dibujo y le recomendó acudir al taller de Boucher. Por consejo familiar, decidió, no obstante, formarse con Chardin, pero acabaría acercándose a Boucher en 1748.
Pronto comenzó a desarrollar cierta fama, y en 1752 obtuvo el Premio de Roma con Jeroboam sacrificando a los ídolos, asunto bíblico con referencias históricas y religiosas, obra de tono grandilocuente al gusto académico de entonces. La escena transcurre en el interior de un templo clasicista y las figuras resultan especialmente gesticulantes, aspecto muy mediterráneo, como su marcado sentido colorista. No están muy definidas dibujísticamente.
Pese al premio, no llegó a ir a Roma, porque ese año se suspendió el viaje, pero sí se le admitió como alumno de primera de Van Loo y pudo conocer de primera mano obras de la colección real. Italia, no obstante, acabó llegando: entre 1756 y 1761 estuvo allí por su cuenta, copiando a los maestros del barroco romano y pintando paisajes junto a Hubert Robert.
Tras su regreso a Francia, intentó ingresar en la Academia en 1765 con Coreso y Calírroe, y tuvo suerte. Se trata de una escena mitológica: un ataque de locura azota a los habitantes del pueblo de Coreso, sacerdote de Dioniso, tras haber pedido este ayuda divina para enamorar a la joven Calírroe, que le rechazaba.
Se consulta a un oráculo, que afirma que la única solución es sacrificar a Calírroe o a alguien que asuma su papel. Entonces Coreso, encargado del sacrificio, se suicida para evitar matar a su amada, que aquí aparece desmayada.
La composición, muy estudiada, distingue al grupo principal y a los secundarios y las figuras presentan de nuevo una gran gesticulación: sus gestos asustados conceden teatralidad a la pintura.
También destacan los efectos lumínicos: dos bandas oscuras en las partes alta y baja de la obra favorecen la profundidad y el dramatismo. Se conserva una copia de esta obra, del propio Fragonard, en la Real Academia de San Fernando.
La gallina ciega fue una de las primeras pinturas puramente galantes de este autor; si Diderot lo había alabado por su obra mitológica y de historia, comenzó a criticarlo ahora con severidad. Representó, desde la fantasía y la irrealidad, una escena pastoril y desplegó en los grupos de flores detalles muy rococó.
Las escenas pastoriles de Boucher eran más estáticas y de dibujo más severo; en Fragonard encontramos más dinamismo y color.
En Las bañistas incorporó aspectos más eróticos. Desaparecen las alusiones al mito: estas podrían ser mujeres reales; su movimiento es desenfrenado, con una línea diagonal marcada, y crea diferencias de luz en los cuerpos, incorporando también brillos en el paisaje, idea tomada de Watteau y Boucher.
Busca más la mancha de luz que el detallismo minucioso y nos hace pensar en las bañistas de Manet o Cézanne por la importancia del volumen y el cromatismo.
En La camisa alzada pintó, en un interior, un voluminoso desnudo. No se ha identificado a la modelo. Destacan, de nuevo, los colores y la luminosidad. El motivo es el mismo que el que presentó Boucher en Muchacha desnuda descamisada, pero Fragonard se preocupa menos por el dibujo y más por la iluminación y los colores, forzados. Frente al cuidado de su maestro a los objetos, él los reduce a manchas.
Su obra más conocida es El columpio, también llamada Los felices azares del columpio. Se la encargó el barón de Saint Julien. Aquí una mujer (la probable amante del barón) se divierte en un columpio empujado por un hombre mayor, quizá un marido complaciente, mientras su querido, el propio Saint Julien, caído quizá por el empuje del columpio, puede verle las enaguas.
No pinta Fragonard nada escandaloso, pero lo insinúa, y un amorcillo pide silencio en torno a lo que ocurre. Vemos una marcada línea diagonal desde Saint Julien hasta el extremo superior derecho del cuadro, línea que confiere movimiento.
También el cuidado de la luz es exquisito y da profundidad. La mujer actúa como foco luminoso, y también lo es Saint Julien; el marido, en cambio, queda estratégicamente en penumbra. La lejanía en el horizonte añade un toque de misterio.
El cerrojo es otra escena amorosa. Dos amantes echan el de una habitación en una obra en la que prima el erotismo pero destaca una cuidada composición, con dos figuras perfectamente iluminadas y gesticulantes. Las partes oscuras y las luminosas están separadas por una diagonal.
En El beso robado, dos personajes se esconden de los que charlan en una habitación del fondo: se trata de una pareja que se besa en la mejilla, costumbre inusual en el siglo XVIII. Ella mira de reojo al fondo para asegurarse de no ser vista.
Es esta una escena de galantería y suave libertinaje en la que, de nuevo, una diagonal separa las zonas luminosas de las oscuras y aporta profundidad. Cuidó Fragonard al máximo los suaves matices de color.
La pintura del francés es, en general, suelta y luminosa. Emplea pastas espesas y fondos neutros sobre los que destacan las figuras y sus brochazos sueltos y ligeros los heredaron los impresionistas. En sus personajes predominan las figuras en tres cuartos con la cabeza girada.
En su Retrato del Abad de Saint-Non, este viste una indumentaria llamada entonces española, como si fuera un hombre de milicia, con caballo y espada. Su postura es desenfadada y naturalista, y la composición, poco oficial y academicista. También su mirada es altiva y despreocupada. El colorido se basa en la bicromía del rojo de sus ropajes y el ocre de la mayoría de la composición, con distintos matices que dan volumen.
Su retrato de Madame Bergeret, por su parte, es oval y de busto, con un suave giro de cabeza. Al ser más oficial que el anterior, la vestimenta y el peinado los elaboró con toques ligeros y pinceladas largas que contrastan con el exquisito cuidado del rostro.
Ya decíamos al principio que Fragonard era artista polifacético: después llegó La cuna, pintura de género radicalmente distinta de su plasmación anterior de una sociedad rica y feliz en un mundo idílico. Se caracteriza por su colorido oscuro, la paleta espesa, y su fuerte relación con las representaciones burguesas propias de la pintura holandesa.
Con el tiempo, la pintura del de Grasse cansó a su público, más proclive al gusto neoclásico. Tras la Revolución, cayeron sus encargos, pero sí obtuvo puestos oficiales en la administración de museos. Como artista, no remontó el olvido hasta después de su muerte.