Establecidos los íberos en las zonas meridional y oriental de la Península y en el sur de Francia, y en contacto con griegos, cartagineses y romanos, desarrollaron un estilo propio. Los restos que nos han llegado de su arquitectura no nos permiten hacernos una idea completa de sus características e importancia, pero hay que mencionar la relevancia que tendrían las murallas de ciudades: las de Tarragona, seguramente ya existentes en época romana, tienen un gran perímetro y su estado de conservación es bastante bueno. Se distinguen por las enormes proporciones de sus piedras, que les dan un aspecto ciclópeo. También son interesantes las de Ampurias.
Los únicos monumentos íberos donde se emplean formas y elementos decorativos que puedan darnos información sobre la formación de sus constructores son de carácter funerario: el de Tútugi, en Galera (Granada), es de tipo tumular, con corredor y cámara cuadrada con pilar central de sillería, en relación con la arquitectura dolménica anterior. Otros monumentos similares de la misma necrópolis que no se han conservado tuvieron pinturas murales; se consideran de los siglos IV y III a.C.
De la misma época es el sepulcro de Tugia, en Peal de Becerro (Jaén), de sillería y con tres naves y poyos y anaqueles de piedra para colocar los vasos y urnas cinerarias. En una de sus puertas, los sillares superiores avanzan en forma curva tendiendo al arco falso. Algo anterior (siglos VI-V a.C) es la Torre funeraria de Pozo Moro, en Albacete.
Entre las piezas arquitectónicas sueltas que nos han llegado hay que mencionar el pilar con zapata de uno de los sepulcros de Tútugi, por ofrecernos por vez primera vez este elemento arquitectónico que tanto veremos después en nuestro país y porque, en su ornamentación, muestra temas decorativos de origen helénico. De las proximidades de Baeza procede una columna con capitel en forma de ábaco grueso que, como el pilar anterior, se guarda en el Museo Arqueológico Nacional.
De la escultura ibérica conservamos más testimonios, podemos dividirlos en dos grupos: el de estatuillas de bronce y el de estatuas y relieves en piedra.
Al primero pertenecen varios millares de figurillas procedentes, la mayoría, de los santuarios del Collado de los Jardines, en Despeñaperros, y de Castellar de Santiesteban, ambos emplazamientos en Jaén. Se trata de estatuillas pequeñas –en la mayoría de los casos, de menos de 30 centímetros– dejadas como exvotos por quienes acudían al santuario. Representan guerreros con casco, escudo circular y gran espada, o mujeres, a veces envueltas en mantos que les cubren la cabeza y, en ocasiones, en actitud de ofrecer una paloma. No faltan tampoco figuras de jinetes y animales.
Pero, ya sabéis, el capítulo más espléndido de la escultura ibérica lo forman las estatuas de piedra del Cerro de los Santos y del Llano de Consolación (Montealegre, Albacete), conservadas en su mayoría también en el MAN. Su tamaño es la mitad del natural y la mayoría son femeninas. Entre ellas destaca la Gran Dama, en posición frontal. Porta un vaso de ofrendas y se cubre con un manto que cae formando con sus bordes zigzags, como en el estilo arcaico griego; su tocado es muy rico y, entre sus adornos, muestra dos ruedas que penden a los lados.
De las esculturas masculinas lo más interesante es la serie de cabezas sueltas que, modeladas sobriamente y con tosquedad, reflejan una expresión de cierta energía. Se fechan en los siglos III y II a.C.
De calidad muy superior, pero íntimamente ligada a las anteriores por reflejar los mismos convencionalismos estilísticos en su tocado e indumentaria, la obra que representa el punto culminante de la escultura ibérica es la Dama de Elche, a la que algunos expertos llaman Diosa de Elche. Se fecha probablemente en la primera mitad del siglo V a.C y su manto cae formando zigzags, luce sobre su pecho un triple collar y se toca con dos enormes ruedas laterales y una armadura a manera de peineta que sirve de soporte a la mantilla.
La expresión de su rostro es concentrada y la finura de su modelado, sobre todo en la parte inferior del rostro, admirable. Ha perdido casi toda su policromía original, pero aún es en parte perceptible.
Del mismo estilo pero de cuerpo entero, sentada y con una cavidad para cenizas, es la Dama o Diosa de Baza, descubierta en la tumba de un guerrero del s. IV a.C. Por sus temas y antigüedad, son además importantes la decoración escultórica de la Torre de Pozo Moro de la que hablamos antes y las esculturas del conjunto sepulcral del Museo de Jaén.
Otra serie de la escultura ibérica es la que atesora el MAN procedente de Osuna: una variada colección de relieves que presentan jóvenes tocando la doble flauta o con vasos, guerreros y escenas de lucha o de circo. Pudieron pertenecer a algún monumento relacionado con las luchas civiles de César y Pompeyo, que se desarrollaron en la Península; pese a su estilo arcaico, en algún relieve se hace patente la influencia romana.
De función desconocida y quizá de carácter funerario, son numerosas las estatuas de animales descubiertas en las diversas regiones que poblaron los íberos. De tipo monstruoso algunas de ellas, se relacionan con modelos arcaicos griegos y quizá la más importante sea la Bicha de Balazote, un toro androcéfalo también en el MAN. Se halló cerca del Cerro de los Santos, en el lugar que le da nombre.
En cuanto a las artes decorativas, la que alcanzó mayor perfección con los íberos fue la cerámica. Era de barro rojizo o amarillento, paredes finas y decoración geométrica y vegetal muy estilizada, o con figuras y escenas animadas. Los vasos conservados son numerosos y proceden de Andalucía, Levante; Cataluña y Aragón, aunque su zona de expansión incluye el sur de Francia y el norte de África. Los de mayor riqueza decorativa se hallaron en Archena (Murcia), con grandes águilas estilizadas, y en Liria (Valencia). En estos la narración –danzas, batallas– adquiere mayor desarrollo que nunca hasta ahora.