Para los matemáticos es una fuente de inspiración constante y, matemático o no, cualquier espectador avezado puede encontrar en sus grabados siempre algo nuevo. Mañana abre sus puertas al público en el Palacio de Gaviria, recientemente abierto como espacio expositivo, una retrospectiva dedicada a Escher, artista de cuya obra y vida tenemos muchos datos pero que siempre parece reservarnos enigmas.
De origen holandés, comenzó a estudiar arquitectura, pero no destacó en sus estudios hasta que optó por cambiar de rumbo y formarse en diseño gráfico. Ambas disciplinas serían, con el tiempo, fundamentales en su trayectoria, tanto como el paisaje italiano y la Alhambra granadina, su gran fuente de inspiración. Visitar el monumento español supuso un cambio de rumbo en su obra, desde entonces más intelectual, más centrada en las imágenes interiores y en las teselaciones, y el otro momento fundamental en su trayectoria fue la gran exposición que Ámsterdam le brindó en 1954, una muestra que le permitió entrar en contacto con matemáticos y enriquecer sus trabajos desde perspectivas científicas.
El que hoy es uno de los artistas más atractivos para el gran público no fue, sin embargo, ni rico ni famoso en vida, y no pareció importarle: llegó a decir que el término artista le parecía embarazoso.
Bajo el comisariado de Mark Veldhuysen, responsable de la M.C. Escher Company, y Federico Giudiceandrea, un coleccionista experto en la figura de este artista, la exposición repasa su carrera a lo largo de siete secciones haciendo hincapié en las huellas mediterráneas (de Italia y de España) en su producción y en el amplísimo despliegue de recursos ópticos que utilizó.
Se inicia repasando la impronta en sus grabados tempranos (fundamentalmente xilografías) y en sus dibujos sobre naturaleza del Art Nouveau a través de la figura de Samuel Jessurun de Mesquita, quien fue su profesor en la Escuela de Artes Decorativas y Arquitectura de Haarlem. Se basan en la observación minuciosa de la naturaleza – desde sus inicios le entusiasmó el paisaje italiano – y en una regularidad geométrica que también fue siempre su sello, y en estos primeros momentos se caracterizan, además, por su formato pequeño (crecería con el tiempo).
A continuación podremos ver sus Emblemata, los grabados que realizó para ilustrar un libro dedicado a los aforismos de Hoogewerff, inspirados a su vez en dichos flamencos anteriores de carácter moralizante, y los grabados experimentales que llevó a cabo dejándose inspirar por la Roma nocturna, los acantilados de Calabria y la arquitectura morisca amalfitana.
Escher visitó Italia en varias ocasiones entre 1921 y 1923 hasta que decidió establecerse allí de forma permanente buscando “encontrar la felicidad en las cosas más diminutas”. Huiría en 1935 ante la situación política y la enfermedad de su hijo, pero antes daría testimonio de su personal forma, surrealista y perfeccionista, de contemplar los monumentos romanos y las costas del país.
Allí desarrolló un agudo interés por la estructuración del espacio, un interés que abandonaría después para comenzar a prestar atención a la síntesis de distintas latitudes espaciales en un solo grabado. En sus obras posteriores a la primera mitad de los treinta estructuras diferentes se intercalan como vistas en superficies reflectantes, dado el amor de Escher por las formas del cristal y las superficies topológicas, como las cintas de Moebius (en la muestra también se subraya su recurso a ese tipo de superficies para enriquecer cualquier representación: a través de imágenes reflejadas transformaba las dimensiones de su entorno y provocaba que tuviésemos la impresión de su continuación).
Tras adentrarse en la Alhambra granadina y la Mezquita cordobesa en 1936, desarrolló más de un centenar de acuarelas con diferentes motivos de teselaciones que representan modos distintos de llenar superficies planas con diseños regulares. Afirmaba el artista que estas superficies pueden llenarse o subdividirse con figuras geométricas similares que limiten entre sí en todos sus lados sin dejar ningún espacio vacío, teoría que, como veis, tiene fácil enlace con los cánones musicales (temas únicos interpretados en bucle) que, entre otros, había cultivado Bach, a quien sabemos que Escher escuchaba con frecuencia.
En el Palacio de Gaviria nos esperan también sus “metamorfosis”: remolinos basados en distintos tipos de teselaciones en los que formas abstractas mutan a concretas y se enlazan las opuestas (ya decía Escher que el orden es la repetición de unidades y el caos, la multiplicidad sin ritmo). Sus incursiones en las matemáticas tienen el magnetismo de lo intuitivo.
Un último apartado de la exhibición se centra en las repercusiones de la obra de Escher en el mundo de la publicidad (anuncios de Ikea), la moda (Matthew Williamson), las caratulas de discos (Pink Floyd)… Además, a lo largo de su recorrido, podréis desafiaros con juegos visuales donde se nos explican las leyes ópticas a las que el artista holandés recurrió con asiduidad, como las de lo cóncavo y lo convexo, la buena forma, la continuidad o la Ley de lo lleno y lo vacío.
Os sugerimos recorrer la muestra teniendo en cuenta que en su obra ciencia y arte dialogan sin entrar en conflicto, sin que dudemos, ni por un momento, de la creatividad de un autor al que es fácil relacionar con Piranesi y con cualquier surrealista. Él opinaba que la ilusión que un artista desea crear es mucho más subjetiva y considerablemente más importante que el medio físico y objetivo que emplea para crearla.
“Escher”
Palacio de Gaviria
c/ Arenal, 9 Madrid
Del 2 de febrero al 25 de junio de 2017
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