Con la colaboración del Museu Serralves de Oporto y del centro WIELS de Bruselas, el Jeu de Paume de París abrirá el próximo 9 de febrero “Corpus”, una antología dedicada a la artista lisboeta Helena Almeida que incluirá pinturas, fotografías, vídeos y dibujos fechados entre los sesenta y la actualidad.
En la mayor parte de estos trabajos, esta artista, que continúa residiendo y trabajando en la capital portuguesa, donde nació en 1934, utiliza el cuerpo como herramienta para registrar, definir y ocupar el espacio, entendido este en su sentido arquitectónico y pictórico.
Formada en Bellas Artes en la Universidad de Lisboa, desde sus inicios buscó desafiar las formas de expresión artística tradicionales, en particular la pintura: intentó violar el espacio definido por el plano del cuadro, voluntad que, ya en los setenta, la llevó a consolidarse como una figura destacada del arte conceptual en su país. En 1982 y en 2005 expuso en la Bienal de Venecia.
Mi pintura es mi cuerpo, mi trabajo es mi cuerpo
Tras obras tempranas tridimensionales, Almeida encontró en la fotografía el medio idóneo para combatir la disociación entre el cuerpo del artista creador y su trabajo, de hacer coincidir ser y hacer. Son palabras suyas, y las ha repetido con insistencia, mi pintura es mi cuerpo, mi trabajo es mi cuerpo. Independientemente de las lecturas metafóricas o poéticas que puedan extraerse de su producción, podríamos decir que, en realidad, Almeida ha difuminado las barreras entre fotografía, performance y escultura, tomando su propio cuerpo como forma escultórica y como marcador del espacio, como objeto y sujeto, significante y significado.
Plantean sus obras una escenografía de carácter lírico en la que la propia artista se inserta, formando parte esencial de ella. No podemos referirnos, sin embargo, a estas piezas como autorretratos, porque el cuerpo de Helena Almeida deviene trascendente: representa un cuerpo universal.
Vestida normalmente de negro, en sus fotografías introduce elementos propios de su taller y adopta posiciones que forman parte de coreografías previamente muy pensadas: esa es la razón de la complejidad de sus composiciones, que a menudo forman parte de series. Desde 1969 es su marido, el arquitecto Artur Rosa, quien aprieta el botón de la cámara en estas auto representaciones –mediatizadas- de ecos universales.
A diferencia de otros artistas contemporáneos que, como Cindy Sherman, trabajan en autorretratos para los que ellos mismos se convierten en personajes teatrales, cinematográficos o fingidos, Almeida ha establecido como punto de partida de sus investigaciones el cuerpo y a través de la fotografía ha conseguido establecer profundos nexos entre la representación (el acto de pintar o dibujar) y la mera presentación (del propio cuerpo como “ejecutor” de ese acto).
Como hemos apuntado, la importancia de la obra de Helena Almeida reside sobre todo en la imposibilidad de enmarcar los rasgos de su personal lenguaje en etiquetas clasificatorias cerradas. Anque trabaja fundamentalmente en el ámbito de la fotografía —de gran formato y en blanco y negro— y emplea una sofisticada economía de elementos compositivos, en realidad, el disparo fotográfico, aunque no sea ella quien lo realice, constituye el acto final de un proceso de trabajo extenso y minucioso en el que utiliza un buen número de dibujos, esquemas o grabaciones en vídeo previos.
Comenzó trabajando como aprendiz en el taller de su padre, el escultor Leopoldo Neves de Almeida, y sus primeras exposiciones se circunscribieron a la pintura, desarrollada bajo la influencia fundamental de Lucio Fontana y sus conceptos espaciales. Buena parte de las obras realizadas por Almeida a lo largo de las últimas cuatro décadas dan fe de una honda sensibilidad por el simbolismo del color, que introduce en sus fotos a partir de intervenciones pictóricas, en contraste siempre con el blanco y negro de base de sus imágenes.
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