El de Gustav Metzger es uno de esos casos evidentes en que la vida personal de un artista es completamente indisociable de su obra, y aunque digamos personal esa vida tiene mucho de reflejo de una memoria colectiva. Nació en Núremberg en 1926, en el seno de una familia de judíos polacos, y por edad se vio rodeado en su infancia de una propaganda nazi que creció hasta estallar la guerra. Sobre todo, por cercanía, por los “Reichsparteitäge”, puestas en escena apabullantes del poder nazi que tuvieron lugar entre 1933 y 1938 precisamente en su ciudad.
En 1939, Metzger y uno de sus hermanos fueron incluidos en los autobuses del Movimiento de Niños Refugiados, lo que les permitió escapar del Holocausto; aunque sus padres y su otro hermano no pudieron huir de los campos de concentración. Esas vivencias han marcado, cómo no, su trayectoria vital y artística: desde los años cuarenta, convertido ya en superviviente, la obra de Metzger ha buscado reivindicar la responsabilidad moral del artista a la hora de combatir, con el arma de su producción, la pérdida de la memoria histórica, y en su caso también el daño al medio ambiente o el empobrecimiento de la diversidad cultural.
A finales de los cincuenta publicó Metzger el primero de sus Manifiestos para un “Arte Auto-Destructivo”, que podemos entender como fruto de la evolución de sus primeros experimentos pictóricos, que derivarían en sus pinturas al ácido y en sus trabajos realizados con materiales industriales como el plástico y el acero.
En paralelo y como contrapunto, el alemán escribió también un Manifiesto del Arte Auto-Creativo y buscó desarrollar formas y movimientos con vida propia y fuera de su control, acercando su trabajo a investigaciones tecnológicas. Si su Arte Auto-Destructivo inspiró a Pete Townsend, de The Who, en la puesta en escena final de sus actuaciones, en las que destrozaban instrumentos y equipos en el escenario, su trabajo sobre Arte Auto-Creativo acercaría a Metzger a procesos cibernéticos y a la experimentación con medios digitales.
Las implicaciones revolucionarias de sus ideas fueron más allá: entre 1977 y 1980, propuso una huelga de artistas para reclamar el cese de la comercialización del arte, y él mismo fue consecuente con esa intención, porque, intencionadamente o no, en la década posterior apenas pudo verse su trabajo. Pasó a centrarse en sus estudios académicos, investigando sobre todo en torno a Vermeer, y también organizó la primera charla sobre arte alemán durante el periodo nazi.
Entre su producción más reciente destacan las Historic Photographs, imágenes en las que Metzger utiliza fotografías de momentos fundamentales del siglo XX en lo relativo a violaciones de los derechos humanos y abusos mediambientales. A veces, las mostraba ocultas, bloqueadas o inaccesibles, y a partir de ellas llevó a cabo instalaciones a gran escala con el Holocausto como tema recurrente aunque no único.
La retrospectiva que desde hoy le dedica el MUSAC leonés, “Actuar o perecer”, recoge trabajos significativos desde los cuarenta hasta hoy que permiten conocer mejor sus años primeros de formación artística y activismo político y también la plasmación en su obra de su compromiso política y medioambiental.
Su título procede de una frase nacida en El Comité de los 100, una organización contra las armas nucleares impulsada por Bertrand Russell de la que Metzger fue secretario informal. Destacan en ella las citadas Historic Photographs, instalaciones de gran escala como In memoriam o Drop on a Hot Plate, ejemplo de uno de esos procesos autónomos con los que quería generar formas ajenas a su voluntad.
Esta exposición fue preparada para presentarse en el Centro de Arte Contemporáneo de Torun (Polonia) el año pasado, y también en 2015 se restauraron sus obras Extreme Touch en la Kunsthall de Oslo y se presentó Liquid Crystals en la Kunstnernes Hus de Oslo.
También desde hoy nos presenta el MUSAC el proyecto específico de Darío Corbeira Permanecer mudo o mentir, compuesto por trabajos que ha realizado desde los setenta y otros inéditos. El proyecto establece cierto paralelismo entre la decadencia de Venecia en la segunda mitad del s XVI y la actualidad occidental a partir de varios ejes temáticos (como la clase trabajadora, la pintura, la enfermedad, la obsolescencia…) al mismo tiempo que propone repensar los dispositivos expositivos recurriendo al pensamiento lacaniano como vía para indagar en las dimensiones estéticas de los lenguajes artísticos.
Por último, la tercera propuesta que hoy se abre al público en el centro leonés, en su Laboratorio 987, es Shapereader, un trabajo del griego Ilan Manouach que, en la línea de recientes iniciativas museísticas para hacer accesible la creación a personas ciegas, o con algún grado de discapacidad visual y recurriendo al valor potencial del sentido del tacto, propone un elenco de formas y patrones pensado desde cero para traducir las palabras y sus significados a formaciones táctiles. La primera obra narrativa construida a partir del repertorio de Shapereader es Círculo polar ártico, una novela táctil original escrita en inglés que narra la historia de dos climatólogos en el Polo Norte.
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