Nacido en 1908 en Chanteloup-en-Brie y criado en una familia dedicada a la industria textil, Henri Cartier-Bresson empezó muy pronto a dibujar y, en época de efervescencia creativa y auge surrealista en París, acudió a formarse al taller de André Lothe, codeándose a continuación con André Breton, Louis Aragon, Salvador Dalí o Max Ernst y dejándose llevar por la atención que aquellos prestaban a los sueños, la fantasía y la experimentación.
Tras viajar a África, en 1930, tomó la decisión de dar un giro a su carrera y volcarse por entero en la fotografía; también viajó a España en la República, por encargo de la revista Vue, y durante la Guerra Civil, en 1938, realizó aquí su filme más temprano: Return to Life, sobre la atención médica dada a los soldados republicanos, y dos documentales más. Hay que recalcar que su primera exposición en nuestro país tuvo lugar tan pronto como en 1933, en el Ateneo de Madrid.
La II Guerra Mundial dejó en él, igualmente, poso: en 1940 fue hecho prisionero por soldados alemanes, se le envió a un campo de trabajo donde permaneció tres años y, a su salida, se unió a la Resistencia en Francia; a él se deben algunas de las primeras fotos del París liberado y otra película sobre la salida de los internos en campos de concentración. 1947 fue un año relevante en su carrera: a su participación en la fundación de Magnum se sumó su primera antología en el MoMA de Nueva York; desde entonces, y hasta los setenta, compatibilizó su rol como fotorreportero internacional -que atendió a la muerte de Gandhi, el ascenso al poder de Mao, la Revolución cubana o la Guerra Fría- con la toma de obras de índole más personal. En 1952 se fecha su monografía Images à la sauvette (Imágenes a hurtadillas), que en inglés recibió el título de The Decisive Moment, en alusión a su inquietud por captar esos momentos previos a que todo cambie en un movimiento: un salto, un golpe de viento…
Sin dejar a un lado la cámara, retomó entonces, en los setenta, el dibujo de sus primeros años y comenzó a distanciarse de la agencia que había contribuido a crear junto a Robert Capa, George Rodger y David “Chim” Seymour, Magnum, pero no podemos considerar esos pasos como una introspección final. El MoMA o la Bibliothèque Nationale de France le dedicaron exposiciones importantes en los ochenta y los 2000, y su fundación dio sus primeros pasos antes de su muerte, en la localidad provenzal de Montjustin, en el verano de 2004.


Diversa en fondo y forma, la producción de Cartier-Bresson (de difusión limitada, porque el artista prohibió expresamente que se hicieran reproducciones de su obra después de su muerte) parece a menudo oscilar entre la antropología y el arte.
En sus primeros años de trayectoria, en los círculos surrealistas, pudo haber tomado la idea de captar el azar objetivo. Sus fotos de juventud contienen maniquíes, gente dormida u objetos ocultos y, no mucho más tarde, atisbaremos en su estilo los rasgos de la Nueva Visión, en forma de perspectivas inesperadas, fragmentación y atención a las texturas.
Cuando, en los años treinta, empezó a trabajar en reportajes, lo hizo en series en vez de en piezas individuales y, como dijimos, tuvo que detener su realización, en un extenso lapso, por sus penosas experiencias bélicas, para retomar esta actividad en 1943. La divagación onírica había perdido ya sentido y se centró Cartier-Bresson en el fotoperiodismo, viajando por medio mundo y, en 1954, también a la URSS: fue, de hecho, el primer fotógrafo occidental en adentrarse en la Unión Soviética y la obra que allí llevó a cabo cosechó sonoras críticas por no reflejar lo bastante las duras condiciones de vida de la población. Cuando, en 1962, acudió a Berlín Este y a Cuba, sí decidió, sin embargo, plasmar dramas humanos y una constante propaganda socialista.

También se desplazó a Estados Unidos en los cuarenta, cuando las leyes de segregación racial permanecían vigentes: retrató a Luther King y Malcolm X, captó los efectos cotidianos de la discriminación sobre la población negra y manifestaciones por la igualdad (el resumen de esos viajes americanos lo recogió en el libro America in Passing); no mucho más tarde, comenzó a interesarse por los vínculos entre los seres humanos y las máquinas en un contexto laboral, en composiciones que contrastaban con las (muchas) que dedicó a todo tipo de momentos de ocio.
Otros capítulos importantes de su legado los constituyen sus imágenes sobre el comportamiento de las masas en acontecimientos deportivos, manifestaciones o actos políticos (aunque trató de que su obra fuera apolítica, es posible detectar su simpatía por la rebeldía); sus fotografías callejeras, muchas dedicadas a la omnipresencia de la publicidad y al consumismo, algunas realizadas en el desarrollo de la periferia de París; los retratos de escritores y artistas habitualmente inmersos en un contexto narrativo que decía mucho de ellos; o los reportajes de viaje, como los que desarrolló en Basilicata (Italia), cuando algunas personas aún residían allí en cuevas, en la Hamburgo bombardeada en la II Guerra Mundial o en nuestras ciudades castellanas en los cincuenta.


BIBLIOGRAFÍA
Henri Cartier-Bresson. Fundación MAPFRE, 2024