Watteau era hijo de un artesano francés y nació en 1684 en Valenciennes, ciudad entonces flamenca. El naturalismo de la pintura holandesa se refleja en su pintura, de una profundidad y calidad técnica extraordinarias.
Su formación artística original debió ser precaria y artesanal; más adelante se marchó a París, y ya que no tenía medios para hacer carrera, se dedicó a vender cuadros en los mercados, los típicos “san Roques” que compraban campesinos. Su talento llamó la atención y logró entrar en un taller de artistas socialmente más notables en aquel momento. Pese a mantener una forma de vida bohemia, pronto comenzó a adquirir reconocimiento y en 1717 pudo acceder a la Academia, pero lo bueno no duró mucho: murió antes de cumplir los cuarenta años, enfermo de tuberculosis, dejando, eso sí, una obra fundamental en el ámbito de la pintura galante y una concepción naturalista muy importante para el arte posterior.
Una de sus primeras grandes obras es El portal de Valenciennes (hacia 1710). Se trata de una escena de costumbres: lo que ocurre carece de importancia, en contraste con la más valorada entonces pintura de historia. Representa la puerta de una ciudad amurallada donde se cobraba el fielato, una tasa por entrar con mercancías a la ciudad.
Hay que subrayar que Watteau consiguiera triunfar en París con una escena costumbrista, la más inferior en la jerarquía de los géneros pictóricos en aquel momento. Estos cuadros, también en Holanda, se caracterizaban por su pequeño tamaño, sus figuras reducidas, los paisajes campesinos y la plasmación de acciones divertidas o anecdóticas y eran adquiridos por los burgueses.
Dos aspectos rompen con la concepción tradicional del género: su empaque monumental, más propio de las mencionadas pinturas de historia, y la ausencia de chiste o moraleja.
Esta pintura representa solo un trozo de realidad, de ahí su importancia casi revolucionaria. Como en el caso de los paisajistas, la producción de Watteau contiene una atmósfera creada a través de la luz y de una sustancia cromática entendida como fundamento que da vida, aunque sus personajes estén bien dibujados.
Júpiter y Antíope es, por su parte, una escena mitológica, comparativamente más convencional. El tema parece remitir al clasicismo, pero de aquí no se deduce una enseñanza moral, sino una lección, en todo caso, inmoral: la realidad es el placer y el placer es la actividad más propia de los dioses.
El desnudo de Antíope, por su calidez cromática y su sensualidad, recuerda a Rubens y a la pintura veneciana (Tiziano). Destaca la presencia creciente de la naturaleza: la joven delicada que duerme inocentemente está tumbada en un roquedal, como si la vida terrestre permitiera tener en ese estado inmaculado su cuerpo. Júpiter se nos presenta más varonil, cetrino, sátiro, sumergido en el paisaje.
La naturaleza cobraba importancia en el siglo XVIII como escenario de lo mejor, no ya de lo peor, y esta obra supone un canto a lo sobrenatural del alma humana: los deseos. Pese a la afectación del desnudo de Antíope, se caracteriza por su veta naturalista.
Alegoría del otoño (1715) es una de las obras genuinamente galantes que hicieron triunfar a Watteau. Se desarrolla en una fértil naturaleza paradisiaca: sus jardines no contienen geometría, sino que son boscosos y pintorescos y fundamentalmente ofrecen sombras.
Es oval y su tema es frecuente en la historia del arte occidental, pero Watteau introduce un cambio profundo: hace una alegoría del paso de la vida, no del crepúsculo: aparece una joven hermosa semidesnuda junto a un putti desnudo. El crepúsculo es una cosecha.
Sin perder el tono elegiaco, la obra no recuerda el crepúsculo de modo admonitorio, sino que mira con positividad los frutos de la madurez. El artista empleó una técnica pictoricista: de cerca solo vemos una mancha y de lejos ya podemos observar las formas sólidas y sensuales, de gran riqueza táctil. Los barnices dan brillo y provocan el resplandor de la carne.
La marmota (1715-1716) llama la atención por sus brillos de carácter naturalista. Frente a obras estereotipadas de la pintura galante, el francés presenta personajes populares haciendo cosas sorprendentes: es el caso de este buhonero sonriente con su marmota, figura del carnaval popular, aislado en un primer término sobre el fondo de una villa cualquiera. Recuerda en cierto sentido a Brueghel, pero éste realizaba escenas animadas en grupos, no tan serenas y realistas, mientras Watteau tiende a aislar las figuras principales. Transmite cordialidad en un entorno que ofrece sensaciones contrarias.
En El indiferente (1716-1717) representó al típico personaje de la sociedad galante-cortesana: el petimetre, vestido de seda y dando un paso de baile, pero no en un salón, sino en un bosquecillo.
La simulación de lo natural forma parte de la urdimbre mental de la pintura galante: es propio de Watteau el doblez, imprescindible en las relaciones sociales y para sobrevivir, especialmente en esos contextos. El pintor quiso ir al fondo de ese juego de apariencias, y ya no lo hace risueñamente, en la piel de campesinos para reírse de ellos, sino a través de personajes de clase alta, no afectados por la necesidad, para descubrir lo que hay en su actitud de afectación y patetismo. No de forma caricaturesca, sino elegante.
Esa línea de representación, realmente, llegó hasta Goya, quien, en La familia de Carlos IV, realizó un retrato de grupo tan real que parece caricaturesco, profundizando con perspicacia en los gestos.
Se piensa que el título de esta pintura podría aludir soterradamente a la homosexualidad del protagonista.
La calidad cromática de Paso en falso (1717) es lujuriosa. La vaporosa atmósfera concuerda con el elegante cuello de la mujer, los brillos de seda y la piel refulgente.
Como buen naturalista, Watteau no renuncia al claroscuro: un foco artificial de luz resalta las calidades materiales y la tersura de la piel de la joven. Prima de nuevo el doblez y el equívoco: el espectador puede dar dos sentidos a un mismo detalle, creando intriga.
Lo que emerge tiene un trasfondo que no llegamos a adivinar: una pareja pasea por un jardín, ella tropieza, se enreda en las piernas de él y cae, pero no sabemos si él puso la zancadilla adrede o ella se lanzó a él. El gesto de la mano de la mujer puede entenderse como un freno o como un intento de evitar que el amante caiga sobre ella.
El término “paso en falso” se utiliza equívocamente con sentido moral, como advertencia a los jóvenes sobre sus deslices.
Embarcación a Citerea (1717) es, por último, la obra maestra de Watteau. Citerea (Chipre) es la isla donde recalaron la Afrodita romana o la Venus griega y a ella se acudía, metafóricamente, a llevar a cabo matrimonios o aventuras eróticas.
Se nos muestra un paisaje, un escenario grandioso tomado de Venecia. Una pequeña multitud se extiende por una ligera loma formando una alineación sinuosa en dirección a un lago, donde a lo lejos unos putti vuelan en torno al mástil de una nave.
Se trata de una escena de costumbres, pero no al modo tradicional; normalmente las pinturas costumbristas eran de pequeño formato y no estaban estructuradas en composiciones como las que necesitaba la pintura de historia.
Rubens había inventado una composición alternativa: ondulante, prismática y piramidal; aquí el triángulo es estático y perfectamente jerarquizado. La composición ondulante no se basa en una línea recta que limita el plano, sino en una curva infinita y, mientras las rectas son rotundas, claras y transparentes, las curvas son musicales y no terminan.
Además, las líneas ondulantes son útiles para la narración porque, al prolongarse, permiten embutir una secuencia más amplia que las rectas. Lo novedoso en Watteau es incorporar esta composición a una escena de costumbres.
La narración es la siguiente:
Un joven corteja a una dama, ella abre el abanico escuchándolo y un niño de Venus “estimula” la escena. Ella duda.
Finalmente, la dama es convencida y el joven la ayuda a levantarse.
Ambos se disponen a iniciar su excursión marítima; ella mira hacia atrás con melancolía y él la impulsa con el brazo.
Descienden a la barca.
Se trata, en definitiva, de la escenificación del cortejo amoroso completo.
En Gilles (1718-1720), al fondo y reunidos se encuentran los personajes de la Comedia del Arte. Lo insólito en esta obra de Watteau, que llegará hasta Picasso y el arte actual, es que nos encontramos ante la primera imagen de un payaso triste, que mira hacia abajo con timidez, no sonríe y tiene los brazos caídos en actitud melancólica.
Extrae esta figura al primer plano dejando rehundidas al resto. Nos encontramos ante una obra ambigua y compleja: quien hace reír está sumido en la pena.