Una de las exhibiciones que este año conmemoran el décimo aniversario desde la reapertura y reforma del Museo Arqueológico Nacional repasa los muchos modos en que los antiguos griegos se relacionaron con la naturaleza, la que les sobrepasaba y la que trataron de domesticar; la que suponía para ellos peligros y la que les ofrecía oportunidades de alimento y prosperidad.
Margarita Moreno Conde y Ángeles Castellano comisarían “Entre caos y cosmos. Naturaleza en la Antigua Grecia”, un recorrido por más de un centenar de piezas (cerámicas, terracotas, bronces, monedas… y vaciados en escayola de relevantes obras clásicas que ha cedido el Museo Nacional de Escultura de Valladolid y que se han restaurado para la ocasión); la mayor parte de esas composiciones pertenecen a los fondos del MAN, pero otros prestadores relevantes son, asimismo, el Louvre, los museos de arte antiguo de Múnich y Berlín y el Museo del Traje. Se fechan, las composiciones originales, entre el tercer milenio y el siglo III a.C. y el hilo conductor de la presentación es el imprescindible vaso griego, contenedor de infinitos relatos: hay que recordar que posee el Arqueológico 2.000 cerámicas de esta cultura.
Apoyándose en ese acervo material y en su iconografía, pero también en textos clásicos que salen a nuestro encuentro en varios puntos de la exposición, el centro busca profundizar en los nexos de los griegos con ese medio natural del que, a diferencia de nuestra actual percepción, eran muy conscientes de formar parte, sin que ello restara peso a los simbolismos de los que le dotaron.
Doce secciones articulan esta propuesta, que comienza refiriéndose al nacimiento de Afrodita sumida en el caos marino (Cronos castró a su padre, Urano, con una hoz y lanzó los genitales al océano, de donde la diosa surgió de la espuma) para, a continuación, sumergirnos en los acercamientos de la antigua cultura griega a los orígenes del citado Cronos y de la Tierra: se entendía, curiosamente, que la génesis del universo fue anterior al surgimiento de los dioses. Fragmentos de textos de Platón o Hesíodo trasladarán al espectador a una Edad de Oro en la que el ser humano vivía en una notable armonía con su entorno, una tierra que a su vez le proporcionaba todos los medios para su subsistencia (naturaleza domesticada) o cuya dominación suponía un reto: algunas cerámicas de figuras rojas retratan esfuerzos por amansar fieras o por conquistar las entonces fronteras del mundo conocido.
Son muchas las referencias que aquí encontraremos a la épica humana de conquista de lo natural: de ciertos animales, muy presentes en el día a día y por razones no solo alimenticias, pues formaban parte de ritos religiosos y sociales; y de plantas, que se llevaban a los santuarios como ofrendas y se utilizaban para muy diversos fines. Algunas eran, incluso, sobreexplotadas: al silfio, que aparece en las monedas de Cirene, se le atribuían propiedades medicinales y su empleo masivo fue la razón de su extinción. Cuenta con sección propia la tríada mediterránea (trigo, vid y olivo), que ya entonces aportaba el sustento básico a una sociedad de economía de base agrícola; otra de sus fuentes de nutrición era, evidentemente, el mar, que también favoreció el progreso del pueblo griego por otra vía: la de los intercambios comerciales y culturales.
Frente al equilibrio que, con razón, asociamos siempre al arte griego, este también nos proporcionó algunos seres híbridos en los que se aunaban rasgos humanos y animales, como sirenas y centauros, en ocasiones tenidos por mensajeros de los dioses. En el fondo, venían a reflejar lo difuso de las distancias entre la naturaleza humana y el resto de las naturalezas en el ideario de las antiguas civilizaciones mediterráneas, que, no obstante, también quisieron orientar hacia el disfrute algunas de ellas: se concibieron jardines para el gozo sensorial, aunque no fueron públicos, sino que se situaron en el interior de las casas de los privilegiados, o bien rodeando los santuarios. En diversas imágenes se vincula a un dios, Eros, la capacidad de regeneración natural.
Se cierra “Entre caos y cosmos” con apartados dedicados al más allá y a brebajes y pócimas; en el primer caso, porque ciertos animales ayudaban a los difuntos en su tránsito, como los amigables delfines; en el segundo, porque hierbas, ungüentos y raíces, en su mayor parte utilizados por mujeres (en los mitos, por Circe y Medea), formaban parte de los usos de cuidado frecuentes.
Entre las piezas más bellas en el Museo Arqueológico podremos ver una cerámica pintada por Nikias con una representación de Heracles en los confines del mundo, llegada de la Glyptothek de Múnich: se trata de una crátera en cuyo centro Atlas sostiene el cielo, rodeado por su esposa Hésperis y sus hijas, las hespérides. Se encuentra el héroe dentro de un caldero, la copa de Helios, con la que se dirige a su undécimo reto. También un ascós funerario, cerámica policromada descubierta en Canosa (Italia), en la que la imagen de la difunta surge de un vaso funerario, vehículo del alma de la fallecida; en el centro de la obra queda la máscara de Gorgona, que aleja el mal.
El pintor de Bowdoin es el autor de otra obra cerámica en figuras rojas, Lécito con Eros sobre delfín, que muestra a Eros hiperpóntios, el que va sobre los mares, sobre un delfín, la especie que, se creía, conduce a los muertos a la Isla de los Bienaventurados. Símbolo de Afrodita, ligada tanto a la fecundidad natural como a la ultratumba, era la paloma, como la que admiramos bajo un exuberante emparrado en otra pieza llegada de la Italia meridional. De Apulia procede, asimismo, un vaso que narra el rapto de Tetis por Peleo, mientras la primera se transformaba en fuego, agua, viento, árbol, pájaro, tigre, león, serpiente o sepia, antes de regresar a su forma inicial y nacer de ambos Aquiles.
El Louvre ha prestado una finísima copa con escena de navegación debida a Nicóstenes: representa dos barcos de velas desplegadas que surcan el mar haciendo frente a sirenas, quizá en referencia a las que cantaron a Ulises en la Odisea; y del Antikensammlung de Berlín ha llegado un ánfora, hallada en Ática, en la que Antímenes recreó el vareo de la aceituna por dos varones.
Otra efeméride coincide, por cierto, con esta exhibición: el 150 aniversario de la adquisición por el Museo de la rica colección de antigüedades del Marqués de Salamanca, José de Salamanca y Mayol, quien poseyó los más amplios fondos de arte antiguo en nuestro país en el siglo XIX. Ocurrió en 1874, solo siete años después de la fundación del MAN.
“Entre caos y cosmos. Naturaleza en la Antigua Grecia”
C/ Serrano, 13
Madrid
Del 31 de octubre de 2024 al 30 de marzo de 2025
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