Entre los múltiples centenarios que este 2017 venimos celebrando figura el de la Reforma luterana: fue el 31 de octubre de 1517 cuando, según la tradición, Martín Lutero decidió clavar sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg. Probablemente no fue consciente de las enormes repercusiones de su gesto a largo plazo: este escrito, junto con las llamadas Cinco Solas, fue la base del protestantismo.
El Museo Thyssen-Bornemisza propone, con motivo de esta efeméride y en colaboración con la embajada alemana en nuestro país, un recorrido por los fondos de su colección permanente que, por contexto o atmósfera, pueden relacionarse con los sucesos que marcaron la vida y el tiempo de Lutero, que había nacido en 1483 en Eisleben y fue agustino antes de exponer sus ideas contra las indulgencias y la campaña de financiación para levantar el Vaticano, entre otras prácticas de la Iglesia católica.
Para situarnos, hay que recordar que las tesis luteranas, tituladas en realidad Cuestionamiento al poder y eficacia de las indulgencias, de Martín Lutero, respondían a la venta por parte del sacerdote dominico Johann Tetzel de esos perdones, bajo el comisionado del Arzobispo de Maguncia y del Papa León X, para financiar así las obras romanas.
Aunque Federico III de Sajonia y Jorge el Barbudo, duque de esa región, prohibieron allí la venta de las indulgencias plenarias, que eximían del arrepentimiento de los pecados al prometer misericordia, muchos feligreses viajaron para comprarlas, panorama que impulsó a Lutero, que cinco años había obtenido una cátedra en Interpretación de la Biblia, a formular este texto dirigido a la Iglesia de Roma.
Verbalizó así una disputa teológica latente y alcanzó eco gracias a su difusión a partir de la imprenta, entonces con medio siglo de andadura. Su excomunión llegó en 1520, tras quemar él la bula en la que el Papa le exigía que se retractase. Al año siguiente, en la Dieta de Worms, se reafirmó en sus convicciones y en 1525 dejaría Lutero los hábitos para casarse con Katharina von Bora, también monja retirada. Tuvo con ella seis hijos.
En 1530, se presentó a Carlos V la Confesión de Augsburgo, primera exposición oficial del luteranismo.
Regresando al recorrido que ahora presenta el Thyssen, este tuvo como prolegómeno, también en cuanto a colaboración con la embajada alemana, la restauración hace tres años de una obra que forma parte del mismo: la poderosa Hércules en la corte de Onfalia de Hans Cranach, quien trabajó precisamente en Wittenberg, en el taller de su padre, Lucas Cranach el Viejo. En este retrato de grupo, nos presentó al héroe rodeado de doncellas mientras permanecía recluido como esclavo en esa corte de Onfalia, que presumiblemente no sería ninguna de ellas porque ninguna destaca. No exhibe su fuerza, sino que se pliega a los deseos femeninos y se ha dejado vestir como mujer.
Cranach padre, por cierto, no anda lejos: a él le debemos, por ejemplo, el que podría ser uno de los retratos más fidedignos de Carlos V, quien se encontraría por primera vez con Lutero en Worms. Buscó plasmar en sus pinturas la individualidad y carácter espiritual de sus modelos, así que dejó la idealización a un lado, tanto que sería difícil identificar al monarca si no fuera por el Toisón de Oro. Esta obra data de 1533, pero el artista ya había retratado antes al emperador: la primera vez cuando el nieto de los Reyes Católicos solo tenía ocho años.
También forman parte del recorrido tablas anónimas de algún pintor activo en Suabia hacia 1515 y dedicadas a Santa Ana, con la Virgen, el Niño y un donante, en este caso un abad que hizo este encargo para un tríptico del monasterio de Obermarchtal.
Hay que tener en cuenta que santa Ana era una figura muy popular en Centroeuropa y también lo fue para Lutero porque, según se cuenta, este le prometió en 1505 hacerse fraile si sobrevivía a una intensa tormenta, como ocurrió, y él cumplió ingresando en un monasterio de Erfurt dos semanas después y estudiando teología. Las tesis vendrían después.
Y no podía faltar en esta propuesta del Thyssen Durero, uno de los primeros aliados de la Reforma, y reformador él mismo, desde tiempo antes, de las convenciones pictóricas medievales. En 1506 pintó a Jesús entre los doctores como nadie lo había hecho antes: subrayando el acoso al que esos doctores de la ley pudieron someter al Jesús niño. Fijaos en sus manos, y también en el papel que sobresale de uno de los libros, con el anagrama de Durero y la fecha de realización.
Dado que la Reforma luterana tuvo eco más allá de Alemania, y no solo en el ámbito religioso, el Thyssen ha incorporado a este recorrido sobre Lutero y la Reforma pinturas del norte de Europa un siglo posteriores, pero representativas de tendencias iconoclastas que favorecieron el desarrollo de géneros diferenciados del arte religioso y considerados, hasta entonces, menores: paisajes, retratos y bodegones en los que se prescindió de referencias bíblicas para subrayar el brillo colonial de estos países. Además, así la burguesía podía abrirse paso comercial en Oriente Medio.
Estas obras inciden en que, si en la pintura de los países católicos la Virgen continúo siendo icono de la maternidad, los artistas protestantes optaron por el hogar -sin persianas, transparente al exterior- para representar la ejemplaridad con que concebían el rol familiar de la mujer. Tanta que no veían necesario taparla con cortinas.
En el ambiente flotaba la nueva vida familiar de Lutero, al que muchos frailes y sacerdotes siguieron los pasos cambiando el hábito por el matrimonio, desde la consideración de que el celibato, por antinatural, contradecía las enseñanzas bíblicas.
También ha sumado el Thyssen a este recorrido una de sus joyas de Zurbarán: el retrato de Santa Casilda, con las flores que brotaron en su vestido en lugar de alimentos, fechado hacia 1635. Remite, aunque sea décadas posterior al Concilio de Trento, a la Contrarreforma con la que el Vaticano respondió a Lutero y a su nueva utilización de las imágenes para evangelizar y animar a las congregaciones a renovar su repertorio iconográfico.
Pero algo había cambiado: este es un retrato a lo divino, mirad bien el rostro de la santa y veréis las facciones de una joven, cualquiera, de Sevilla.
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