Nunca se consideró a sí mismo un artista ni pretendió que impulsase su obra un discurso, quizá humanístico, consolidado; quienes trataron de convencerlo no lo consiguieron. Pero esa ausencia de poso teórico definido no impidió a Elliott Erwitt fraguar un sello propio en sus imágenes basado en la observación de lo cercano (durante el tiempo que fuera preciso) y en el humor y la atención al ocio, al juego, lo animal y lo pequeño; también a las miradas del otro, porque el ejercicio de la contemplación es esencial en su obra, como método y como motivo.
Solo unos meses después de su muerte, en noviembre del año pasado, la Fundación Canal. Canal de Isabel II brinda a este autor, estadounidense aunque nacido en París, la que será una de las muestras fundamentales de PHotoESPAÑA, “La comedia humana”, comisariada por la directora global de exposiciones de Magnum Photos, Andrea Holzherr. Cuenta con 135 imágenes procedentes todas ellas de su archivo personal, copias de época de gelatina de plata sobre papel baritado y realizadas en blanco y negro, dado que Erwitt solo trabajó en color por encargo; es posible establecer, a partir de ese rasgo, una nítida distinción entre su producción más personal y la que llevó a cabo por compromiso. Hay una razón: equiparaba la foto en color a lo real, y la que carecía de él, a la emoción; el terreno de estas últimas, el de la interpretación frente a la descripción, le parecía mucho más interesante. La mayoría de las composiciones presentan pequeño formato; pedía réplicas de mayor tamaño de aquellas que pensaba enviar a exhibiciones.
Nacido en 1928 de padres rusos, Erwitt vivió su infancia entre Francia e Italia antes de que estallase la II Guerra Mundial y, dada la condición judía de su familia, emigrara a Estados Unidos. Su primer empleo ligado a la foto le llegó siendo adolescente, en un taller de revelado de Hollywood, antes incluso de formarse en Los Ángeles City College. Más adelante, ya en Nueva York, recibiría clases de cine a cambio de sus horas como conserje; en esa etapa, rondando su veintena, pudo conocer el trabajo de Man Ray, Kertész o Brassaï, ampliándose sus horizontes. Sería en ese momento, y en esa ciudad, cuando comenzó a fotografiar a extraños en las calles en escenas dinámicas y espontáneas.
Tras realizar su servicio militar en Europa, y ya convertido, en 1951, en un fotógrafo reconocido, se rodeó nuevamente en Nueva York de maestros como Steichen, Cartier-Bresson o Robert Capa; este último le invitó a unirse a Magnum y Erwitt ocuparía puestos relevantes en la agencia hasta ejercer su presidencia en dos ocasiones, ambas en los sesenta. Sus decisiones allí serían relativamente polémicas, al apostar por que las actividades de la firma se abrieran más allá del periodismo, hacia el ámbito de la publicidad y los encargos: él mismo trabajó para publicaciones como LIFE, París Match o Holiday, incluso para Coca-Cola, a la vez que documentaba el Berlín dividido, los efectos de la Gran Depresión, la segregación racial estadounidense o las condiciones de vida en la Italia de posguerra y, más tarde, a Nixon increpando a Khruschev o a Jacqueline Kennedy llorando el asesinato de su marido. También retrató a Fidel Castro, Grace Kelly, Truman Capote, Bob Dylan o Vera Miles, e hizo sus incursiones, en los setenta, en el cine y la televisión.
No son aquellas sus creaciones más divulgadas, pero pese a la dureza de muchas de esas situaciones, la mirada proclive al disfrute y la chanza de este autor ya estaban allí. La exhibición en Mateo Inurria se estructura en tres secciones: una primera dedicada a escenas protagonizadas por personas; una segunda centrada en animales, fundamentalmente perros, por los que experimentó una evidente ternura; y una última en la que no hay modelos de dos ni de más patas, sino formas, objetos y composiciones fragmentadas que llaman nuestra atención sobre su potencial expresivo; esta última parte, mal que le pesara al propio Erwitt, evidencia una mirada plenamente artística y no solo lúdica, tan capaz de encontrar alrededor lo cómico como lo (casi) abstracto. En cualquier caso, el apartado más amplio es el primero, seguramente por la curiosidad constante del fotógrafo hacia lo humano en su sentido más amplio, un instinto que hizo compatible con su timidez: La soledad en compañía, eso es lo que me gusta. Es bueno observar a la gente desde una distancia de seguridad.
La soledad en compañía, eso es lo que me gusta. Es bueno observar a la gente desde una distancia de seguridad.
Aunque los suyos fueron tiempos en que fotografiar en la calle a los paseantes no implicaba un reto ni una afrenta a los derechos de imagen, Erwitt portaba cámaras discretas y manejables, de 35 mm; en los museos, donde a menudo estaba prohibida esta actividad, le resultaban especialmente útiles para no ser advertido. Amante del mecanismo especular que implica mirar a quienes miran (y de encontrar tics a la hora de acercarnos o alejarnos de ciertas obras de arte), convirtió sus salas, entre ellas las del Prado, en uno de sus escenarios predilectos; otros fueron las playas, seguramente por detectar en ellas un despliegue de naturalidad en los comportamientos (y en los cuerpos) imposible en el asfalto.
Si un don poseía este fotógrafo era el de la observación: no planificaba, ni se dejaba guiar por métodos concienzudos, pero tuvo la intuición necesaria para situarse en ciertos lugares apropiados y para esperar a que se produjera el instante adecuado a capturar; por las mismas razones por las que no utilizó el color sino por necesidad, no le interesó apenas la realidad objetiva, solo aquella que ofrecía ocasión para el disfrute, la ironía rayana en guasa o el contraste inesperado. Y estos podían salir a su encuentro casi en cualquier parte, sobre todo si no partía de ideas preconcebidas y simplemente reaccionaba a cuanto veía: Es simplemente una cuestión de sentir las cosas y darles forma. Solo tienes que preocuparte por lo que te rodea y tener en consideración la humanidad y la comedia humana. Sus manos eran especialmente parlantes, rara vez los modelos miran de frente (es lo que tiene la espontaneidad) y quizá se detuvo más en las mujeres, mostrándolas en mayor variedad de roles de los acostumbrados hace unas décadas.
Ese modo de mirar, abierto a las emociones y las anécdotas, lo mantuvo en sus fotografías dedicadas a los canes y otros animales: muchas de ellas las tomó desde su perspectiva, de ahí la abundancia de pies humanos, y tratando de captar en lo posible el modo de ser del ejemplar, pero sin humanizarlo. Supo conjugar en estas composiciones amor, respeto (no son fotografías de perros, son perros en fotografías) y cierto patetismo; este último surge, sobre todo, en aquellas en las que aborda también la condición humana, sin servirse nunca del animal en una posición subalterna. En cualquier caso, ofrecen una visión de la realidad más simple y amable y no pueden dejar de manifestar su condición entrañable.
El último apartado del recorrido, como dijimos, se dedica a sus experimentos con las fronteras de la abstracción y la expresividad de las formas y se ha situado, en un acierto del montaje, bajo las bóvedas de ladrillo de la Fundación. Jugó con las líneas y desplegó su sentido de la armonía, un equilibrio visual fundamental para él; la mayor parte de estas piezas están rodeadas por un recuadro negro: se trata del borde del negativo, lo que prueba que no quiso recortarlas ni editar el enmarque. Solo lo modificó en casos puntuales, seguramente cuando quería mostrar su genio como fotógrafo.
Casi todos estos trabajos fueron tomados en la ciudad o sus suburbios, y en los escasos ejemplos en los que optó por mostrarnos playas o montañas procuró buscar en ellas huellas humanas. En todo caso, pese a su intención formal, la ironía no está ausente en estas escenas aunque sea más discretamente: en forma de evocaciones del pasado, guiños audaces, intenciones del fotógrafo no difíciles de adivinar… No buscó Erwitt enfoques que confundieran al espectador respecto a lo contemplado, pero frente al resto de su producción, acentuó aquí su gusto por la manipulación de la luz, la geometría, la superposición de materialidades…
Un último apunte: encontraréis en la exposición que las fotografías reunidas no ofrecen mayor título que su lugar de realización y su fecha. Era un modo de hacer intencionado: entendía este artista que cada una de ellas debía hablar por sí sola, expresar la gracia presente en lo mundano, y que, si requería ser explicada, su duende se evaporaría.
Elliott Erwitt. “La comedia humana”
FUNDACIÓN CANAL, CANAL DE ISABEL II
c/ Mateo Inurria, 2
Madrid
Del 15 de mayo al 18 de agosto de 2024
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