Azor, Calatañazor,
juguete.
Tu puerta, ojiva menor,
es tan estrecha,
que no entra un moro, jinete,
y a pie no cabe una flecha.
Descabalga, Almanzor.
Huye presto.
Por la barranca brava,
ay, y cómo rodaba,
juguete,
el atambor.
Este poema de Gerardo Diego, que sembró Soria de los suyos, podemos leerlo escrito en letras de bronce en el monumento que Calatañazor dedicó a Almanzor, en el centro de este pueblo. Lo de centro es un decir porque, según el censo del año pasado, Calatañazor tiene un censo de 55 habitantes que disfrutan de las ventajas de encontrarse a 32 kilómetros de Soria y de vivir en un entorno plenamente medieval y rodeados de sabinares cuya madera, para colmo, huele a incienso cuando arde; así es la sabina albar.
Lo del tiempo detenido aquí no es exageración. Cuando vayáis llegando a Calatañazor, os llamará la atención su silueta amurallada recortada sobre el promontorio rocoso que forma la hoz del río Albión, uno de los paisajes más bonitos de Soria, y en esta provincia no escasean.
Aparte de la leyenda que fija en el entorno de este pueblo la famosa derrota en la que Almanzor perdió el tambor en el año 1002, no conocemos ninguna mención anterior sobre Calatañazor, y de hecho no la vuelve a haber hasta 1088, cuando se traza la línea divisoria entre las diócesis de Osma y Burgos. Entonces este enclave era la más extrema de las repoblaciones cristianas.
Según algunos autores, su emplazamiento fue provisionalmente ocupado por expediciones musulmanas que transitaban por la calzada romana próxima que unía Osma con el valle del Ebro. Calatañazor significa en árabe castillo de las águilas, lo que podría probar esa ocupación antes de su reconquista definitiva. Su situación de límite o frontera se perdió con el paso de los años y en el siglo XII se erigió como cabeza de una Comunidad de Villa y Tierra; en su término llegó a aglutinar once parroquias, un número que sugiere una población muy importante.
Entre sus templos conservados hay que destacar la Iglesia de Santa María del Castillo, bastante alterada por sucesivas campañas reconstructivas que, sin embargo, no han deteriorado su atractivo. Podemos distinguir en sus obras tres fases fáciles de apreciar a simple vista: la primera corresponde al edificio levantado en el siglo XII y las otras dos a las reformas llevadas a cabo en los siglos XVI y XVIII, que afectaron sobre todo a la capilla mayor, la nave y la torre. De la época románica se conservan parte de la fachada occidental, el muro sur y dos pilas bautismales.
Dentro de esa fachada occidental podemos contemplar con claridad la silueta del muro primitivo románico, que luego se prolongó y que culminaba con un óculo y una espadaña sencilla, hoy cegada. Aquí se abre la portada principal de la iglesia, formada por un arco de ingreso de medio punto algo rebajado seguido de una arquivolta con hojas y bolas, otra de bocel y un guardapolvo con roleos incisos. Apean sobre una línea de imposta decorada con bifolias.
Dos columnas a los lados sostienen capiteles muy desgastados en los que es difícil distinguir la decoración, pero haciendo un esfuerzo podemos intuir a Sansón con el león, hojas apalmetadas, grifos afrontados y parejas de arpías. Enmarca el conjunto un alfiz biselado adornado con tallos ondulantes similares a los del guardapolvo, pero estos labrados.
Sobre la portada se disponen tres arquillos ciegos, rebajados los laterales y el central polilobulado. Es evidente que han sido remontados, como toda la portada, porque se colocaron ligeramente desviados respecto al eje de la puerta. También se invirtieron los salmeres del arco central; este esquema se repite en otra iglesia cercana, la de Nafría la Llana.
En el lado sur se conserva casi todo el muro románico, construido con sillería perfectamente escuadrada y rematado por una cornisa soportada por canecillos de nacela (se distingue porque su perfil hace una especie de S). Esta parte, que ocupa más o menos la mitad de la altura que hoy tiene el muro, queda oculta por las dependencias adosadas en ese lado, así que solo se puede contemplar desde el interior.
En diversas partes del edificio, si os fijáis bien, veréis relieves procedentes de la fábrica primitiva. Uno de ellos es un mascarón algo grotesco que puede verse en la sala contigua a la capilla mayor, y otro, un relieve muy plano colocado como alféizar en la ventana del baptisterio en el que se representa la escena de las Tres Marías ante el sepulcro de Cristo. Hay uno bastante parecido en el Museo Arqueológico Nacional que procede de Calatañazor.
En el interior se conservan dos pilas bautismales románicas: la mejor conservada es la de la propia parroquia y la otra fue encontrada enterrada en el cementerio del lado norte.
Hoy Santa María del Castillo alberga el Museo Parroquial, y alejándonos algo de ella, extramuros de este pueblo, encontramos la Ermita de la Soledad, que en principio se dedicó a san Nicolás. El edificio actual es fruto de dos campañas constructivas distintas: la cabecera conserva su fábrica original de sillería perfecta y la nave fue reformada en época posterior aprovechando la fachada románica.
El ábside se ordena en tres paños delimitados por dos columnas que llegan hasta la cornisa con sus correspondientes capiteles de temática vegetal. Recorre todo el perímetro una imposta decorada con las bifolias propias del románico de esta zona y en cada paño se abre una aspillera enmarcada por un arco decorado con roeles y una chambrana con puntas de clavo y flores compuestas por cinco esferas. El del lado norte presenta un perfil lobulado.
Sirve de remate a los muros una cornisa que apoya sobre canecillos figurados en los que aparece un muestrario muy rico de cabezas antropomorfas y animales. En el lado norte destaca la imagen de un personaje sedente y con las piernas cruzadas que toca un arpa. Por su porte noble podría tratarse de un personaje relevante, quizá del rey David.
Sabemos que en el siglo XVII se abrieron en el testero dos arcos de medio punto que luego fueron cegados, y es posible que entonces se reconstruyese también la nave con aparejo de sillarejo y mampostería. En su lado septentrional se aprovechó la antigua portada románica, formada por un arco de ingreso de medio punto y dos arquivoltas decoradas con un bocel entre dos bandas de roleos y las bifolias.
En el interior, la capilla mayor está recorrida por dos impostas de temática vegetal y las ventanas presentan capiteles de hojas, grifos y centauros. En una hornacina se colocó un capitel románico que se ha reutilizado como pila de agua bendita.
No demasiado lejos, también fuera del núcleo de Calatañazor, junto a la carretera que va a Muriel de la Fuente, se encuentra la Ermita de San Juan. La estampa es idílica, porque la rodean campos de labor y la vegetación cubre los restos de sus muros.
Lo que hoy queda del edificio primitivo es la caja de muros con la portada y la espadaña; la primera es bastante parecida a la de la Soledad, con arco de ingreso de medio punto, dos arquivoltas separadas por una cenefa con roleos y un guardapolvo con hojas.
Por cierto, dando un paseo por Calatañazor, si pasáis por la calle del Tirador, muy cercana al Ayuntamiento, buscad una casa particular con portada románica. Allí podréis ver un relieve del siglo XIII que representa a san Miguel pisoteando al diablo mientras empuña su espada. Las pistas apuntan a que aquí pudo encontrarse la antigua Iglesia de San Miguel.